ANTROPOLOGÍA PARA INCONFORMES (J. F. Sellés)

03. Monos, homínidos, hombres, …

Cuando alguien lee una buena biografía, porque está interesado en un famoso personaje, de seguro encontrará al inicio del volumen alusiones a los ancestros del héroe estudiado, pues los padres explican en buena medida el modo de ser del hijo en cuestión. En cambio, si el hijo no es natural, sino adoptado, las referencias a los antepasados biológicos (en caso de conocerse) pasan a segundo plano.

Algo similar ocurre en nuestro tema. Desde luego, lo que en este trabajo importa es la persona humana, no sus antepasados biológicos, máxime si éstos no fueron persona ninguna. El ser personal no lo heredamos, pues es una novedad radical sin precedentes. Lo que recibimos en herencia es la corporeidad humana. En nuestro mundo no siempre existieron personas humanas, y cuando éstas aparecieron recibieron la dotación corpórea de unos antepasados no personales. De manera que en este Capítulo no vamos estudiar lo más importante, la persona, sino los precedentes somáticos de su cuerpo.

  1. Precisiones terminológicas

Demos cuenta, en primer lugar, del sentido del título que encabeza este Capítulo. Se entiende por “monos” toda especie de prehomínidos. No sólo los ancestrales, sino también los chimpancés, gorilas, orangutanes, etc., que pueblan las selvas tropicales, los zoos de nuestras ciudades, los parques naturales de nuestro mundo. Es una palabra tomada del lenguaje común, y confío en que el lector pueda estar de acuerdo con su contenido significativo.

Por “homínidos” se entienden los bípedos de las diversas especies del género “homo”,  que no llegaron a ser “sapiens sapiens”, esto es, que no fueron hombres tal como hoy los entendemos, es decir, no fueron personas humanas. En la acepción significativa de este término tampoco parece haber controversia.

“Hombres”, querido lector, somos tú y yo, entre otros muchos millones como nosotros que han poblado, viven y vivirán en este mundo. Espero que estés de acuerdo, asimismo, en el significado de esta palabra.

Por otra parte, un “trasgo” es un personaje literario de ciertos cuentos o novelas. Como los duendes no existen, un trasgo es fruto de una imaginación; una quimera. De modo que se puede atribuir la denominación de “trasgo” a una fantasía o idea sobre asuntos irreales, por ejemplo, a esa idea de hombre -que no responde al hombre real- de que la persona humana se reduce meramente a lo corporal, o sea, que la distinción entre el hombre y los demás animales (o prehomínidos) es sólo de grado y no esencial. Esa idea de hombre es una especie de trasgo, porque ese hombre ni existió ni existe ni puede existir; es una fábula irreal. A alguna idea de ese tipo deberemos aludir por necesidad en esta Lección.

La palabra “orco” tiene de ordinario un sentido peyorativo (al menos en esa gran obra de Tolkien, El señor de los anillos), e indica algo así como un sujeto en el que se ha cebado la degeneración de la naturaleza y esencia humanas y se ha despersonalizado su persona. Por eso con ella se podría aludir a aquellos hombres que viven intentando perpetrar (en expresión de C.S. Lewis) la “abolición del hombre”. Actitud que, de perpetuarse hasta la muerte, conseguirá lo que se propone, pero en ellos mismos, a saber, abolir el sentido personal. Como hablar ahora sobre esto es prematuro, lo dejaremos para cuando tengamos que estudiar el más allá o, por no ser especialistas, del después.

Este Capítulo pretende exponer, sintéticamente, lo que hasta la fecha se conoce de los precedentes corpóreos del hombre actual, y explicar que entre éste y aquéllos hay una distinción radical, no sólo de grado, como de ordinario dicen ciertos antropólogos biologicistas, culturalistas o paleontólogos. Es, pues, un estudio que intenta dar razón del pasado; en concreto, de los precedentes somáticos del cuerpo humano. Sin embargo, el pasado no es lo que más pesa en la vida del hombre, sino el futuro, porque, como se dijo, el hombre no es un ser dado, sino un ser en proyecto. Además, el pasado humano contiene defectos, de los que conviene que el hombre sea redimido en el futuro. A pesar de ello, no hay que despreciar el pasado, sino que, por el contrario, debemos estar sumamente agradecidos a él (a la herencia biológica, al espacio en el que hemos nacido, a la historia en la que nos encuadramos, etc.). Si se dota de sentido al pasado no es para quedarse en él, sino para ver cómo proyectarlo mejor hacia el futuro, es decir, cómo aunarlo con el fin o destino humano.

Si la primacía en la vida humana estuviese en el pretérito, el racismo, el nacionalismo, etc., e incluso una supuesta fraternidad con el resto de los animales vivientes… estarían justificados. Se ha indicado que si se intenta dar razón del pasado es por mor del futuro, a saber, para que el hombre no viva como una bestia, sino que sepa que su cometido en esta vida es humanizarse cada vez más en su naturaleza y esencia, y ser elevado como persona. Para quien no existe tajante distinción entre hombre y prehomínidos (e incluso con monos, perros y animales de compañía…), su ideal de vida humana debería ser animalizante (de hecho muchos expanden más su sintonía sentimental en relación con los animales que con las personas). Pero sostener esa tesis es contradictorio, porque sólo el hombre se puede proponer parecerse a los animales, e incluso reducirse a un animal más, sencillamente porque no lo es -los animales no pueden albergar tal propósito-.

Al estudiar el proceso de hominización tal como nos lo han legado los diversos ensayos al respecto contamos, fundamentalmente, con dos hipótesis opuestas: a) la de los que se inclinan por explicar las cosas exclusivamente desde un punto de vista paleontológico o fisiológico, defendiendo que el hombre es enteramente producto de la evolución biológica (en rigor se trata de una especie de materialismo); b) los que se inclinan por una distinción de tipo espiritual entre el hombre y los demás animales, defendiendo a la par una teoría fijista de las especies, es decir, una la hipótesis según la cual el hombre carece de precedentes corporales (se trata, pues, de un nuevo modelo de espiritualismo). Ninguna de las dos son correctas, aunque ambas alberguen verdades parciales. La primera hipótesis es defendida por autores recientes como Leakey[1], Arsuaga[2], Carbonell[3], Leonard[4], etc. La segunda, por científicos más antiguos como a Linneo[5], Cuvier[6], Pasteur[7], etc. Estas posturas no son científicas; tampoco filosóficas, sino hipótesis[8], que en algunos autores dan lugar a posiciones ideológicas.

Un tercer grupo de estudiosos respecto de este tema lo componen algunos científicos moderados como Carrada[9], Boyd y Silk[10], De Lumley[11], Trefil[12], etc., y algunos paleontólogos como Coppens[13], quienes presentan los datos arqueológicos o biológicos disponibles sin hacer extrapolaciones ideológicas. Y un cuarto grupo lo conforman pensadores como Gilson[14], Zubiri[15], Polo[16], etc., que estudiando los datos de la ciencia biológica y antropológica llegan a conclusiones filosóficas. A estos dos grupos de investigadores vale la pena tenerlos más en cuenta que a los precedentes. Muchos de ellos, junto con otros[17], admiten que no hay oposición entre una evolución somática bien entendida y la creación directa del alma humana por parte de Dios.

En esta Lección no se recomienda al lector que trate de aprender memorísticamente los datos que se ofrecen en las respectivas tablas o descubrimientos, sino saber unas pocas verdades antropológicas básicas y poder dar razón de ellas, en concreto, las siguientes: a) en primer lugar, notar que la distinción entre el hombre y los prehomínidos radica fundamentalmente en la aparición de la persona, y con ella, la de la inteligencia; b) en segundo lugar, advertir que el cuerpo humano tiene precedentes intramundanos que en modo alguno afean la dignidad de la persona humana; c) en tercer lugar, que si bien de la aparición de la vida vegetativa y sensitiva da razón el orden del universo (causa final), y también puede originarla la ciencia humana (porque el hombre trasciende el orden cósmico), con todo, la vida humana íntegra (personaesencianaturaleza) es extracósmica y, en consecuencia, no se debe buscar el entero sentido de su aparición en el mundo, en especies precedentes, o en el polvo de la tierra.

Junto a las precedentes tesis, será pertinente disolver algunos errores muy extendidos en esta temática, por ejemplo: a) las opiniones que defienden una incompatibilidad entre los datos de la paleontología, los descubrimientos de la ciencia positiva y la Revelación divina, puesto que cuanto más se estudian pacientemente los descubrimientos disponibles, más afinidad se encuentra entre los distintos saberes; b) las paradojas del evolucionismo y neoevolucionismo; c) el escepticismo que puede provocar el acalorado debate sobre qué género o especie de prehomínido dio lugar al hombre actual, pues, en rigor, dado que la persona es especialmente espíritu, no es tan relevante que su cuerpo tenga precedentes en el mono (por el parecido morfológico), en el cocodrilo (por la similitud del bulbo raquídeo), en el cerdo (por la afinidad en el código genético, etc.

En cuanto a las coordenadas espacio-temporales que en los descubrimientos se manejan, también conviene advertir que: a) de momento, como los restos son tan escasos y dispares, no hay que extrapolar los datos de cada hallazgo para sentar que todos procedemos de África, Asia, Europa u Oceanía… b) Tampoco son tan relevantes las fechas que se cuentan por millones de años en el umbral de la historia, si es que el hombre, más que un ser histórico, posee un tiempo propio del espíritu que es muy distinto del tiempo físico.

  1. Unos pocos fotogramas de una gran superproducción

Para comenzar, es pertinente distinguir entre el proceso de humanización[18], que estriba en el perfeccionamiento intrínseco de la esencia humana[19], del proceso de hominización, consistente en la evolución morfológica de los caracteres somáticos, biológicos del hombre. Se adjunta una tabla de fechas aproximada del proceso de hominización según los datos disponibles. Lo que el elenco muestra son los pocos eslabones conocidos entre los muchos perdidos. Debido a ello, el paso de uno a otro presenta muchas dudas y dificultades, pues los restos óseos son intermitentes. Lo que disponemos hasta el momento son como unos cuantos fotogramas de un gran largometraje. De momento se suelen clasificar estos géneros de primates en (edad en millones de años):

1) Aegiptopitecus y propliothecus: 30 

2) Proconsul, Micropithecus y Dentropithecus: 22-18

3) Apropitheco, Driopithecus: 18-17

4) Kemapithecus: 16-14 

5) Orangután, Gorila, Chimpancé: 16 (hasta hoy)

6) Ramapithecus: 14-10

7) Sivapithecus: 12-8

Como nota curiosa cabe mencionar un ejemplar del género Ramapihecus recién descubierto (2002[20]), el Pierolapitecus Catalaunicus, aunque popularmente se le conoce como Pau (Pablo). Debe su primer nombre al lugar concreto de su hallazgo, Hostalets de Pierola (Barcelona), y el apellido a la región (Cataluña). Ni éste, ni ninguno de los ejemplares de la tabla se consideran del género Homo. Tras estos primates, aparecieron otros, que son mucho más cercanos al género de los Homo, a los cuales (de los que se tiene noticia) se les suele clasificar así (edad en millones de años ):

1) Orrorin tugenensis: 6

2) Ardipithecus ramidus kadabba: 5,8

3) Austrolopithecus: 4

4) Kenyanthropus platyops: 3,5

5) Paranthropus: 2,85

6) Homo: 2,5

Pasemos a su breve descripción:

1) Orroin significa “hombre original”. De los Orroin tugenensis, descubiertos en el 2001[21] en Tugen Hill (Kenya), se discutía hasta hace poco si fueron bípedos, aunque un reciente hallazgo de femur perteneciente a este género parece ratificar su bipedismo[22]. Sin embargo, aunque sus descubridores afirman el bipedismo, Haile-Selassie y White lo niegan. Cuando se estudia este punto, también se desconoce por qué motivo surgió el bipedismo. Sus descubridores estiman que ellos dieron origen a los Praeanthropus, un género nuevo no catalogado, del que surgirían más tarde los Homo.

2) Los Ardipithecus “monos del suelo” fueron descubiertos en 1994, y se suponían de 4, 4 millones de años de antigüedad. Se considera que una variante de ellos son los Ardipithecus ramidus kadabba, descubiertos en el 2001[23]. De estos también se discute si fueron bíbedos, pues por el pié parece bípedo, mientras que el resto de los huesos son similares a los simios. Además, frente a los ardipithecus que al parecer vivían en el suelo, se considera que éstos vivieron en bosques. Tampoco sabemos con certeza si de ellos surgió el género Homo.

3) El Austrolopithecus “mono del sur” no se considera del género Homo. Vivió en África. Dispuso de industria lítica elemental (guijarros). Poseyó de 500 a 700 cc. de cerebro, y se extinguió aproximadamente hace 1, 4 millones de años. Se suele considerar que el género Homo desciende de una especie de Austrolopithecus. Como en él se suelen distinguir varias especies, hay tantas opiniones al respecto como descubridores. Se consideran especies de Austrolopithecus las siguientes ( edad en millones de años ):

a) anamensis[24] 4,2

b) aferensis[25] 3,88

c) bahrelghazali[26] 3,5

d) africanus[27] 2,8 – 2,3

e) gardi[28] 2,5

Todos los descubridores de los restos óseos de las especies de Austrolophitecus coinciden en que los antepasados de los Homo deberían ser alguna especie de Austrolopithecus poco robusto. En cambio, para otros paleontólogos como Louis, Mary y Leakey, los Homo no descienden de ningún Austrolopithecus, sino de otros homínidos aun no descubiertos (Pickford y Senut, como ya hemos visto, apuntan como origen de los homo a los Orroin, 2 millones de años anteriores a los Austrolopithecus).

4) Los Kenyanthropus, “hombre de Kenya”, se catalogan de 3, 5 a 3, 2 millones de años. A esta especie pertenece un cráneo hallado el 2001 en el lago Turkana (Kenya) por Leakey, M., y Spoor, F.[29]. Ellos lo llamaron Kenyanthropus platyops, que no sería antepasado directo del hombre.

5) Los Paranthropus, en los que se distinguen varias especies ( edad en millones de años ):

a) Aethiopicus 2,85 – 2,3

b) Boisei 2,3 – 1,3

c) Robustus 1, 8 – 1

7) Los Homo siguieron en tiempo a los precedentes. A pesar que se fechan a partir de 2, 5 millones de años, la ciencia experimental basada en el estudio de las moléculas estima que el linaje de los Homo y el del chimpancé debieron separarse hace unos 5 millones de años.

  1. El clan de los Homo impersonales

Como se ha visto, el árbol de los homínidos es ramificado. De manera que existe mucha dificultad para determinar qué rama dio origen a los Homo. Por lo demás, dentro de los Homo se suelen distinguir las siguientes especies ( edad en millones de años, si no se especifica lo contrario ):

1) H. Rudolfensis: 2,5 – 1,8

2) H. Habilis: 2,5 – 1,8

3) H. Ergaster: 1,8 – 1,4

4) H. Erectus: 1,6 – 38.000 años.

5) H. Antecessor: 750.000/800.000 años

6) Homo Sapiens: 270.000 años.

1) El Homo Rudolfensis es del primero del se declara que consumía carne de animales. Posee unos 1.000 cc. Mientras unos consideran que es éste el primero de los Homo, otros piensan que lo es el Habilis. Para Leakey, M., y Spoor, F., el Rudolfensis no pertenecería al género homo. Aún hay quienes opinan que ambos pertenecen a una misma especie, aunque unos se distinguen de otros en que los Rudolfensis son más robustos que los Habilis.

2) El Homo Habilis (hábil) o Pithecantropus fue descubierto por Louis y Mary Leakey. No usa el fuego, no entierra a sus muertos, se halla en África oriental, y se extinguió hace aproximadamente 1, 5 millones de años. Es el primero que usó herramientas, aunque su cultura lítica es poco desarrollada: punzones, lascas, etc., pertenecientes a los yacimientos de Olduway -entre Tanzania y Kenia-. Para Wood, B., en cambio, los Habilis no pertenecen al género Homo, sino que se trata de un Austrolopithecus.

3) El Homo Ergaster (hombre trabajador) es de mayor cerebro. Talla la piedra de modo más elaborado (lascas bifaces, largo filo, martillos, picos, etc., de la industria achelense). Se le considera el primero que abandonó Africa y pasó a Europa[30] y Asia (en concreto en Dmanisi -Georgia-). Es más robusto que el Erectus, aunque algunos consideran a ambos de la misma especie.

4) El Erectus (marcha erecta) es el primero del que nadie duda que pertenece a los Homo. Usó el fuego. Su industria lítica fue más desarrollada (hachas, casas, etc., de Java). Unos consideran que se extinguió alrededor de hace unos 100.000 a 200.000 años. Otros, en cambio, que llegó hasta los 28.000 años. Posee entre 775 y 1.200 cc. Es de menor estatura que el Sapiens. Algunos mantienen que es el primero de los Homo que emigró de África. A esta especie pertenece el joven de Turkana (Kenya)[31].

Al Erectus se le considera el ascendiente del recién descubierto Homo Floresiensis (Hombre de Flores), que debe su nombre a la isla de Indonesia donde se ha llamado. Se trata de un homínido de baja estatura y poco peso que por su tardía permanencia (de 95.000 años hasta hace 12.000 años) se supone que convivió con los sapiens. Poseía 380 cc. de cerebro, 1 mt. de altura y entre 16 y 28 kg. de peso. Fabricaba útiles de piedra, cazaba en grupo y utilizaba el fuego[32].

5) El Antecessor (pionero) parece provenir de África y sería descendiente de los Ergaster. Se mantiene la hipótesis de que esta especie habría dado lugar en África a los Homo Sapiens (quizá a través del Homo Rhodesiensis), y en Europa a los Heidelbergenses. Los restos más numerosos se encuentran en la Gran Dolina de Atapuerca -Burgos- (España), descubiertos en 1994. Se estima que, procedentes de África, llegaron a Europa alrededor de hace 780.000 años[33]. Su industria lítica sigue siendo precaria. Posteriores a ellos son los restos hallados en Ceprano (Italia), de 600.000 años, aunque su especie es dudosa. Y no se ve vinculación entre los Antecessor y los restos italianos. Tampoco entre los Antecessor y los Sapiens, en concreto los Heidelbergensis.

6) A los anteriores sucedieron en antigüedad los Sapiens. Parece que salieron de África mucho después que los precedentes, quizá alrededor de 200.000 o 150.000 años. No todos los Sapiens son verdaderamente sapiens, en el sentido que hoy se da a la palabra saber, pues el pensamiento abstracto o simbólico del que se tiene constancia data sólo de hace unos 70.000 años aproximadamente.

  1. La saga de los sapiens y sus instrumentos

Ninguno de sus representantes, salvo el último (SapiensSapiens), se consideran personas. En este grupo los estudiosos se preguntan sobre todo acerca de dos temas: por una parte, el llamado “eslabón perdido”, es decir, qué especie de homínidos son los inmediatamente predecesores de los hombres tal como los conocemos en la actualidad; por otra, cómo distinguir con rigor al SapiensSapiens de sus predecesores y de aquellos homínidos que convivieron con él pero que no fueron personas. Atendamos a ellas.

  1. a) El eslabón perdido.

Hasta la fecha, no sabemos con seguridad cuántos géneros de homínidos existieron y de cuál de ellos surgió el género homo. Tampoco conocemos con certeza de qué especie de homo proceden los Sapiens Sapiens. De modo que el eslabón perdido sigue extraviado. Entre los sapiens se distinguen varias especies:

1) H. S. Arcaico                       (270.000 – 130.000 años).

2) H. S. Heidelbergense           (500.000 –  300.000 años).

3) H. S. Neanderthal

a) antiguos (300.000 –    60.000 años ).

b) modernos                  (60.000   –    27.000 años ).

4) H. S. Cro–Magnon  (40.000   –    10.000 años     ).

5) H. S. Sapiens (30.000   –    hoy).

1) Del Arcaico se encontraron restos junto al lago Turkana en Kenya del 270.000 años. Asimismo en Galilea (90.000 años). En Australia (50.000 años). Y en la tundra de Siberia (30.000 años). Vivía en cuevas.

2) El Heidelbergense lo encontramos, por ejemplo, en Boxgrove (500.000 años), en la ciudad alemana de Heidelberg (300.000 años a. C), de la que recibe su nombre, y en la española Sima de los Huesos de Atapuerca (Burgos), un yacimiento completo de al menos 28 individuos de una tribu (300.000 años). Éste fabricó vestidos de cuero, usó cantos rodados del río Arlanzón, fue cazador y recolector. Se le considera el antepasado tanto del Neanderthalense como del Cromagnon, y se dice que pobló Europa[34]. Aunque algunos defienden la hipótesis de que enterraba a los muertos[35], se puede sostener también que la forma en que se presentan los huesos del yacimiento se pueda deber a un accidente natural[36].

3) El Neanderthal habitó en Europa, África y Asia hace aproximadamente entre 100.000 y 35.000 años. Se llamó así porque los primeros restos se encontraron en el valle de Neander (Düsseldorf, -Alemania-) en 1856. A ese hallazgo siguieron los de la Chapelle aux Saints (Francia). Al parecer los Heidelbergensis dieron lugar a los Neanderthales, aunque éstos eran menos corpulentos que sus predecesores. Los arcos supraorbitales de éste son muy pronunciados, su frente es huidiza y la barbilla pequeña. En cambio, tenían más capacidad craneana que nosotros (1.500 cc.), lo cual indica que no hay correlación directa entre el tamaño del cerebro y la inteligencia. Fueron de constitución fuerte y hábil. Dedicados a la caza y a la recolección. Expertos talladores de la piedra, por lo que se les considera los primeros artistas[37]. Se trata de la industria musteriense. Manejaron útiles de madera (industria de Abric Romani -Barcelona-, 50.000 años), de hueso (Eslovenia, 45.000 años). Usaron el fuego. Vivían en cuevas. Vestían ropas. Se agrupaban en comunidades. Disponían de costumbres rituales. Según algunos, poseían lenguaje. Cuidaron a los enfermos y ancianos. Enterraron a sus muertos. Pese a lo cual todavía se discute si el motivo de estas conductas era o no religioso. El parecido en todo ello con el hombre moderno es tal que para Trinkaus, Stringer o Gamble las diferencias entre ambos son accidentales o de costumbres y lenguaje[38].

Los yacimientos de Klases River Mouth o Border Cave en Sudáfrica, los de el río Omo en Etiopía corresponden a este grupo. Se datan entre 130.000 y 100.000 años a. C. Con 117.000 años están fechadas las huellas de una mujer en la laguna de Langebaan (Sudáfrica)[39]. Disponemos también de restos Neandhertales en Israel datados en 90.000 años: las cuevas de Tabun y Amud. Su cultura es musteriense[40]. Precedente a esas fechas los restos fósiles no se presentan asociados a restos culturales que indiquen conducta simbólica. No se sabe por qué se extinguieron los Neandhertales. En efecto, su desaparición se considera todavía un enigma[41], aunque se han aventurado diversas hipótesis: a) fue debido al agotamiento de la caza y a no ser agricultor[42]; b) se debió a que los humanos acabaron con ellos (asunto incomprobado); c) fue debido a enfermedades (sin prueba). d) No se extinguieron, sino que se mezclaron genéticamente con los hombres modernos[43], pero la biología molecular desmiente esa teoría. En cualquier caso, es imposible que se extinguieran por el clima glaciar, pues convivieron con él durante varias épocas en un periodo de 200.000 años. 

4) El Cro-Magnon se encuentra en Europa. Se le considera protoagricultor, y precisamente por ello pudo sobrevivir. Tiene conductas rituales[44].

Recientes hallazgos de restos pertenecientes a homínidos son: los de Burgos –España– (1994) sobre el Homo Antecesor (basándose en ellos se declara que los primeros homínidos emigraron a Europa desde África antes de 780.000 años); los de Java (1994) sobre un fósil similar a Homo Erectus, de 1, 8 millones de años; los de Yangtze –China– (1995), sobre restos homínidos similares al Homo Habilis de 1, 9 m–a; los de Rift-Chad –África–, caracterizados como Austropolithecus de 3 m–a. de Dmanisi (Georgia), al sur del Cáucaso, datados con 1, 6 o 1, 7 millones de años (los más viejos de Europa), clasificados como Ergaster. El Hombre de Tautavell (Pirineo oriental francés), 40.000 años. Un hallazgo reciente que sorprendentemente se encuadra en un lugar del norte de Israel llamado Benot Yaakov, en el que se ha comprobado que los homínidos, seguramente Ergaster, Erectus o Sapiens primitivos que se dedicaban a la recolección y la caza, utilizaban el fuego hace 790.000 años[45]. Sin embargo, todos esos descubrimientos no pertenecen a personas humanas tal como hoy las entendemos.

5) El Sapiens Sapiens más antiguo descubierto es el de Blombos Cave -Sudáfrica-, y está fechado en unos 77.000 años[46]. Se admite que hace alrededor 40.000 años llegó a Europa. Su cultura era mucho más compleja que la de sus precedentes: es la auriñaciense, que es enigmática, porque parece surgir de la nada[47], y está datada entre 130.000 y 40.000 años. Se emplea también el hueso, cuerno y dientes. Son hábiles artesanos. Hallazgos europeos célebres son los de Hohlestein-Stadel en Alemania (32.000 años a. C.), Chauvet en Ardèche -Francia- (30.000 años) las Cuevas de Altamira -España- (15.000 años a. C.). Y en Ásia, los de Tell Haula, junto al Eufrates (de 10.000 a 5.700 años). ¿De donde procedían? Los estudiosos apuntan a África. Unos ponen como antecesores suyos a los Homo Rodhesiensis, otros a los Heidelbergensis africanos. Los Sapiens Sapiens traen el cultivo de la tierra y la domesticación de los animales. Entierran a sus muertos acompañándolos de ornamentos y objetos, lo que sugiere que creían en la vida de ultratumba. Usan el fuego. Fabrican estatuillas, pinturas, agujas; pulen minerales; construyen chozas, palafitos, dólmenes, etc. Al Homo Sapiens pertenece la especie humana.

El hombre moderno dispone, de ordinario, de una media de 1.250 cc., aunque se haya registrado algún caso, perfectamente inteligente, que sólo disponía de unos 900 cc. El tamaño de su cráneo es inferior -como se ha indicado- al de los Nearderthal, y desde hace 20.000 años se observa una clara reducción estable del tamaño del mismo. En el sapiens no importa tanto la capacidad craneana como las circonvoluciones y la funcionalidad cerebral[48].

Al sapiens sapiens se le enmarca alrededor de los 40-30.000 años a. C., es decir, unos 400-300 siglos -como mínimo- antes de nuestra era[49]. Con todo, en 1993 se descubrieron tumbas de hombres modernos mucho más antiguas (100.000 años), esto es, 1000 siglos[50]. Por otra parte, y como se recordará, la prehistoria comienza con los relatos de los pueblos del creciente fértil de Asia Central (el arco formado entre el Jordán, el Tigris, el Eufrates y el norte de la India). Todos ellos son hombres modernos. Los primeros vestigios de estas civilizaciones humanas se fechan alrededor del 9.000 a. C., o sea, unos 90 siglos antes de nuestra era, y se les hace coincidir con lo que llamamos Neolítico[51]. De manera que, entre la aparición de los sapiens sapiens hasta la prehistoria todavía queda una noche oscura de unos entre 310 o 210 siglos por esclarecer. Además, desde la prehistoria hasta la época de los grandes imperios también queda una gran laguna histórica, pues transcurrieron bastantes siglos, unos 60, desde el Neolítico hasta los primeros imperios de los que tenemos noticia, que no sobrepasan los 30 siglos a. C[52].

Se han encontrado restos de hombres de nuestra especie fechados aproximadamente alrededor de los 100.000 años en Jebel Qafzeh y Mugharet Es-Skhul (Israel). También en Herto (Etiopía) se han descubierto dos cráneos de adultos y uno de niño que vivieron entre 154.000 y 160.000 años. Los mayores tienen una capacidad craneal de 1350 y 1450 cc., es decir, un poco superior a la nuestra, y las características faciales son iguales a las nuestras. A estos tipos de homo sapiens se le ha llamado idaltu, que significa “ancestro”. Además, según sus descubridores, también practicaban ritos funerarios, lo cual es indicio de inteligencia[53].

b) El testimonio de los instrumentos.

En la práctica, podemos conocer que algunos restos fósiles estuvieron dotados de inteligencia por los instrumentos que usaron. Instrumento es aquello que podría haberse hecho de cualquier otra forma y que se ha hecho con otro[54]. El hombre es el único que crea o, más propiamente, inventa, y luego usa adecuadamente instrumentos. Para crear instrumentos se requiere universalizar, es decir, se precisa de la inteligencia. Sin universalizar, de una piedra afilada, por ejemplo, sólo se vería una utilidad: cortar por su filo; pero no se podría educir de ella una posible hacha, o un objeto decorativo, o pulir sus esquinas para la construcción de una punta de flecha, etc. El animal (ej. mono) no crea instrumentos diversos, sencillamente porque no universaliza, es decir, no puede sacar varias posibilidades de una realidad física. Como no puede lograrlas, no puede darse cuenta de ello, esto es, no puede acumular experiencias. El homo habilis, el erectus, y el sapiens sí lo hacen. Pero el hábilis y el erectus no son personas. Por tanto, ¿cómo distinguir a los que son personas de los que no los son?

Se puede mantener que, salvo los sapiens, el resto funcionaban con la imaginación[55]. No eran inteligentes. El sapiens es inteligente, y lo manifiesta ante todo en la versatilidad de sus instrumentos, en el arte, es decir, en la comprensión de símbolos, en el enterramiento de los muertos de la propia especie, en actividades sapienciales como la magia, etc. Pensar implica inmaterialidad. Hay varias manifestaciones de que ese pensar se da en el sapiens:

1) El arte, que es simplemente arte, es decir, sin ninguna finalidad práctica[56].

2) El enterramiento de los muertos, porque se considera al hombre como fin en sí y no subordinado a la especie[57].

3) El canibalismo ritual, para hacerse con las virtualidades del muerto, por la misma razón que la precedente.

4) La distinción de rangos sociales, manifestadas en el arte (ej. cadenas, collares para el soberano; determinados atributos para tal guerrero), porque se valora a cada quien, o por lo menos, se valora a los individuos de la especie según determinados tipos, etc.

Si cada quién es tal o cual sujeto, no uno más del grupo o de la especie, valorarlo en sí indica que lo que prima en ese momento no es la animalidad o la homineidad sino lo personal sobre lo específico. Empero, antes que en los sapiens, las precedentes manifestaciones se dieron indudablemente en los neanderthales. ¿Acaso éstos eran hombres? La respuesta afirmativa choca contra el siguiente escollo: entonces, ¿por qué se extinguieron? Y si no lo eran, ¿cómo fueron capaces de realizar esos trabajos artísticos?, ¿tal vez por imitación de los humanos como los monos han ejercido siempre multitud de gestos humanos por imitación? La investigación paleontológica queda abierta, y tanto el lector como el autor de estas páginas tienen todo derecho a persistir en su inconformidad, que tal vez pueda paliar nuevos descubrimientos…

En suma, ¿qué decir de todo esto, o sea, tanto del apartado a) como del b)? En primer lugar que hay que agradecer el trabajo de los paleontólogos y animarles en esa dirección. En segundo lugar, no viene mal recordarles que deben evitar extrapoladiones ideológicas. En tercer lugar, reiterarnos la pregunta clave: ¿cómo distinguir de entre todas esas especies las que son personas de las que no lo son? Tal vez lo más sencillo sea no mirar al pasado en sí mismo, sino al pasado desde el momento actual, es decir, a la permanencia y proyección de esas especies. En efecto, los sapiens sapiens no se pueden extinguir por escasez de instrumentos para hacer frente al medio ambiente, sino por superabundancia de los mismos y lo sofisticado de ellos (ej. bombas nucleares, de hidrógeno, etc.). Pero es claro que los que no son sapiens sapiens se extinguieron. De manera que cabe sospechar que no eran personas tal como nosotros las entendemos.

  1. EL DARWINISMO O EVOLUCIONISMO Y SU CRÍTICA

a) El darwinismo o evolucionismo.

Como es bien conocido, el darvinismo clásico debe su nombre y modelo explicativo de la génesis de la humanidad a Darwin (1809-1882), quien defendía un estricto evolucionismo, es decir, que el hombre derivaba enteramente de especies animales precedentes por evolución[58]. Admitía que la evolución se desplegó por dos motivos: por aislamiento geográfico y por selección natural de dichas especies. Ello dio lugar a que sobreviviesen las especies mejor dotadas.

Planteamientos afines al de Darwin sostuvieron en su misma época autores como Lamark[59], Greoffroy Saint Hilaire, Wallace, Wells, Grant, Matthew, Buch, Rafinesque, Herbert, Haldeman, D´Omalius, Owen, Freke, Spencer, Naudin, Keyserling, Schaaffhausen, Lecoq, Von Baer, Hooker, etc. Como también es conocido, esta tesis fue asumida y celebrada por el marxismo. A partir de ese primer arranque dentro del evolucionismo destacan los nombres de Huxley, Haeckel, Clifford, Romanes, Paerson, Westermarck, etc. Por lo general mantenían el “continuismo”, es decir, la paulatina y lenta transformación de las especies. Frente a esta tesis se opuso la de las “mutaciones bruscas”, defendida, entre otros, por De Vries.

b) Las críticas al evolucionismo.

El evolucionismo admite unas críticas internas y otras externas. Desde dentro de la propia teoría se deben rectificar sus dos pilares centrales por varias razones:

1) El evolucionismo admite, por una parte, que la clave explicativa de todo lo que ahora existe está en el pasado y, por otra parte, acepta que lo que ahora existe es mejor que lo que existía en el pasado. A su vez, augura que en el futuro se darán especies mejores. Como es obvio, ambas tesis (la referida al pasado y la referente al futuro) no se pueden mantener sin contradicción. Como se ve, el evolucionismo se parece, por un lado, a un pensamiento mítico, pues pone en el pasado todo el peso explicativo de lo que en el presente existe y sucede[60]. Por otro lado, admite que las especies que perduran son mejores que las de antaño, de modo que hace surgir lo más de lo menos sin ninguna ulterior explicación. Eso es un pensamiento similar al de la magia, pues ésta pone las claves explicativas en el futuro y no acaba de saber por qué las cosas mejorarán y qué vinculación tienen esas con los sortilegios lingüísticos que se profieren. En fin, que es una hipótesis que no está teóricamente bien formulada.

2) La especificación por adaptación al medio no rige en el género Homo[61]. Las especies de este género adaptan el medio a ellas, no se adaptan ellas al medio. Eso es así porque crean instrumentos. En efecto, mientras la evolución en los demás animales presenta una progresiva especialización, determinación, de sus órganos y facultades para unos objetivos muy concretos, en los Homo sucede el proceso inverso: cada vez su organismo se va desespecializando más. Si el cuerpo humano es indeterminado, inadaptado, y si su especialización no depende de la embriogénesis, sino en grandísima medida del aprendizaje, ello indica que el hombre biológicamente sería desde todo punto de vista inviable si no estuviese (como advirtió Gehlen) dotado de inteligencia.

3) La especiación por selección natural tampoco rige en el género Homo, porque no sobreviven los más fuertes o dotados, sino los más inteligentes, aunque sean débiles. La distinción entre esas especies es de capacidad y, sobre todo, de funcionalidad cerebral[62], lo cual es correlativo con un comportamiento cada vez menos instintivo[63] y, por lo tanto, de la mayor correlación no instintiva entre cerebro y resto del cuerpo, especialmente las manos, merced a que el cuerpo humano es inespecífico en cuanto a su relación con el medio, porque es apto para trabajar.

4) Más que una crítica interna, el evolucionismo cuenta con una imposibilidad: la de explicar la aparición de la inteligencia, pues el evolucionismo ceñido en exclusiva a lo corpóreo ha sido por definición materialista, mientras que la inteligencia -como se demostrará- es inmaterial. Por eso, las propuestas de interpretación de este hecho extraordinario dentro de ese movimiento son bastante débiles[64]. Darwin admitía que la evolución de la inteligencia no difería de la del cuerpo, y que ambas se dieron paulatinamente merced a pequeños cambios progresivos[65].

El evolucionismo admite también una serie de críticas filosóficas que van más allá de sus propios postulados. Destaquemos algunas:

1) Si el hombre se hace hombre en lo corpóreo (hominización) no por adaptación morfológica, sino por modificación cerebral, parece preciso admitir que la modificación cerebral es educida por la influencia de la inteligencia, pues una vez aparecida ésta la modificación cerebral del hombre parece haberse detenido en su evolución. ¿Por qué se ha detenido el proceso de hominización? Porque el cuerpo humano no puede ser potencial indefinidamente. Visto desde sus partes: porque el crecimiento de neuronas libres no es ilimitado; porque despotencializar las manos indefinidamente (para coger objetos, por ejemplo, tanto con la palma como con el dorso, o lateralmente) sería contraproducente, pues daría lugar a la equivocidad, y con ella a la incompatibilidad e inoperancia; sería ineficiente; etc.

2) El hombre se hace hombre, en rigor, con la aparición de la inteligencia (tomando este término en sentido amplio). Por eso puede dominar el ambiente. La inteligencia no es de la especie, sino de cada quién. Ello significa que el hombre, cada uno, es persona. La inteligencia no es ningún instinto, ninguna tendencia natural, sencillamente porque subordina todas las tendencias a ella, de tal modo que suspende la índole necesaria y determinada de su predominio en la conducta. La inteligencia no es la conducta, sino que detiene la misma (ej. los que más piensan, esos de los que despectivamente algunos dicen que están abstraídos, son los que se comportan menos instintivamente). Pensar no es tender ninguno, sino fin en sí, saber, teoría. La teoría exige suspender la actividad práctica. Pensar es centrar la atención, o también, “pararse a pensar” –como señala Polo–; es decir, no hacer nada, sino simplemente pensar. Sólo pensando estamos al margen de la acción y, así, podemos dotarla de sentido y transformarla.

3) La inteligencia y la voluntad no se heredan porque no tienen soporte orgánico. Postular que el hombre no tiene inteligencia inmaterial, en el fondo alma, se refuta por muchos argumentos: uno, diciendo que podemos pensar lo inmaterial, lo universal, e incluso irreal, y esto último no existe. Lo irreal es inmaterial; si la inteligencia puede pensarlo, es inmaterial. Por eso, la inteligencia no deriva de la biología; no es evolutiva; no es de la especie, no se hereda, sino que es de cada quién (ej. del cruce de dos premios Nobel en medicina nace un niño que de entrada es “tabula rasa” en su inteligencia, es decir, que parte de cero). Una inteligencia sólo se puede explicar porque ha sido creada por otra superior, que no tenga inteligencia sino que la sea.

4) La naturaleza humana no es medio sino fin. El evolucionismo interpreta la naturaleza humana como un eslabón de la cadena evolutiva, no como fin en sí misma. Para reparar en lo erróneo de este aserto basta apelar a los hábitos de la inteligencia y a las virtudes de la voluntad, pues éstos hacen mejorar la esencia humana en sí misma, elevándola, de modo que ella no esté en función de lo biológico, sino que lo biológico esté en función de ella, puesto que es ella la que crece intrínsecamente. Que los hábitos y la virtud no son algo de la especie –tampoco el vicio– salta a la vista, porque no se heredan. La virtud está por encima de lo específico, de lo propio de la especie humana. Por eso con la virtud se puede ennoblecer lo humano o con su defecto corromperlo. En este segundo caso se habla de vicio. Si la virtud no fuera superior a la naturaleza humana, no sería susceptible de educarla, protegerla, y tampoco de enviciarla.

5) La desespecialización corpórea indica que el cuerpo es cada vez más potencial, es decir, más apto para más posibilidades. Ahora bien, la potencia lo es en razón de un acto previo. El acto previo que puede educir diversas potencialidades del cuerpo es la persona, cada quién. Ese educir posibilidades del cuerpo indica que éste está hecho para hacer. El hombre, también el sapiens, es faber. ¿Por qué el hombre está hecho para trabajar? Biológicamente, porque si no trabaja se extingue. Seguramente por ello el homo habilis y el erectus se extinguieron, porque su capacidad fabril fue insuficiente para adaptar el medio a sus necesidades, mientras que el sapiens sólo se puede extinguir por la razón contraria, a saber, por construir artefactos que destruyan el medio y a sí mismo[66].

6) Es claro que en los hombres el núcleo personal no se pasa de unos a otros, porque cada persona es irrepetible. Yo no soy yo en virtud de algo que ha evolucionado en mi padre, declara Spemann[67]. De ahí se deduce que el hombre (sapiens) no está en función de la especie, sino al revés; es la especie la que está en función del hombre (todo lo que en nosotros es característico de la especie lo ponemos al servicio de nuestros planes, de nuestra inteligencia personal).

  1. La “evolución” del evolucionismo: neodarwinismo o neoevolucionismo

La historia de las teorías evolutivas es ya compleja[68]. Alrededor de 1930 tomó celebridad el neoevolucionismo. Este neodarwinismo, también llamado teoría sintética, intentaba hacer compatible la selección por adaptación natural con la transmisión genética. En cuanto al primer punto, seguía manteniendo, como Darwin, que surgen nuevas especies debido a la separación geográfica continuada, de modo que al cabo de mucho tiempo de no compartir una especie sus cambios genéticos con las demás perdería la posibilidad de ser interfecunda con las otras. En cuanto a la segunda, a la transmisión genética, se defendía que puede darse una nueva especie, viviendo el mismo lugar y al mismo tiempo que otra, a causa de una mutación cromosómica en un individuo que se cruce con otro individuo de distinto sexo que haya sufrido la misma mutación.

Como se puede apreciar el neoevolucinismo se separó del evolucionismo clásico en que ya no admitía el gradualismo, es decir, que los cambios en la evolución se producen de modo gradual por acumulación de mutaciones producidas por azar. Frente al gradualismo se propuso la teoría del equilibrio puntuado, según la cual la evolución de las especies se produce de forma abrupta. De este parecer son los biólogos actuales Kimura, Ohta, etc., quienes tienden a opinar que la evolución no se da de modo gradual o lenta, sino a base de mutaciones genéticas y cambios repentinos que se transmiten hereditariamente. De este modo se explicaría por qué el registro fósil tiene tantas lagunas entre especies distintas. Por lo demás, el neodarwinismo también ha criticado la tesis de que sobrevivan los individuos más dotados de la especie.

Ayala es actualmente uno de los principales representantes neoevolucionistas que admite tanto la selección natural y la transmisión genética como el azar. Añade, además, que todo depende de causas naturales. Sin embargo, acepta a la vez el azar y el plan divino, asuntos ambos que no parecen ser defendibles sin contradicción. No obstante, esa tesis tiene a su favor que defiende que la evolución es compatible con el cristianismo, asunto correcto si se entiende bien la evolución[69]. Otros evolucionistas contemporáneos como Gould y Eldredge no admiten la selección natural ni tampoco una evolución continuada, sino cambios bruscos seguidos de largos periodos de estabilidad. Actualmente Grasse, Hitching y Rattray, critican el neodarwinismo mostrando sus insuficiencias. Los dos primeros sostienen, por ejemplo, que el azar debe ser sustituido por los “planes” en la evolución. Grasse llega a mantener que ese plan es de Dios.

Por otra parte, mientras que a Darwin se le hacía duro no admitir un plan en la evolución[70], algunos evolucionistas actuales no tienen ningún reparo en rechazar cualquier plan[71], pero ese rechazo no sólo no es ciencia, sino que muestra a las claras que no lo es, pues la ciencia sin orden no es tal, y el orden es precisamente el plan. Sin embargo, estos autores prefieren el azar al orden. A ellos responde Chauvin que el azar y el tomar las mutaciones genéticas de ADN como “errores” ocasionales que dan lugar al origen de las especies no concuerda con la ciencia biológica[72]. Este autor cuestiona también, tanto biológica como paleontológicamente, la teoría del gradualismo de aquellos autores (a la hipótesis gradualista también se opone Gould). Teniendo en cuenta lo que precede, Chauvín concluye que el darvinismo es, en rigor, una creencia, una ideología que intenta negar la indiscutible inteligencia que está plasmada en los programas biológicos de los seres vivos, y “todo programa -declara- supone la existencia de un programador”[73].

Afín al neodarwinismo contamos en la actualidad con una especie de neodarwinismo de cuño más bien social. Se trata de una corriente de opinión mundial cuya proclama también se basa en la selección entre los hombres. La distinción entre este neoevolucionismo social respecto del evolucionismo clásico es que es menos paciente que el de antaño, pues se propone acelerar el proceso de selección de modo artificial. En efecto, por procedimientos tales como la clonación, la manipulación genética, el uso mediático de embriones, la fecundación in vitro, la eutanasia, el aborto de fetos con malformaciones, las guerras contra pueblos por motivos de raza, etc., se pretende seleccionar a la población mundial según los criterios de fuerza, viabilidad, eficacia.

Por ese ilógico razonamiento se podría legalizar asimismo la muerte de los que sufren enfermedades físicas (cuadrapléjicos, inconscientes, enfermos de sida, cáncer, etc.) o mentales irreversibles (depresiones, esquizofrenias, psicosis, alzeimer, etc.), porque tales hombres ni son fuertes ni productivos. La clave del darwinismo social está, pues, en aceptar drásticamente la ley de la feroz competitividad. Es un naturalismo social que admite como variantes al nazismo, capitalismo, individualismo, etc. No es extraño que en este contexto, la familia entre en quiebra, pues en ella se quiere a cada uno de sus miembros no por su eficiencia, sino por su ser, aunque esté en débil estado. La peculiaridad de este neodarwinismo es que pone la mirada en el futuro, y somete todo el pasado y las condiciones actuales a sus proyectos de porvenir. A pesar de ello, no se despega del predominio de lo material; y por eso sus planes son biologicistas, economicistas, culturalistas, etc.[74].

Similar a la ideología del evolucionismo, aunque de signo contrario, es la del llamado “creacionismo“. Es propia de ciertos grupos que niegan de plano cualquier modalidad de evolución y comprometen a Dios en una paulatina creación de los distintos seres a lo largo de los tiempos. Ambas posiciones, evolucionismo radical y creacionismo, que conviven en abierta polémica, más que ciencia constituyen una creencia, pero no sobrenatural, sino humana. En cambio, la ciencia que acepta una evolución bien entendida es enteramente compatible con la fe sobrenatural.

  1. La respuesta de la ciencia

La biología molecular y la genética actual responden a la paleontología que se puede saber con seguridad que todo el género humano deriva de una primera pareja por dos descubrimientos científicos: el ADN de las mitocondrias y el cromosoma Y[75].

  1. a) Las mitocondrias.

Aunque los estudios en esta dirección no carecen de precedentes, en 1987 se hizo un gran descubrimiento en el ADN mitocondrial, que, como se sabe, se transmite exclusivamente por vía materna. Un equipo de biólogos de la Universidad de Princeton, tras el estudio del ADN de las mitocondrias, llegó a esta conclusión: que todas las mujeres descienden de una sola mujer[76]. A esta teoría se la llamó Eva mitocondrial. A ello añaden, por estudio estadístico, que esa primera madre vivió, entre los 190.000 y los 200.000 años, según mantienen, en África, cuna de la humanidad (modelo al que se ha llamado Arca de Noé), de donde surgieron todas las migraciones (modelo Out of Africa). Este estudio fue precisado por el equipo del japonés Satoshi Horai en 1995, quien concluye que la primera mujer vivió en África alrededor de 143.000 años a. C, fecha que concuerda más con los restos óseos de Sudáfrica y África Oriental (120.000 años a. C.). Los análisis posteriores de este equipo ratifican la teoría del origen africano de los sapiens sapiens.

Los anteriores datos confluyen y concuerdan con otros estudios geográficos, ecológicos, arqueológicos, de antropología física y lingüística. Así, Cavalli-Sforza, basándose asimismo en la genética, supone la existencia de una primera mujer africana hace entre 150.000 y 300.000 años[77]. Con este estudio coincide el de la lingüista Nicols, según el cual los 5.000 idiomas actuales derivan de una primera lengua hablada hace unos 100.000 años en África. Las primeras migraciones datarían de hace unos 100.000 años, pero a falta de restos fósiles fuera de ese continente, se supone que fracasaron. Las que provocaron la eclosión de la humanidad por todo el mundo serían de hace unos 60.000 años. Estos autores defienden el monogenismo, y se oponen decididamente a la hipótesis de la evolución multiregional que proponen algunos paleontólogos. Esta tesis es tan probable en el caso del hombre como real en el caso de unas moscas investigadas. En efecto, se ha comprobado que de las 600 variedades genéticas de moscas drosófilas que viven actualmente en Hawai, todas ellas son descendientes de una sola hembra fecundada.

Los paleontólogos que en 1992 se opusieron a la tesis de la Eva negra (así calificada por ellos) aducían argumentos contrarios al origen africano del hombre y a la cronología de las fechas de la tesis, pues con los hallazgos óseos disponibles se remontaban hasta 1 millón de años en el origen de nuestra especie. Pero no aportaron argumentos de peso para criticar la tesis de una primera madre[78]. Además, como la mayor parte de neodarwinistas, mantenían la tesis poligenista, es decir, que los hombres actuales no descienden de una sola pareja, sino de muchas, de diversos grupos y regiones. Thorne, por ejemplo, que estudió muestras de ADN fósil de varias especies de homo sapiens, admite en su investigación que el origen de los sapiens sea africano, si bien que emigraron de allí hace más de 1 millón de años, y que luego evolucionaron simultáneamente en África, Asia y Europa. Se trata de la teoría multiregional, que también defienden Wilford y Wolpoff[79]. A esta teoría se opone la del origen monogenista del género humano[80].

Admite también Wolpoff que los neanderthales y erectus no se extinguieron, sino que se cruzaron con los sapiens sapiens. Sin embargo, eso ha sido desmentido por la genética reciente, pues se ha comprobado que el ADN de unos y otros es distinto, y que los neanderthales se extinguieron hace 30.000 años. En efecto, científicos italianos y españoles tomaron fragmentos de fémur y de costilla de dos sapiens modernos descubiertos en el sur de Italia y datados entre 23.000 y 25.000 años, y extrajeron muestras de ADN. Compararon el código genético de esos humanos con los actuales y verificaron que la distinción entre ambos sólo varía en 2, 36 de las 360 “letras”. Hay que tener en cuenta que la distinción entre los actuales europeos es de 4, 35 “letras”. En cambio, la distinción entre el ADN de los sapiens de hace 23.000 años con el de 4 neanderthales el número medio de distinciones es de 24, 5 “letras”, lo que imposibilita el cruce genético[81]. Wolpoff también añadía que el ADN de un fósil de 60.000 años (el hombre de Mungo -Australia-), es suficientemente distinto del hombre actual. En efecto, el ADN de ese sapiens antiguo es distinto del de los modernos sapiens.

Por otro lado, Sykes, genetista de Oxford, apoyado también en el estudio del ADN mitocondrial, concluye que todos los europeos actuales descienden de siete mujeres que vivieron hace unos 45.000 años[82]. Sostiene asimismo que esas siete mujeres descienden de uno de los tres clanes genéticos conocidos actualmente en África, lo cual refrenda la teoría de que toda la humanidad salió de África aproximadamente hace 150.000 años, es decir, que llegó a Europa hace mucho más tiempo de lo que se pensaba, asunto que confirman los actuales estudios del cromosoma Y[83].

De manera que del resultado de las últimas investigaciones del ADN mitocondrial se pueden sacar estas conclusiones: a) Se admite el monogenismo y una única cuna para la humanidad, África, con un margen de tiempo que va desde 300.000 a 143.000 años. Esto desbarata las hipótesis del poligenismo y el multiregionalismo, con unas fechas que oscilan entre hace 1 millón de años y 45.000 años. b) Se acepta que los sapiens somos inmigrantes venidos de África, mientras que los neanderthales eran europeos, fruto de un largo proceso de diferenciación. c) No hubo cruce entre los sapiens y los neanderthales. d) Los sapiens sustituyeron a los neanderthales tras convivir con ellos durante mucho tiempo[84].

b) El cromosoma Y.

Los estudios del cromosoma Y empezaron después que los del ADN de las mitocondrias. En 1984 se realizó un estudio con este cromosoma, que, como es sabido, sólo se transmite por vía paterna, únicamente a los descendientes varones. El resultado de la investigación apunta a un cromosoma originario para toda la humanidad[85]. En el 2000 un equipo dirigido por Underhill en la Universidad de Stanford llegó a la conclusión de que el primer hombre, de quien se derivan todos los actuales genes de dicho cromosoma, vivió en África, y al que ha llamado Adán cromosoma Y[86]. Data al varón ancestral de unos 59.000 años a. C. Un estudio similar es el de Yuehai en el 2001 llevado a cabo con varones asiáticos, y la conclusión es la misma: un único padre para toda la humanidad, oriundo de África[87]. La misma conclusión se encuentra en el estudio, en ese mismo año, de Reich, pero con población estadounidense[88].

En el 2002 Spencer Wells ha declarado que todos los varones no africanos de todos los tiempos comparten el marcador M168 del cromosoma Y. Ello indica que la humanidad tiene su cuna en África alrededor de 50 o 60.000 años atrás. Ese marcador dio lugar, por mutación, a tres linajes: el M1, el M130 y el M89. El primero de ellos se originó hace 50.000 años. El segundo dio lugar a los pobladores de las costas asiáticas y a los australianos alrededor de hace 45.000 años. El tercero, a los euroasiáticos hace también unos 45.000 años. A partir de ahí explica, por la mutación de los marcadores, la sucesión de las diferencias genéticas (no coincidentes con las razas) que poblaron el mundo. De este estudio se puede concluir con certeza que existe un origen común para todos los hombres. Además, que el cromosoma Y “es una herramienta mucho más apropiada (que el ADN mitocondrial) para seguir la pista de las migraciones. Muestra más diferencias entre los pobladores, de manera que pueden trazarse los trayectos con mayor exactitud… Que el origen está en África”. Hay problemas en el llamado “reloj biológico”, es decir, en establecer fechas fiables para los marcadores[89]. Como se aprecia, esas fechas no convergen -son en exceso tardías- con las que se auguran para la primera madre de la humanidad, y es imposible que Adán y Eva no se conociesen (a menos que las edades de las primeras personas que poblaron la tierra, más que pluricentenarios, fuesen plurimilenarios…).

En suma, puede quedar aún pendiente de comprobar tanto el lugar de origen, aunque los expertos apuntan a África[90], como la fecha ajustada de aparición del hombre, aunque los científicos repiten la cifra de algo más de 100.000 años. Científicamente hablando es muy probable (por fe es segura) la tesis que defiende una primera pareja humana distinta de los precedentes homínidos. En conclusión, las investigaciones del ADN y las del cromosoma Y cuentan la misma historia, aunque sus tiempos no coinciden. Por lo demás, la ciencia admite que la inteligencia surgió de repente.

Si se comparan los hallazgos de la biología con los de la paleontología, los primeros parecen más certeros que los segundos, pues el código genético es, por así decir, la causa formal del cuerpo humano, mientras que la morfología ósea constituye la causa material a que este código da lugar, y para un filósofo es claro que la causa formal es superior, por activa, respecto de la material. No obstante, ni la una ni la otra constituyen lo más importante de lo corpóreo humano. Por encima de ellas habría que apelar a la causa eficiente. El estudio de ésta entra en juego cuando se investigan los restos de las actividades culturales humanas, o sea, los instrumentos, pues la cultura muestra la capacidad de universalizar propia del pensamiento humano. Sin embargo, al estudiar los aportes de la paleontología, ya hemos visto que el testimonio de los instrumentos no son del todo fiables, al menos para distinguir los sapienssapiens de otros sapiens tales como, por ejemplo, los neanderthales. De seguro que esta incertidumbre se debe a que queda mucho por descubrir tanto en restos óseos como en artefactos. Con todo, ¿podemos acudir a algún otro testimonio más firme que la paleontología y la biología? Probemos con el siguiente: la alusión a la causa final.

  1. La causa final y el orden trascendental

a) La causa final.

Como se sabe, si en la realidad física se agrupan los diversos factores que intervienen en su composición, y se busca distinguir entre sí estos principios que conforman las cosas, se descubre que éstos son los cuatro ya mencionados: causa material, formal, eficiente y final. No existen más principios de índole física. Estas causas o principios exclusivos de la realidad física no se dan por separado, sino conjuntamente (ad invicem, decían los medievales). De manera que para explicar en su integridad la realidad física no se deben aislar estas causas. Además, esos principios ofrecen una neta jerarquía, pues unos son más imperfectos (más potenciales diría Aristóteles), y otros más perfectos (o activos). La causa formal es acto respecto de la materia, pero es potencial respecto de la causa eficiente o movimiento, pues es claro que cualquier estructura física está sometida a los cambios. A su vez, todos los movimientos o cambios son compatibles entre sí porque están coordinados por una unidad de orden cósmico, al que se llama causa final. La causa final es, por tanto, la causa de las causas, en el sentido de que es la rectora de las demás, la que atrae a las demás al orden.

¿Qué tiene que ver esta aparente digresión filosófica con el problema del origen del cuerpo humano que se pretende resolver en este Capítulo? Que si bien se mira, cada enfoque de las ciencias aludidas tiene más en cuenta una causa que las demás. En efecto, la paleontología se ciñe más a la causa material, la biología a la formal, el estudio de los instrumentos, a la eficiente. Pero la causa final todavía no parece haber entrado en la escena de la investigación hasta ahora. Por tanto, si se atiende a las cuatro causas en común, y a su orden de prioridad, no sólo se descubrirá mucho más de lo físico que si se centra la atención en una sóla de ellas, sino que también se podrá dar razón de cual de los aludidos enfoques es superior a otro. El estudio de las cuatro causas, su mutua vigencia y vinculación es central en una vertiente de la filosofía: la llamada filosofía de la naturaleza. De modo que tal vez recurriendo a esta parte de la filosofía esclarezcamos más el problema que tenemos entre manos.

La causa final es la unidad de orden cósmico, es decir, el que toda materia, forma y movimiento sean compatibles con el resto de la realidad física, presentando ésta una disposición armónica. Por el contrario, azar significa caos y se opone a orden, cosmos. El socorrido y omniabarcante azar no sólo no es real, sino que es siempre contrario a cualquier tipo de ciencia, pues la ciencia se rige por causas, reglas, necesidades. De lo contrario no cabe medición, y sin ésta no cabe ciencia. Azar significa, en rigor, carencia de explicación. Si cualquier ciencia explica, y describe lo descubierto con unos parámetros, entonces el azar hay que ponerlo en segundo plano. Además, si en lo real el orden existe, el azar debe ser explicado de tal manera que sea compatible con éste[91]. Algunos científicos actuales como Salet, Moorehead, Kaplan, Murray, Eden, etc., aluden a este tema cuando reconocen una dirección finalista en la naturaleza, e incluso lo explican con modelos matemáticos.

Con todo, el orden cósmico, y dentro de él el de cualquier ser inerte o vivo, ni es ni puede ser completo, exhaustivo, sencillamente porque es físico y no mental, y es claro que lo físico no puede ser enteramente perfecto, porque consta de causa material, que es potencial, imperfecta por definición. Por lo demás, esa razón ya la descubrió Aristóteles. En efecto, el orden del universo, la causa final, pese a ser la causa de las causas, no es la única causa, sino que actúa en concausalidad con las demás. Por tanto, como tiene que ordenar a las demás causas, encuentra en ellas, especialmente en la material, una rémora que se opone a la completa ordenación.

De manera que, frente a las explicaciones neoevolucionistas, la física aristotélica mantiene su valor, al menos en el punto según el cual la causa final gobierna a las demás. Es manifiesto que del orden del cosmos no sólo dependen la ingente cantidad de materia que puebla el espacio, sino también la multitud de formas que informan de diverso modo, aquí y allá, a esa materia. Asimismo, dependen de ese orden todo tipo de causas eficientes, es decir, de movimientos, tanto extrínsecos como intrínsecos (estos últimos son propios de los seres vivos vegetales y animales; por eso al cambio de estaciones se pierden o generan las hojas, se aletargan o despiertan los animales, etc.). Además, la causa final atrae a las demás desde el después al antes, es decir, ordena desde el futuro. Por eso, no sólo las especies vivas, sino también los seres inertes, se perfeccionan, esto es, van cada vez a mejor teniendo en cuenta la totalidad del cosmos.

Como se puede apreciar, el modelo explicativo del Estagirita es tremendamente optimista, esperanzado, pues descubre que en la marcha del cosmos lo mejor está por llegar, es decir, que aunque en alguna parte del cosmos parezca que se va a peor (porque se pierde la vida que antes había), en conjunto -a menos que la intervención humana lo altere negativamente-, siempre se va a más perfección. Pues bien, esos “saltos” que la ciencia experimental todavía no puede explicar, a saber, el que va de lo inerte a la vida[92], de la vida vegetativa a la sensitiva, y de éstas a la multiplicidad compleja de seres vivos, se puede explicar coherentemente desde la física de Aristóteles, pues es obvio que la causa final u orden del universo gobierna toda materia, forma y movimiento, de manera que puede educir más perfección de ellas que la que presentan en un tiempo determinado. En suma, el filósofo de Atenas nos dice lo siguiente: el origen del cuerpo humano se puede explicar en cierto modo por la causa final, pues nuestro cuerpo es perfectamente complatible con el orden cósmico. Otra cosa es que, merced a la inteligencia, el lenguaje que se pueda realizar con el cuerpo humano desborde el sentido del universo.

b) El orden trascendental.

Lo que no puede explicar la teoría aristotélica es el salto del no ser al ser, es decir la creación del universo, y tampoco la creación del hombre como persona. Esto también es filosóficamente demostrable (no hay que relegarlo exclusivamente a la fe). De una y otra cuestión responde Dios, aunque no responde de igual modo, pues mientras que el cosmos es creado de tal manera que vaya a mejor, esa mejoría cósmica no puede dar origen al ser humano, ni a su cuerpo ni a la persona, puesto ésta no es ninguna causa, y aquél no se reduce a las causas físicas. En efecto, aunque el cuerpo humano tenga precedentes biológicos en anteriores especies y, en consecuencia, sea en cierto modo explicable desde esos principios de la realidad física, en virtud de ser vivificado por una persona salta por encima del sentido de lo cósmico.

Lo primero, porque el cuerpo humano está espiritualizado, y por estarlo mantiene -como se verá- una distinción esencial, y no sólo de grado, con cualquier otro cuerpo, por mucho que ese otro se le parezca. Lo segundo, porque un espíritu sólo es explicable desde un Espíritu Creador. Es decir, la persona humana no es un asunto categorial subsumible en el orden predicamental (como la causa final y las demás), sino una realidad de orden trascendental. El orden trascendental admite una dualidad jerárquica de seres: una realidad metafísica, que es impersonal, el ser del universo, y una realidad superior a ésta, la personal. A ese segundo orden pertenece la persona humana.

Por último, un intento de aclaración. En esos “saltos” intracósmicos aludidos ¿se trata de una creación continua[93]? No en el sentido de temporal, porque el acto creador divino no está sometido al tiempo, sino que crea el tiempo. El decreto creador afecta al universo entero en su despliegue a lo largo del tiempo, pero no es temporal[94]. ¿Y en el caso de los hombres?, ¿su creación es temporal y, por tanto, continuada? Es verdad que los hombres no se reducen al universo, y dado que cada hombre es la mayor novedad posible en el universo, se podría sospechar que Dios crea a cada hombre continuadamente, temporalmente, primero unos y después otros. ¿Es eso así? Visto desde Dios, tampoco. Ni la creación divina de los hombres es temporal ni la persona humana es tiempo físico. Sólo es temporal el cuerpo humano.

La creación divina de los hombres es eterna. Y la persona humana se puede llamar evieterna[95]. Para no extender a Dios la continuidad temporal es pertinente hacerla equivalente a la conservación divina de lo creado. Dios es creador a la par que conservador, y ni una ni otra virtualidad divina son temporales[96]. La creación está al margen de Dios, porque éste es Origen. Asimismo, la exigencia de continuar en el ser no afecta a Dios, por la misma razón; y por ello no requiere continuar, sino que esa exigencia es de la criatura cósmica; tampoco de la humana, porque la persona humana -como veremos- está por encima del continuar en el ser.

El cuerpo humano, como es obvio, es temporal, pero ya se dijo que a la persona no la mide el tiempo físico. Para explicar la aparición del cuerpo no bastan las causas físicas -aunque hay que tenerlas en cuenta-, sino que hay que apelar a la persona, porque el cuerpo es de y para la persona. La persona recibe el cuerpo humano de la realidad física, de la unión de los gametos de sus padres, de las causas en su temporalidad, aunque añadiéndole unas virtualidades de las que la realidad física es incapaz: la apertura espiritual. Por su parte, la persona, el espíritu, aunque actúa en el tiempo, en el mundo, –como veremos– no tiene tiempo físico, sino un tiempo espiritual propio de ella. La pregunta acerca del tiempo físico afecta al cuerpo humano, no a la persona humana. La persona como persona no cumple años. Ello no quiere decir que la persona humana existiese como tal antes de su aparición en el mundo, sino que su unión con el cuerpo no le afecta a ella según el tiempo físico. Tampoco la temporaliza su unión con el cuerpo a lo largo de la vida. Y, por supuesto, tampoco es temporal su fin o destino personales.

En suma, para la persona humana que se conforme con proceder enteramente de los homínidos, hay que decirle que es libre de intentar sentirse como tal. Pero como esta antropología es para inconformes, quien no se conforme con la tesis precedente tiene la puerta abierta a investigar, si libremente quiere, la índole de la persona humana (no sólo la parte corpórea, la naturaleza humana), sino su acto de ser, su origen y, especialmente, su fin. A la persona humana no la mide el antes temporal, porque ella es para el futuro. Si en el cosmos la causa final, activa progresivamente al resto de las causas, en el hombre el futuro es lo que eleva la actividad de su acto de ser[97].

Tras someter a crisol esta pluralidad de enfoques en torno al tema de los ancestros del hombre (paleontológico, biológico, y filosófico), es de esperar que uno sepa enfrentarse de mejor manera a la credulidad de tantos que ceden al influjo de ideologías, ya que éstas, con su actividad propagandística parecen sumir a muchas personas en el escepticismo, pues, ya se sabe, “todo se lo traga el escéptico sátiro llamado mundo, porque nada hay tan crédulo como la incredulidad, ni tan supersticioso como la irreligión”[98]. Los que las difunden son los mismos que quieren eliminar el sentido personal y moral del hombre, sus mejores joyas, pero “quitad el sentido moral al hombre, y su inteligencia, de la que está tan orgulloso, no podrá preservarlo de las más infames pasiones”[99]. Y quitad -se podría añadir- el sentido personal al hombre, y su sentido moral quedará abocado al naufragio.

Queda todavía un saber superior al filosófico, al que se puede recurrir, si libremente se desea, para esclarecer el problema del origen del hombre: el de la Revelación. Evidentemente ese planteamiento no es filosófico, pero no estará de más averiguar su compatibilidad con él.

  1. El testimonio de la Revelación y de la doctrina cristiana

Como es sabido, la doctrina de la Iglesia católica se asienta en dos pilares: las Sagradas Escrituras y la llamada Tradición, siendo ambas interpretadas de modo auténtico por el Magisterio de La Iglesia. En este epígrafe aludiremos brevemente, en primer lugar, al legado de los libros sagrados, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento respecto del tema de la creación del hombre; y en segundo lugar se atenderá a algunas enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, en especial a las del Romano Pontífice Juan Pablo II.

a) Las Sagradas Escrituras. Como es sabido, la revelación divina veterotestamentaria sobre este punto está recogida en el Génesis, libro en el cual se afirma la creación directa del hombre por Dios; “Dios formó al hombre con polvo de la tierra, e insufló en sus narices un aliento de vida, y resultó así el hombre un ser viviente”[100]. En otro relato del mismo libro se añade: “dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…”. Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó”[101]. También se afirma la creación de la mujer por Dios: “el Señor Dios dijo: no es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda apropiada… Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un sueño profundo, y mientras dormía le quitó una de sus costillas, poniendo carne en su lugar. De la costilla tomada del hombre, el Señor Dios formó a la mujer y se la presentó al hombre, el cual exclamó: Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada hembra, porque ha sido tomada del hombre”[102]. Al describir metafóricamente que Eva fue sacada del costado de Adán, se indica que ella era de su misma naturaleza humana[103].

Lo que precede se interpreta entendiendo que Eva tenía los mismos precedentes biológicos que Adán, algo así como la misma madre natural, y que ambos nacieron en la misma época, incluso a la vez[104], (parecidos, pues, a los gemelos univitelinos). De aquí se desprende que estamos ante una primera pareja humana que constituye el origen de toda la humanidad. En cambio, como personas, tanto Adán como Eva eran, obviamente, distintos, y carecían de precedentes humanos u homínidos, de modo que sólo son directamente hijos de Dios. En efecto, en el Nuevo Testamento cuando se hace referencia a la genealogía de Jesús, se concluye que Adán procede, es hijo, de Dios: “tenía Jesús al comenzar unos treinta años, y era, según se pensaba, hijo de José, hijo de Helí, hijo de Matat,… hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios”[105], lo cual indica que Adán como hijo no debe su ser personal a algún progenitor humano u homínido, sino exclusivamente al Creador, asunto que es perfectamente compatible con que Adán tenga una deuda en su naturaleza corpórea humana a algún homínido precedente, o incluso al polvo de la tierra, porque en definitiva los homínidos y los demás seres intramundanos proceden de dicho polvo. Por eso, no hay incompatibilidad ninguna entre el testimonio de la ciencia (paleontología, biología, etc.) y el la filosofía con el de la revelación, pues nuestra naturaleza humana puede proceder de alguna especie de homínidos (en rigor, del “polvo de la tierra”), mientras que nuestro ser personal lo debemos directamente a Dios (“ex Deo”).

b) El Magisterio de la Iglesia. Defiende que el alma humana es creada directamente por Dios, mientras que el cuerpo humano puede tener otros precedentes biológicos. Éste fue el parecer del Concilio Provincial de Colonia nada menos que en 1860[106], que se ha reiterado posteriormente en otras ocasiones[107], y es también el parecer de Juan Pablo II[108]. Éste es, además, el modo de pensar de muchos paleontólogos y científicos actuales[109]. Por eso es comprensible que “el Magisterio de la Iglesia no prohibe que en investigaciones… se trate de la doctrina del evolucionismo, la cual debe buscar el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente”[110]. Para el Magisterio el espíritu y el cuerpo humano constituyen una única naturaleza, y es de esta naturaleza de la que se predica la imagen y semejanza divina[111]. Por otra parte, mantiene la procedencia de todo el genero humano de una primera y única pareja, no de un grupo o varias poblaciones diseminadas por el mundo[112].

Por su parte, Juan Pablo II dedicó un ciclo de 23 audiencias generales de los miércoles a la exposición de la teología del cuerpo[113]. En ellas explica, entre otros temas, el sentido de los dos relatos de la creación humana, y enseña el significado de la soledad originaria del varón, el de la muerte y de la inmortalidad, el sueño de Adán, el significado personal del cuerpo, de la sexualidad, de la comunidad de personas, desmenuza el sentido esponsalicio del cuerpo, la inocencia originaria, la mutua aceptación, etc. Respecto del punto que ahora nos ocupa cabe reseñar que, para el santo Padre, el texto bíblico “incluye… la afirmación de la imposibilidad absoluta de reducir el hombre al mundo”[114]. Esto último, cono es obvio, coincide con lo que la antropología filosófica descubre acerca del hombre.

Por lo demás, para concordar lo que precede con nuestras propuestas distinciones antropológicas entre naturaleza, esencia y acto de ser, se pueden llevar a cabo las  siguientes equivalencias. En una primera aproximación, el cuerpo se puede tomar como naturaleza humana (también se puede llamar vida recibida), mientras que el alma se puede hacer equivalente a la persona. Ahora bien, si en el alma se distingue aquello que es más pasivo de lo que es más activo en ella, se puede entender por lo primero la esencia humana (a la que también se puede llamar vida añadida o, sin más, alma), mientras que la persona o el espíritu equivale al acto de ser (o también vida personal). En consecuencia con esto, la imagen divina en el hombre radicará sobre todo en el acto de ser personal, y sólo secundariamente se predicará de la naturaleza y esencia humanas.

De este modo se da razón de que, como personas, somos ex Deo, aunque Dios se haya podido servir ex prehominibus o ex pulvis (siempre se suele servir de realidades menudas para realizar grandes milagros…) para que la persona humana por él creada active nuestro cuerpo.

***

A lo largo de este Capítulo se ha hablado un poco de los monos y bastante de los homínidos y de los hombres, pero se nos ha pasado la Lección sin una escueta consideración de los trasgos y los orcos. Para mitigar lacónicamente esta laguna, respecto de los primeros, y por no cansar al lector con descabelladas hipótesis, baste recomendarle la lectura de algún libro como Harry Potter, porque sus trasgos son simpáticos…

En cuanto a los orcos -según el sentido en el que aquí se usa esta palabra-, como éstos personajes tienden a la nada, tal vez las siguientes palabras den una pista para sospechar el motivo de esta lamentable tendencia nihilizante: “sólo el incrédulo es verdaderamente desgraciado al abandonar la vida; lo que la existencia tiene de espantoso para el hombre sin fe es que da a conocer el horror a la nada, horror que se ignoraría no habiendo nacido; la vida del ateo es un relámpago terrible que no sirve sino para descubrir el abismo”[115].

NOTAS DEL TEXTO

[1]     Cfr. Leakey, R., – Lewin, R., Nuestros orígenes. En busca de lo que nos hace humanos, Crítica, Barcelona, 1994; El origen de la humanidad, Madrid, Debate, 2000. Mantiene Leakey el punto materialista de que la conciencia es el producto de la actividad del cerebro, y que la evolución no responde a un plan preconcebido de Dios.

[2]     “La ciencia ya ha resuelto las cuestiones fundamentales: sabemos que procedemos de un primate, es decir, que no hemos sido creados por ningún ser superior, que somos producto de la evolución biológica”, Arsuaga, J.L., El País, Madrid, 13-VIII-1999. En La especie elegida, Madrid, Temas de Hoy, 1998, declara que la distinción entre el hombre y el animal es de grado, no esencia, y que no hay finalidad en la evolución.

[3]     Para este autor la mente humana ha de ser concebida como un estado de la materia. Cfr. Carbonell, E., y Sala, R., Planeta humano, Barcelona, Península, 2000. La ideología materialista de estos autores y de Moyá, S., se expone también en su libro: Sapiens. El largo camino hacia la inteligencia, Barcelona, Ediciones 62, 2000.

[4]     Cfr. Leonard, W.R., “Food four thougth: Dietary change was a driving force in human evolution”, Scientific American,  (diciembre 2002).

[5]     Cfr. Philosophia botanica, 1751.

[6]     Cfr. González Bueno, A., Linneo: el príncipe de los botánicos, Madrid, Nivola, 2001.

[7]     Cfr. Miralta, J., Pasteur: el genial intruso, Barcelona, Salvat 1945; Nicolle, J., Pasteur: sa vie, sa méthode, ses découvertes, Verviers, Editions Gérard & Co, 1969.

[8]     Lo que caracteriza a una hipótesis es que lo que ella defiende no está comprobado, es decir, no se sabe con verdad si es real y, además, admite contrario, esto es, se puede formular y defender otra hipótesis que la contradiga. Con un ejemplo, la mecánica racional de Newton se formuló sobre dos hipótesis, una referida al espacio y otra al tiempo. La primera mantenía que el espacio era isomorfo, y la segunda que el tiempo era isocrónico. Sin embargo es claro que ese espacio y ese tiempo no son reales, es decir, propios de la realidad física, como Einstein mostró, sino únicamente imaginados.

[9]     Cfr. Carrada, G., La prehistoria del hombre. Del origen al Neolítico. Madrid, Editex, 2000; La evolución del ser humano, Madrid, Editex, 2000.

[10]   Cfr. Boyd, R., – Silk, J.B., Cómo evolucionaron los humanos, Barcelona, Ariel, 2001.

[11]   Cfr. De Lumley, H., El primer hombre. Prehistoria, evolución cultura, Madrid, Cátedra, 2000.

[12]   Trefil, S., En el momento de la creación. Del Big Bang hasta el universo actual, Barcelona, Salvat, 1986.

[13]   Cfr. Coppens, Y., Prólogo al libro de Facchino, F., El origen del hombre.

[14]   Gilson, E., De Aristóteles a Darwin y vuelta, 2ª ed., Pamplona, Eunsa, 1980.

[15]   Cfr. Zubiri, X., Siete ensayos de antropología filosófica, Bogotá, Usta, 1982.

[16]   Cfr. Polo, L., Ética: hacia una versión moderna de temas clásicos, Madrid, Aedos, 1996.

[17]   Cfr. Fernández-Rañada, A., Los científicos y Dios; Oviedo, Ed. Nobel, 1994.

[18]   Humanización designa a los cambios de tipo psicológico, ético, cultural, del hombre. Aunque la calidad de la cultura contribuye en buena medida a ese proceso de perfeccionamiento humano, en rigor, del crecimiento intrínseco del hombre responden los hábitos intelectuales y las virtudes de la voluntad.

[19]   La esencia humana está conformada por eso que de ordinario llamamos “yo”, y de lo que éste activa, desarrolla, perfecciona progresivamente, a saber, a las dos potencias espirituales humanas, inteligencia y voluntad, con hábitos y virtudes, respectivamente.

[20]   Cfr. Expansión, 19-XI-2004, p. 47.

[21]   Sus descubridores fueron Pickford M. – Senut, B., y Gitonga, G.,. Se trata de un bípedo que descubrió en el yacimiento de Tugen Hill (Kenya).

[22]   Cfr. ABC, 3-IX-2004, p. 43.

[23]   Cfr. Haile-Selassie, Y., – White, T., “Late Miocene hominids from the Middle Awash, Ethiopia”, Nature. 2001 Jul 12;412(6843):178-81”. El ramidus, un bípedo en un enclave boscoso, del que el kadabba se estima una variante, se descubrió en 1994 y se le data de 4, 4 millones de años.

[24]   Los A. anamensis fueron descubiertos por Leakey, M., y Walker, A., en Kanapoi (Kenya), quienes sostienen que los homo provienen de ellos. 

[25]   Los A.. aferensis fueron descubiertos por Johanson, D., en Hadar (Etiopía), y los considera ancestros de los homo.

[26]   Los A. bahrelghazali fueron descubiertos por Brunet, M., en el Chad en 1996, quien los considera predecesores de los homo.

[27]   Los A. africanus fueron descubiertos por Tobias, P., Clarke, R., y Lee, P., en Sudáfrica y según ellos los homo provendrían de esta especie.

[28]   Los A. gardi los descubrió White, T., en Bouri (Etiopía) y los considera progenitores de los homo.

[29]   Cfr. Nature (22-III-2001). Para estos autores el Homo Rudolfensis pertenecería a este género.

[30]   Cfr. Menéndez Fernández, M., Los primeros europeos, Madrid, Arco Libros, 1996.

[31]   Descubierto en 1984 por R. Leakey. Este investigador rechaza la teoría gradualista, según la cual lo distintivo humano surge paulatinamente desde el austrolopithecus. Defiende que la condición humana parte del homo erectus, y que éste fabricaba instrumentos con otros instrumentos, tenía lenguaje similar al nuestro, se organizaba en grupos y dividía el trabajo entre machos y hembras.

[32]   Los hallazgos pertenecen a la cueva de Liang Bua. Se dispone de restos de 7 individuos. Entre sus descubridores está M., Moore. Cfr. ABC., 28-X-2004, pp. 44-47; ABC., 29-X-2004, pp. 47-49; ABC., 30-X-2004, p. 48; ABC., 9-XI-2004, p. 44. 

[33]   Cfr. Arsuaga, J.L., – Bemúdez de Castro, J.M., – Carbonell, E., – Cervera, J., Atapuerca. Un millón de años de historia, Madrid, Plot Ed., y ed. Complutense, 1998; Atapuerca. Nuestros antecesores, Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, 1999; Los yacimientos de la Sierra de Atapuerca, Fundación del Patrimonio Históric de la Junta de Castilla y León, 2000.

[34]   Cfr. Gamble, Cl., Las sociedades paleolíticas de Europa, Barcelona, Ariel, 2001.

[35]   Cfr. Arsuaga, J.L., – Bermúdez de Castro, J.M., – Carbonell, E., Atapuerca. Nuestros antecesores, Fundación Patrimonio Histótico de Castilla y León, 1999, 140-142.

[36]   Cfr. Aguirre, E., Evolución humana. Debates actuales y vías abiertas, Madrid, Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 2000, 74.

[37]   La estatuilla más antigua es la de Berekhat Ram, que data de unos 250.000 años a. C.

[38]   Cfr. Trinkaus, E.,-Howells, W., “Neanderthales”, Investigación y Ciencia, febrero, 1980; “Los Neanderthales”, Mundo Científico, noviembre 1986; Stringer, Chr., Gamble, Cl., En busca de los neandhertales, Barcelona, Crítica, 2001.

[39]   Cfr. Berger, L.R., Hilton-Barber, B., Tras las huellas de Eva, Barcelona, Ediciones B., 2001.

[40]   Cfr. Ofer Bar-yosef – Vandermeersch, B., “El hombre moderno de Oriente Medio”, Investigación y Ciencia, junio (1993), 66-73.

[41]   Cfr. Stringer, Ch., – Gamble, Cl., En busca de los neanderthales, Barcelona, Crítica, 2001.

[42]   Cfr. Tudge, C., Neanderthales, bandidos y granjeros. Cómo surgió realmente la agricultura, Barcelona, Crítica, 2000.

[43] Esa teoría la defiende Trinkaus, E., a raíz del esqueleto Lapedo do Lagar Velho por él descubierto en Leiria (Portugal) fechado en 24.000 años, y que lo supone híbrido de neanderthal y sapiens.

[44]   Cfr. Arsuaga, J.L., El collar del neanderthal. En busca de los primeros pensadores, Madrid, Temas de hoy, 1999, 269.

[45]   El grupo investigador está dirigido por Naama Goren-Inbar. El hallazgo consiste en piedras, maderas y semillas quemadas.

[46]   Cfr. Heshelwood, Ch., – Gore, R., “Los albores de la humanidad. Iguales que nosotros”, National Geographic, (junio 2000), 105-108; “Emergence of modern human behavior: Middle Stone Age engravings from South Africa”, Science 295 (febrero 2002), 1279.

[47]   Cfr. Cela Conde, C.J., – Ayala, F., Senderos de la evolución humana, Barcelona, Ariel, 2002, 478.

[48]   Con respecto a otros animales el cerebro humano tiene esta extensión: si alisáramos el cerebro humano, su superficie equivaldría a 4 holandesas; el del chimpancé a 1; el del mono a una cuartilla y el de una rata a un sello de correos. Cfr. López Moratalla, N., Biología de la personalidad y de la sexualidad humanas, Universidad de Navarra, Curso para Master en Matrimonio y Familia, 2000-2001, 34.

[49]   De modo que si comparamos nuestra era de 20 siglos con la historia precedente, la nuestra conforma un 4,7% del total.

[50]   En caso de que estos restos fueran de sapien sapiens, nuestra era histórica de 20 siglos ocuparía una franja de un 1, 9 % de la historia de la humanidad.

[51]   90 siglos de historia conocida entre los 1000 que podrían conformar la entera historia humana, no llega al 10% de ella.

[52]   Se considera que en el tercer milenio a. C. los sumerios vivieron aproximadamente al s. XXVIII a. C. y el pueblo egipcio a partir de alrededor del s. XXIV a. C. En el segundo milenio a. C. destacaron los arios de la India (s. XV-VIII a C.) y el imperio chino (s. XV-X a. C.), los hititas (s. XIV a. C), los primeros asirios (s. XIII a. C.), los dorios, micénicos, Israel (s. XII a. C.), los fenicios y el pueblo griego de los relatos homéricos (s. X a. C.). El último milenio a. C. lo protagonizaron los asirios (s. IX-VII a. C.), los sargónidas y la Hélade (s. VII-VI a. C), los persas y neobabilónicos (s. VI-V a. C.), los griegos (s. IV-III a. C.) y los romanos (s. II-I a. C.).

[53]   Cfr. White, T., y otros “Homo sapiens from Middle Awash, Etiopia”, Nature, 423 (2003), 742-747.

[54]   Instrumento es aquello que se ha hecho con otro, mantiene Polo, L., en su libro de Ética, ya aludido. Sin embargo, conviene añadir que instrumento es aquello que podría haberse hecho de cualquier otro modo, y que se sabe que es medio respecto de un fin, porque caracteriza mejor al instrumento humano. En efecto, un pájaro, por ejemplo, también hace un nido, que es un instrumento, con hierbas secas, pequeñas ramas, etc., que son otros instrumentos. La diferencia estriba en que para el pájaro el modo de construir el nido está determinado, es decir sólo cuenta con una posibilidad, radicada de entrada en su instintividad. En cambio, las posibilidades de formar instrumentos en el hombre son infinitas. El animal desconoce, además, la relación de medio-fin. El instrumento es posible porque el hombre es capaz de poseer mentalmente un uso -una acción- con independencia de su configuración material.

[55].  Poseen el silogismo condicional –si “a”, entonces “b”–, que es imaginativo, particular, y netamente pragmático, pero no universalizan. Puede decirse que carecen de imaginación inventiva (o “creadora”), y tampoco producen símbolos ni señales (por eso son incapaces de lenguaje).

[56]   El arte más antiguo data de  hace 250.000 años. Se trata de la figurilla de Berekhat Ram, una pequeña escultura formada por dos cuerpos esféricos, uno para la cabeza y otro para el cuerpo. Las herramientas -puntas de flecha, punzones, etc.- de Blombos Cave (Sudáfrica) se fechan alrededor de 77.000 años según Chr., Henshelwood, “Emergence of human behavior: Middle Stone Ade engravings from South Africa”, Science, 295 (febrero 2002), 1279.

[57]   El hombre construye monumentos a los “muertos”, no a los “cadáveres”. “Cadaver” es término de sala de disección. Es un muerto sin un quién.

[58]   La primera crítica que recibió Darwin al respecto, antes incluso de su primera publicación, fue de parte de Wallace, también evolucionista, pero hasta cierto punto, puesto que mantenía que la aparición de la inteligencia requería una intervención divina especial. A diferencia de Darwin, éste hacía compatible sus tesis evolucionistas con la existencia de Dios. Hoy, autores como Doret, defienden algún punto de la evolución, más bien la microevolución, es decir, los cambios dentro de una especie. Pero encuentran dificultades en esa teoría para explicar el paso de una especie a otra.

[59]   Lamarck y Lyssenko sostenían que los caracteres adquiridos se heredaban. Mendel, en 1865 demostró que no. Comprobó que los caracteres genéticos son estables y que se transmiten por mecanismos hasta cierto punto independientes del ambiente y del resto del cuerpo. La biología moderna ratifica este aserto al descubrir que los caracteres de herencia están en los genes.

[60]   En efecto, su tesis es similar a la del mecanicismo o a la teoría del psicoanálisis freudiano, pues supone que todo despliegue real posterior depende estrictamente de unas condiciones iniciales. Pero para quien sostenga esa hipótesis, no debería enfadarse de que alguien le intentara explicar su propia y entera vida por la estructura anatómica (genética) de su padres y antepasados.

Sin embargo, no parece muy científico sostener que el genio musical de Beethoven se deba al alcoholizado cuerpo de su padre y a la lúgubre vida de su madre; tampoco que el haber alcanzado la cátedra universitaria por parte de alguien se deba a que su padre era zapatero de rincón de escalera, etc. Ya lo decía el refrán castizo: “siete hijos de un vientre, cada uno de su miente”, Correas, G., op. cit., 749. De otro modo: “cada uno es hijo de su madre y de su humor, casado con su opinión”, Gracián, B., El Criticón, Madrid, Cátedra, 1980, 100.

[61]   En efecto, se ha comprobado que: 1) El austrolopithecus no aparece ni por adaptación ni por selección, porque permanece en el mismo nicho biológico durante más de 3 millones de años en el continente africano. 2) Tampoco se movió de África el habilis. 3) A su vez, ni el erectus ni el sapiens se han especificado por adaptación al medio, porque están presentes en todas partes. Se caracterizan en cambio, por una desespecialización del cerebro, un crecimiento que implica más neuronas libres (las que no tienen fin embriológicamente predeterminado) y por la fabricación de instrumentos no para adaptarse al medio, sino para adaptar al medio a sus necesidades. Como consecuencia, se mantienen las especies a pesar de los diferentes nichos. De modo que la tesis darwiniana acerca de la especiación por aislamiento geográfico no es válida.

[62]   La masa encefálica, el tamaño del cerebro, del sapiens sapiens es ligeramente inferior al de los homínidos precedentes, pero tiene más circonvoluciones, mayor complejidad.

[63]   Gehlen, un antropólogo alemán, niega que se pueda explicar al hombre exclusivamente apelando a los instintos. Cfr. El hombre. Su naturaleza y su lugar en el mundo, Salamanca, Sígueme, 2ª ed., 1987.

[64]   Por ejemplo, Arsuaga manifiesta actualmente que el paso de animal a hombre inteligente se debe a un cambio en la dieta alimenticia: de comer vegetales a comer carne. Cfr. Tripas y cerebro, Madrid, Temas de Hoy, 1999; Los aborígenes. La alimentación en la evolución humana, Barcelona, RBA Libros, 2002. De este modo se sostiene que la inteligencia emerge de la nutrición y que radica en el cerebro. Como precedentes de esta teoría el autor cita a Aiello, L.C., y Wheeler, P. Pero éstos no son los únicos. Cfr. Salomone, M., “La cuna africana del hombre”, Conocer, 175 (agosto 1997), 55 ss; Leonard, W.R., “Food for thought: Dietary change was a driving force in human evolution”, Scientific American (diciembre 2002).

      No obstante, de ser coherentes con esta teoría deberíamos admitir que los Tyrannosaurius rex fueron más inteligentes que los hombres, pues merced a su dieta carnívora aumentaban 3.000 kg. de peso en 4 años (cfr. ABC., 12-VIII-2004, p. 30). Y por lo mismo, serían inteligentes los leones, tigres, panteras, hienas y -por qué no-, los buitres y demás carroñeros, etc. Además hay bastantes personas (no sólo las vegetarianas) que se alimentan en mayor proporción de vegetales que de carne, y no sólo están en forma, sino que son bastante inteligentes.

[65]   Arsuaga también defiende esta hipótesis del padre del evolucionismo. Cfr. El enigma de la esfinge, Barcelona, Plaza & Janés, 2001. Pero es que -como tendremos ocasión de comprobar a lo largo de los temas 6 y 7 -, frente a lo que comúnmente se piensa, la inteligencia no está en el cerebro. En efecto, el cerebro es el soporte orgánico de los sentidos internos: sensorio común o percepción sensible, imaginación, memoria sensible y cogitativa o proyectiva, pero no de la inteligencia y de la voluntad, que son potencias inorgánicas; y mucho menos de la persona humana, que es espíritu.

[66]   “El ser humano, pese a los adelantos de la civilización y a los esfuerzos de las organizaciones internacionales para encauzar por vías pacíficas los contenciosos, sigue siendo el único animal capaz de exterminar a los de su propia especie”, Comellas, J.l., Historia breve del mundo contemporáneo, Madrid, Rialp, 1998, 367. Cfr. también: Polo, L., Ética: una versión moderna de temas clásicos, México, Panamericana, 1994, cap. I y II, pp. 25 ss. Otra edición corregida de la obra bajo el mismo título es la de Aedos, Madrid, 1995.

[67]   Cfr. Spaemann, R., Lo natural y lo racional, segundo ensayo, Madrid, Rialp, 1989, 82.

[68]   Cfr. Alonso, C.J., Tras la evolución. Panorama histórico de las teorías de la evolución, Pamplona, Eunsa, 1999; El evolucionismo y sus mitos, Pamplona, Eunsa, 2004; Agustí, J., La evolución y sus metáforas, Barcelona, Tusquets, 1994. Para Alonso el evolucionismo sufre una crisis de paradigma; para Agustí “los esquemas materialistas mantenidos hasta los años 60 han quedado manifiestamente caducos”.

[69]   Cfr. Ayala, F.J., La teoría de la evolución. De Darwin a los últimos avances de la genética, Madrid, Ed., Temas de Hoy, 1994.

[70]   “Soy consciente -escribía Darwin en una carta- de que me encuentro en un atolladero sin la menor esperanza de salida. No puedo creer que el mundo, tal como lo vemos, sea el resultado de la casualidad; y sin embargo no puedo considerar a cada cosa separada como el resultado del Designio”, tomado de Artigas, M., El hombre a la luz de la ciencia, Madrid, M. C. 1992, 128.

[71]   “Lo que hay que tener claro es que la evolución no se propone nada, no es nadie, no es responsable de ningún plan, a ningún propósito, no se dirige a ninguna parte”, Arsuaga, J.L., El País, Madrid, 13-VIII-1999.

[72]   Cfr. Chauvín, R., Darwinismo. El fin de un mito, Madrid, Espasa Calpe, 2000.

[73]   De este mismo parecer es el biólogo Behe, M.J. Cfr. su libro: La caja negra de Darwin. El reto de la bioquímica a la evolución, Barcelona, ed. Andrés Bello, 2000.

[74]   Cfr. sobre este tema: D´Angelo-Díaz-Garrido, Evolución y evolucionismo, Buenos Aires, Oikos, 1982; Sermonti, G.,-Fondi, R., Dopo Darwin: critica all´evoluzionismo, Milán, Rusconi, 1980, Landucci, P.C., La verità sull´evoluzione e l´origine dell´uomo, Roma, La Roccia, 1978; Templato, J., Historia de los teorías evolucionistas, Madrid, Alhambra, 1974; Artigas, M., Las fronteras del evolucionismo, Madrid, Palabra, 1985; Landucci, P.C., “Il mito darwinista”, Studi Cattolici, 269 (1983), 461-467; Flori, J., ¿Evolución o creación?, Madrid, Safeliz, 1979; Bujanda, J., El origen del hombre y la teología católica, Madrid, Razón y fe, 1960;

[75]   Cfr. Bertranpetit, J., – Junyent, C., Viaje a los orígenes. Una historia biológica de la especie humana, Barcelona, Península, 2000; Aguirre, E.,- García Barreno, P., Evolución humana. Debates actuales y vías abiertas, Segunda Parte, Madrid, Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 2000.

[76].  Cfr. Cann, r.l., – Stoneking, m., – Willson, A. C., “Mitocondrial DNA and human evolution”, Nature, 325, (1-I-1987), 325-336. Cfr. asimismo Willson, A. C., y Cann, R. L., “Origen africano reciente de los humanos”, Investigación y Ciencia, junio 1992, 8-13. Estudios precedentes de algunos autores, como Carles, J., defendían el monogenismo del cuerpo humano basándose en la genética. Cfr. de este autor “Monogenisme ou Poligenisme. Les leçons de la génétique”, Recherche et avenir, III (1983), 355-366.

[77]   Cfr. Cavalli–Sforza, L., – Menozzi, P., – Piazza, A., The History and Geography of Human Genes, Princeton University Press, 1995; Cavalli–Sforza, L., Genes, pueblos y lenguas, Barcelona, Crítica, 2000.

[78]   Cfr. Trorne, a. g., – Wolpoff, M. H., “Evolución multiregional de los humanos”, en Investigación y ciencia, junio 1992, 14-20.

[79]   Cfr. Wolpoff, M.H., “Modern Human Ancestry at the Peripheries: A Test of the Replacement Theory”, Science (12-I-2001), 291, 293-297. 

[80]   Cfr. López Moratalla, N., “Origen monogenista y unidad del género humano: reconocimiento mutuo y aislamiento procreador”, Scripta Theologica, 32 (2000/1), 1, 205-ss.; Delgado, M., Adán y Eva y el hombre prehistórico, folletos MC., n. 604.

[81]   Cfr. Caramelli, D., y otros, “Evidence for a genetic discontinuity between Neanderthals and 24.000-year-old anatomically modern Europeans”, Proc. Natl. Acad. Sci. USA, 100, 6593-6597.

[82]   Cfr. Sykes, B., Las siete hijas de Eva, Madrid, Debate, 2001.

[83]   Cfr. Science, 290 (2000), 1155-1159.

[84]   Cfr. Krings, M., y otros, Cell, 90 (1997), 19-30.

[85]   Cfr. Ngo, K.Y., – Vergnaud, G., – Johnsson, Ch., Lucotte, G., y Weissenbach, J., “A DNA Probe Detecting Multiple Haplotypes of the Human Y Chromosome”, Am. J. Hum. Genet., 38 (1986), 407 ss.

[86]   Cfr. Underhill, P., y otros, “Y chromosome sequence variation and the history of human populations”, Nature Genetics, 26 (2000), 358-361.

[87]   Cfr. Yuehai Ke y otros “African Origin of Modern Humans in East Asia: A Tale of 12.000 Y Chromosomes”, Science (11-V-2001), 1115-1153.

[88]   Cfr. Reich, D.E.,  y otros “Linkage Disequilibrium in the Human Genome”, Nature (10-V-2001), 199-204.

[89]   Cfr. ABC, Lunes 16/12/2002, 37-38.

[90]   Cfr. De Lumley, H., op. cit.

[91]   Alguno ha declarado que intentar explicar el cuerpo humano (también el de los animales y el orden cósmico) apelando sólo al azar es como colocar las palabras del Quijote en un bombo de lotería, ir sacando de una en una, y que salga la obra del ingenioso hidalgo tal como la conocemos. Con todo esta comparación se es muy pobre, porque los elementos a coordinar ordenadamente en el cosmos superan con mucho, obviamente, todas las letras de los libros de las bibliotecas.

[92]   Cfr. Dickerson, R.E., “La evolución y el origen de la vida”, Evolución, Barcelona, Labor, 1979; Horgan, J., “Tendencias en evolución”, Investigación y Ciencia, 175 (abril 1991), 81 ss; Davies, P., El quinto milagro, Barcelona, Crítica, 2000; Trigo, J.M., “El origen de la vida desde diversas perspectivas”, Mundo Científico, 136, 510 ss; Laszlo, P., “Orígenes de la vida: Innumerables escenarios”, Mundo Científico, 179 (mayo 1997), 421 ss; Krauss, LM., – Starkman, G.D., “El sino de la vida en el Universo”, Investigación y Ciencia, 280 (febrero 2000), 40 ss; Aguilera, J.A., “Luces y sombras sobre el origen de la vida”, Mundo Científico, 136, 510 ss.

[93]   Creación continua designa la hipótesis moderna según la cual Dios crea sucesivamente nuevas realidades.

[94]   Aunque la creación es temporal, el acto creador divino no lo es, porque se identifica con Dios, y él es eterno.

[95]   Tomás de Aquino llama al hombre “evo”, es decir, con comienzo, pero sin fin. Derivado de ello, se podría llamar a la persona humana evieterna.

[96]   Por lo demás, tal vez sea pertinente recordar, que aunque la creación es temporal, el acto creador divino no lo es.

[97]   En el hombre se pueden distinguir tantos tipos de tiempo como miembros de sus dualidades constitutivas. Como hasta el momento sólo se ha tenido en cuenta la distinción entre naturalezaesenciaacto de ser, hay que indicar que el tiempo propio de la naturaleza humana es la sincronía; el de la esencia, la futurización, y el del acto de ser personal el futuro no desfuturizado. Cfr. Polo, L., Nietzsche como pensador de dualidades, Pamplona, Eunsa, 2005, cap. VII, El tiempo humano.

[98]   Fernán Caballero, La familia de Alvareda, Barcelona, Caralt, 1976, 68.

[99]   Ecrckmann-Chatrian, La ladrona de niños, en Todos los cuentos, vol. II, Barcelona, Planeta, 2002, 41.

[100]  Gn., cap. 2, vs. 7.

[101]  Gn, cap. I, vs. 26-31. 

[102]  Gn., cap. 2, vs. 7-25.

[103]  “Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad”, Catecismo de la Iglesia Católica, n. 360.

[104]  “Creados a la vez, el hombre y la mujer”, Ibid., n. 371.

[105]  Lc., cap. 3, vs. 23-38.

[106]  Cfr. Collecttio Lacensis, V, 292.

[107]  Cfr. Profesión de Fe de Paulo VI, AAS 60, 1968, 433-445. Este documento recoge las precedentes intervenciones del Magisterio sobre esta cuestión.

[108]  Cfr. Juan Pablo II, Mensaje a la Academia Pontificia de Ciencias del 22 de octubre de 1996, en L´Osservatore Romano, ed. en castellano, 25 de octubre de 1996, 5.

[109]  Cfr. Carrada, G., La evolución del ser humano, Madrid, Editex, 1999; Fernández-Rañada, A., Los científicos y Dios, Oviedo, Ed. Nobel, 1994; Trefil, S., En el momento de la creación. Del Big Bang hasta el universo actual, Barcelona, Salvat, 1986; Coppens, Y., Prologo a Facchini, F., El origen del hombre; López-Moratalla, N., “Origen monogenista y unidad del género humano: reconocimiento mutuo y aislamiento procreador”, Scripta Theologica, XXXII (2000), 1, 205-ss.

[110]  Pio XII, Discursos, I, 1132.

[111]  Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 357 y 364. Con todo, dicho Magisterio añade que el hombre, lejos de ajustarse a la hermosa imagen divina, no pocas veces desfigura su propia imagen y pretende que Dios se configure a la suya deforme: “Quiso el Señor que fuesen las criaturas a su imagen y semejanza, y no fueron. El Señor lo consintió, y las criaturas se revuelven porque el Señor no es su semejante, no imaginándolo siquiera con la humánica exaltación y belleza que imprimían los pueblos antiguos a sus divinidades. Se quiere al Señor semejante y a los hombres también; una semejanza sumisa, hospitalaria; una semejanza hembra para la ensambladura de nuestra voluntad”, Miró, G., Glosa 56.

[112]  Cfr. Feiner, J., “Origen, estado primitivo y prehistoria del hombre”, Panorama de la teología actual, Madrid, (1961), 306 ss; Bergounioux, F.M., “Evolutionisme”, Catholicisme hier, aujourd´hui, demain, vol. IV, París, (1956), 836-847; Arnaldich, L., El origen del mundo y del hombre según la Biblia, 2ª ed., Madrid, 1958; Corte, N., Los orígenes del hombre, Andorra, 1959; Flich, A.,- Alszeghy, Z., Los comienzos de la salvación, Salamanca, 1965; Crusanfornt, M., La evolución, Madrid, 1966; Alszeghy, Z., “El evolucionismo y el Magisterio de la Iglesia”, Concilium, 26 (1967), 29 ss; Maritain, J., “Vers une idée thomiste de l´évolution”, Nova et Vetera, 42 (1967), 87-136; Vattioni, F., “La creazione dell´uomo nella Bibbia”, Augustinianum, 8 (1968), 114-139; Marcozzi, V., “Problemi actuali dell´evoluzionismo”, Gregorianum, 49 (1968), 353-361.

[113]  Cfr. Juan Pablo II, Varón y mujer. Teología del cuerpo, Madrid, Palabra, 1995; publicado también en Hombre y mujer los creó, Madrid, Cristiandad, 2000, Primer Ciclo.

[114]  Ibid., 31.

[115]  Chateubriand, Memorias de ultratumba, Madrid, Alianza Editorial, 2003, 283-4. “Un ateo no posee orientación global. Tendrá algunas orientaciones, pero no una global… Uno se orientará a esto o a lo otro, pero globalmente a nada. La única manera de totalizar la propia vida es considerarla como una unidad dirigida o referida a Dios”, Polo, L., Ayudar a crecer. Cuestiones de filsofía de la educación, Pamplona, Astrolabio, 2006, 218.