LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

9. Balance

9.1. Alcuino de York y Rábano Mauro. Su filosofía es correcta en sus líneas generales. De ellos hay que valorar en especial el acento que pusieron en las virtudes humanas, pues sin ellas no cabe cristianizar la sociedad. Por su parte, el tomar agustinianamente como imagen divina en el hombre a las potencias inmateriales –memoria, razón y voluntad– es insuficiente, y merece la misma corrección que se indicó respecto de ese tema en el obispo de Hipona.

9.2. Escoto Eriugena. En este autor hay mezcla de dos líneas operativas racionales: la que Tomás de Aquino llamó ‘formal’ que Polo denomina ‘generalizante’, la cual versa sobre ideas, y la que el Aquinate llamó ‘total’, a la que Polo denomina propiamente ‘racional’, la cual versa sobre la realidad física. Dicha mezcla da lugar a entender lo mental como real y a la inversa. Es un error de teoría del conocimiento. Comprobémoslo en como entiende, por ejemplo, la creación: si esta añade algo real a Dios, por fuerza tiene que ser el mismo Dios, si es que éste es ilimitado. Como se ve, está pensando en términos formales dos ideas: una ‘Dios’; otra, ‘lo creado’. Como son distintas, y una es irreductible a la otra, si la de Dios es irrestricta, la otra tiene que englobarse en la primera. Por tanto, tiene que concluir que Dios más lo creado es más Dios que sin lo creado, pero entonces, lo creado también tiene que ser Dios, porque de lo contrario, el primer Dios no lo sería. Es claro que está generalizando, es decir, incluyendo una idea dentro de otra más general. Es el mismo modo de pensar que el de Hegel, para quien la ‘y’ de ‘Dios y el mundo’ es un añadido real y no solo mental. Pero si se conoce en términos reales y no ideales, es decir, es términos aristotélicos de ‘acto y potencia’, es claro que lo creado no añade nada real a Dios, porque lo creado es compuesto de acto y potencia, mientras que Dios es acto puro, y lo potencial no añade nada al acto como acto. No extraña que por no distinguir estas dos vías operativas de la razón se le calificase a este autor (como a Hegel) de panteísta.

9.3. San Anselmo de Canterbury. Conviene recoger su distinción entre naturaleza humana, una para todos los hombres, y la de persona, una distinta para cada uno, pues esta distinción, a pesar de los matices y descripciones que el autor ofreció, y a pesar de las críticas que recibe por parte de los historiadores de la filosofía, es certera, ya que responde a la distinción real entre ‘naturaleza’ y ‘persona’ advertida en los primeros siglos del cristianismo. Por otra parte, su célebre argumento ontológico tiene una sencilla corrección, no sólo por la crítica que recibió de Tomás de Aquino, a saber, que ofrece un paso indebido del orden mental –‘mayor que el cual no se puede pensar’– al orden real –el que esa idea se dé en la mente no justifica que aquello a lo que la idea se refiere exista en la realidad–, sino por la crítica que ha recibido de L. Polo, a saber, que la vía operativa de la razón que forma ideas –vía llamada por Tomás de Aquino de abstracción formal y por Polo generalización– es operativamente irrestricta, es decir, no cierra nunca y, por tanto, no cabe en ella formar una idea máximamente general que sea la última, pues siempre se puede pensar más y en consecuencia, formar ideas más generales que las precedentes.

9.4. Honorio de Autun. De todos hay que aprender, y de este autor cabe tener en cuenta su capacidad de síntesis de la patrística y de autores posteriores. Pero hay que corregirle sobre todo que el hombre esté conformado por dos ‘sustancias’, alma y cuerpo, así como el aplicar esa ‘categoría’ al ser divino.

9.5. Pedro Abelardo. Aunque usualmente se le critica su versión de los universales, que obviamente es incorrecta, no se repara de ordinario en el aprecio que tuvo por la ética, hasta considerarla la parte superior de la filosofía, aunque no respaldase esta tesis con su vida. Por lo que respecta al problema de los universales, éste en efecto está mal enfocado por él, porque no se trata solo de que las palabras sean universales, sino de que como éstas se refieren a los pensamientos, también éstos lo son, y como éstos se refieren a la realidad física, es imposible que ‘todo lo real sea singular, particular’. Por tanto, el universal es real, físico: se trata de lo que Tomás de Aquino llamará más tarde ‘unum in multis’, es decir, una causa formal distribuida entre multiplicidad de causas materiales. El universal real es la causa formal.

9.6. Escuela de Chartres. De Bernardo de Chartres hay que tener en cuenta las dos frases reseñadas que se le atribuyen: “el enemigo del hombre es su propia ignorancia”, “somos como enanos a hombros de gigantes”. De Gilberto Porretano es sugerente la distinción en el hombre entre ‘id quod est’, materia, y el ‘id quo est’, forma, aunque sea insuficiente, porque esa distinción, más que entre materia y forma, es la que media entre esencia y acto de ser. De Teodorico de Chartres, Guillermo de Conches y Bernardo de Tours hay que excluir su hipótesis sobre el alma del mundo. De Clarembaldo de Arrás es mejor su división de las partes de la filosofía que la de los precedentes, la cual siguieron sus discípulos. El problema fundamental de Abelardo de Bath es el de los universales, respecto de los cuales piensa como Pedro Abelardo y hay que hacerle la misma corrección.

9.7. Escuela de San Víctor. De los hermanos Hugo y Ricardo de San Víctor hay que recuperar que por encima de la razón adviertan en el hombre un conocimiento natural superior al de esa potencia, y asimismo que el tema de éste sea el ser divino.

9.8. Escuela del Cister y de Claraval. De San Bernardo hay retomar la vía interior de acceso a Dios, que seguramente coincide con el conocer superior al de la razón del que hablan los hermanos de la escuela de San Víctor. De Isaac de Stella es válida su tesis acerca de que las formas universales existen en las realidades sensibles. De Alain de Lille hay que hacer valer que su sentencia de que en Dios no cabe distinción entre ‘esse’ y el ‘quod est’. 

9.9. De todos ellos hay que indicar que son más platónicos que aristotélicos, pero claro, si lo neurálgico de la filosofía de Aristóteles estaba perdido, su ignorancia es inculpable.