LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

4. Filosofía de la naturaleza

4.1. La teoría aristotélica de la tetracausalidad física. Recuérdese que, según Aristóteles, en la realidad física se dan cuatro principios o causas irreductibles: material, formal, eficiente y final (u orden del universo físico). Téngase en cuenta que, según el Estagirita, tales principios son concausas entre sí, pues no se dan por separado, sino imbricadamente. Tampoco se pueden conocer aisladamente. Adviértase asimismo que la distinción real entre tales causas es jerárquica, porque las superiores inciden más sobre las inferiores que a la inversa. De ahí que, siendo la causa final la superior, es la ordenadora de las demás. Así se puede comprender que el universo físico proceda temporalmente de menos orden a más orden. Así se explica, por ejemplo, que primero no haya vida, y que después la haya, porque la vida comporta mayor orden que la materia inerte; que primero haya vida vegetativa; luego sensitiva; más tarde animales superiores…

4.2. La transformación escotista de la teoría causal. Escoto transforma la teoría de la causalidad física en cuatro puntos.

a) Subordinando la causa final a la eficiente, lo cual indica que es ésta la que da lugar al fin y no al revés, y que el fin es mera potencia antes de que sea efectuado por la causa eficiente. Este modelo es justo el inverso al aristotélico, en el que el fin es la causa de las causas y el que ordena los movimientos eficientes para que todos ellos sean compatibles entre sí. Con esto ya está preanunciado el lema de Bacon de Verulam, a saber que ‘la causa final es una virgen que no engendra nada’. Y de ahí a no tenerla en cuenta, como ocurre en la ciencia moderna –desde el mecanicismo newtoniano– no hay ni un paso.

b) Entendiendo la causalidad eficiente de modo voluntarista, en el sentido de que el movimiento surge espontáneamente de cada realidad, la cual se propone su propia finalidad. Así, el fin solo es real en tanto que es querido, pero como el querer depende de una tendencia o voluntad, el fin depende del querer, no éste del fin. Ya no es el fin el que mueve a la eficiencia, sino que es ésta la determina un fin. Como se verá, Escoto entiende la causa eficiente física como entiende a la voluntad humana: ya no concibe ésta como una ‘relación trascendental’ al fin (al bien último) –como la concibió Tomás de Aquino–, y ya no la ve activada ni por tal fin ni por una instancia activa humana superior, sino que se ‘autoactiva espontáneamente’ hacia la meta que ella se pone, siendo este objetivo efecto de su tendencia.

c) Defendiendo que la eficiencia depende del compuesto sustancial o hilemórfico, de modo que se admite la existencia de una sustancia sin eficiencia ni finalidad. Si para Aristóteles la causa material y formal son potencia respecto de la causa eficiente, pues es ésta la que da lugar a un determinado compuesto hilemórfico o sustancia, para Escoto es al revés, de lo que se desprende que, para él, las causas intrínsecas –materia y forma– son más relevantes, activas, que las extrínsecas –eficiencia y fin–, siendo éstas potenciales respecto de aquéllas. Para Escoto, la materia y forma son causas ‘absolutas’, y la eficiencia y el fin son causas ‘relativas’ a aquéllas.

d) Sosteniendo que cabe una materia sin forma, pero no al revés. Si para Aristóteles cabe una forma sin materia, y no a la inversa, para Escoto es al revés. Por eso, admite –justo a la inversa de Aristóteles– que de entre las causas intrínsecas, la causa material es más causa que la formal. Consecuentemente, lo más causal es el sustrato que funda, es decir, la materialidad. De ese modo ve a la forma como contingente respecto de la materia, que ve como básica, primera, preexistente, ser en sí y universal respecto de la forma. Ya no ve la materia como potencia respecto de la forma, sino como el sujeto permanente, autónomo, activo. Las formas sucesivas serán el resultado, efecto, de la actividad material y será en la materia donde estarán precontenidas todas las posibles formas (la ‘ratio seminalis’ agustiniana). Además, Escoto admitió que no hay una única forma en los entes, sino una pluralidad de ellas superpuestas en cada uno, tesis agustiniana. Para rizar el rizo de su oposición a la teoría aristotélico-tomista sostuvo que en los entes corpóreos la materia no es el principio de individuación, sino que lo es la forma, que, como depende de la materia, no es común a un conjunto de entes, sino particular: a esa forma particular de cada ente la llama haecceitas (‘estidad’, derivado de ‘esta’ cosa).

Dado que de las cuatro causas la más relevante para Escoto es la material, ésta es la que, según él, es fruto directo del decreto creador divino. Por eso admitió que todos los entes tengan cierto grado de materialidad (hilemorfismo universal), tesis propia de la escuela franciscana precedente, que él respalda. A eso añadió que Dios no crea directamente las otras tres causas –formal, eficiente y final–, porque éstas están precontenidas en la material. ¿Qué es, por tanto, crear para Escoto? Materializar, poner fuera de Dios un supuesto material. Por tanto, crear ya no equivale, como en Tomás de Aquino, a dar el ser (donatio essendi), porque el ser ahora depende del causar de la causa material, no la tetracausalidad causal del ser.