LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

5. Ontología

Con las distintas alegorías propuestas lo que pretende Platón es dialogar con su interlocutor para buscar siem­pre, como su maestro Sócrates, definir la verdad de una realidad, según él, de una idea, la cual está vinculada con el resto. En muchos diálogos Platón permite que Sócrates se pregunte qué es la justicia, la belleza, el valor, etc., movido -frente a los sofistas- por su afán por definir los conceptos. En varios dice, por ejemplo, que no busca ‘qué cosa es bella sino qué es la belleza’. En Hippias Mayor escribe: “si algo es bello lo es porque existe algo por lo cual son bellas todas las cosas que son”. Ese ‘algo’ es la forma, la esencia, la idea, aquello por lo que algo es lo que es. Por su carác­ter universal e inmaterial, las formas no pueden conocerse por los sentidos, sino por el pensamiento, que no es material, sino in­material como las mis­mas ideas.

En este mundo terreno las cosas son ‘imita­ción’ (mímesis) o ‘participación’ (míthexis) de las realidades en sí. Reaparece aquí, de otro modo, el dualismo parmenídeo entre ser y no ser, entre realidad verdadera y apariencia. El Ser único, eterno, inmutable, etc., de Parménides ha sido sustituido en Platón por las Ideas, con las mismas cualidades o atributos que aquél. Conocer qué son las cosas es levantar los ojos para con­templar el arquetipo, el modelo, la forma, la Idea. “Levantar los ojos hacia cierta forma conduce a contemplar lo bello en sí”. Banquete. La idea no es ni el pensa­miento ni lo pensado, sino el ser, lo verdaderamente real (óntos on), aquello a lo que el pensamiento se dirige cuando piensa.

La participación es la peculiar causalidad que las Ideas ejercen sobre el mundo de las sombras, sensible, múltiple y cambiante. Pero las ideas también son múltiples, y su multi­plicidad quedaría sin ex­plicar si no hubiera entre ellas una jerarquía y vinculación. En la Repú­blica la cumbre de todas ellas es el Bien, fuente de la verdad y del ser de todas las demás. Pero no explica la relación que existe entre ellas, ni su de­pendencia de la primera. En el Sofista modifica su propia doctrina presentando los géneros supremos de las Ideas: el ser, el reposo y el movimiento; éste ‘es’ por participar del ser, pero se distingue de él y, por consiguiente, de algún modo no es. De esta forma, sosteniendo que el ‘no-ser’ es, Platón deja de lado la inmovilidad y la unicidad del ser de Parménides, al mismo tiempo que, por la noción de partici­pación, salva la no-realidad del devenir de Herá­clito.

Aunque en algún diálogo de transición no haya ninguna alusión explícita al mundo de las Ideas, esta teoría se puede deducir de la teoría de la reminiscencia. En cambio, es explícita en el Fedón, el Fedro y la República, y también lo es la conexión necesaria entre la reminiscencia y la teoría de las Ideas. El alma es capaz de inteligir y demanda la existencia de inteligibles adecuados a su facultad intelectual. Las Ideas, como inteligibles puros, sólo pueden ser captados por ella antes de su unión con el cuerpo. La existencia de un mundo cambiante, plural y contingente, le impele a Platón a postular el de una realidad fija, estable y absoluta, compuesto por entidades eternas, divinas, simples, inmutables: las Ideas. Éstas se ordenan jerárquicamente a la manera de una monarquía sobre la que rige la idea suprema, el Bien, en la que se condensa la plenitud de ser y perfección. Ésta es la Idea de las Ideas, la causa, el fin y la razón última de la que participan las demás cosas. Platón la representa con la imagen del sol. “En los últimos confines del mundo inteligible está la Idea de Bien, la cual percibimos trabajosamente, pero una vez percibida, hay que concluir que ella es la causa de todas las cosas ordenadas y bellas, y que habiendo engendrado en el mundo visible la luz y al señor de ella, en el mundo inteligible es ella la soberana y la que produce la verdad y el conocimiento”. República, 517 a.

Platón aduce estos argumentos para demostrar la existencia del mundo suprasensible: 1º) La perfección y belleza del mundo sensible reclama un modelo perfectísimo y de suma belleza, así como una causa inteligente que lo haga a imagen y semejanza del modelo (Timeo, 28 a-29 a). 2º) Para que los razonamientos científicos sean universales y necesarios, deben estar apoyados en objetos igualmente universales y necesarios (Timeo, 29 b-51 d). La cosmología de Platón está principalmente en el Timeo. En la cima de todo está el Bien en sí, que es lo bueno, lo verdadero y lo que realmente es. Debajo de él, está un agente ordenador, el Demiurgo. Por impulso del Bien el Demiurgo, dios artífice e inteli­gente, ordena la materia eterna, ca­ótica imitando lo que ve en el mundo de las Ideas. Lo que resulta de su acción ordenadora, el mundo, tendrá alma, porque ha sido producido a imita­ción de lo inteligible. El alma del mundo es el cielo. Hay así un modelo, las Ideas; una copia, el mundo sensible; y un artí­fice, el Demiurgo, que realiza la copia sensible sirviéndose del modelo inteligible y de la mate­ria.

De lo que precede deriva un dualismo ontológico: la separación entre lo sensible, inmanente, imperfecto y mudable, y lo suprasensible, transcendente, perfecto e inmutable. Con este dualismo Platón pretende sintetizar a Heráclito y Parménides. Ni sólo lo sensible, ni sólo lo inteligible. Ambos caminos por separado conducen a una perplejidad paralizante. Entre los dos ámbitos existe una relación que Platón trata de explicar mediante la participación y la imitación. El ámbito suprasensible es por esencia, imparticipado, y sirve de modelo para que el Demiurgo, dios hacedor, plasme las Ideas en lo sensible, cuya esencia no consistirá sino en ser meras imágenes, copias, sombras e imitaciones de la verdadera realidad. El Demiurgo es postulado para explicar el origen del movimiento. Este dualismo ontológico alimenta toda la filosofía de Platón. Aplicándolo al hombre, resulta que en él se puede distinguir una parte suprasensible, el alma, y otra sensible, el cuerpo. El alma es lo perfecto, llamada a lo suprasensible, mientras que el cuerpo es imperfecto e impide el vuelo del alma hacia la región celeste. Si el alma no logra desasirse de las cadenas (cuerpo) que le sujetan al mundo de las sombras, no alcanzará el verdadero conocimiento, sino sólo meras opiniones. Sólo un gran esfuerzo puede librar al alma de las tinieblas y permitirle contemplar las Ideas.

Según la teoría de las Ideas, la realidad quedaría dividida en dos grandes sectores: 1º) El ámbito supraceleste, en el que hallan las Ideas. 2º) El ámbito cósmico, visible, en el cual se distinguen dos grandes secciones: a) La región celeste: conjunto de once esferas superpuestas en las que están situados los astros y los planetas, que es la morada de los dioses, de los ‘demonios’ y de las almas separadas. b) El mundo físico terrestre: compuesto de seres sensibles, sujetos al cambio, a la generación y a la corrupción.