LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

6. La voluntad y el amor. El conocer personal y la fe sobrenatural. La libertad y la esperanza

a) Voluntad. La filosofía griega consideraba que lo perfecto en el hombre es el conocer (logos), no la voluntad (boulesis), porque suponía desiderativa a ésta y, por tanto, potencial, carente como acto. Además, consideraba que Dios es Logos, pero no Amor, y que el parecido del hombre con Dios radicaba en el conocer, no en el querer. En cambio, el cristianismo sabe que Dios es Amor y lo radica en la voluntad divina. Para rectificar el planteamiento filosófico griego los comentadores aristotélicos cristianos medievales del siglo XIII sostuvieron que no sólo las operaciones inmanentes de la inteligencia son activas, sino que también lo son las de la voluntad. Más aún, según el cristianismo, por encima del conocer, la felicidad humana gira en torno al amor.

b) Amor. No es un acto de la voluntad sino un rasgo del acto de ser personal humano. Así se soluciona por elevación la ancestral polémica entre la hegemonía de la razón y de la voluntad. A partir del siglo XIII la escuela franciscana, en especial Escoto, defendía la hegemonía de la voluntad sobre la inteligencia; por su parte, la dominica, en particular Tomás de Aquino, sostenía la tesis inversa. Esa polémica –con protagonistas diferentes– surca toda la modernidad. Ahora bien, lo propio de la voluntad, como potencia que es, es adaptarse al bien del que ella carece. Pero el amor no es carente, sino otorgante, desbordante, efusivo, y no por darse entra en pérdida. Por tanto el amor no puede ser potencial, sino activo, propio del acto de ser.

c) El conocer personal. No es ni el de los sentidos, ni el de la razón, ni el de los hábitos innatos superiores a la razón, sino el conocer a nivel de acto de ser. Tal conocer tiene un tema asimismo personal: el Dios pluripersonal. El modo de ser de este conocer es lo más parecido, en el ámbito natural, a lo que es el modo de conocer de la fe sobrenatural cristiana, sencillamente porque como el tema a conocer, Dios, supera con creces al método noético, ambos son búsqueda.

d) La fe sobrenatural. Tal método, que es el acto de ser personal (o por mejor decir co-ser junto con la libertad y el amor personales), puede ser elevado mediante la virtud teologal de la fe.

e) La libertad. Ésta caracteriza desde el inicio al acto de ser personal humano, y es éste el que, con el paso del tiempo, activa a tales facultades. La libertad es una dimensión constitutiva del acto de ser personal humano, una perfección nativa de orden personal, y como tal, enteramente referida personalmente a una persona distinta: el ser divino. Para los griegos y los medievales la libertad (libre albedrío) equivalía al dominio sobre nuestros actos. Tal dimensión humana se hacía girar sobre las dos potencias superiores, la inteligencia y la voluntad, aunque se hacía depender en mayor medida de la voluntad. Pero esta visión de la libertad es escasa, porque queda referida en exclusiva a la elección de bienes mediales, asunto que no es el meollo de nuestra libertad. Además, no explica cómo surge la libertad en esas dos facultades superiores, puesto que nativamente son puras potencias pasivas, y es claro que de lo potencial no puede surgir lo activo a menos que se cuente con un acto previo, superior y apto para activar lo potencial. En suma, la libertad no es de la persona (esa es la libertad menor –el libre albedrío– que se manifiesta en la esencia del hombre), sino la persona (el acto de ser), y esto es un descubrimiento cristiano que se debe a la revelación, e implica que la persona humana es independiente del cosmos –inexplicable desde él– y libremente dependiente de Dios, pues la libertad personal humana está orientada al futuro metahistórico.

f) La esperanza. Tal libertad es creciente y elevable por la virtud teologal de la esperanza.