LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

2. La doctrina de la ciencia

En Fundamentos de toda la doctrina de la ciencia Fichte buscó el primer principio del saber humano, base por tanto de todas las ciencias. Tal principio es –sostiene– el ‘yo absoluto’, el cual se pone absolutamente a sí mismo como sujeto absoluto y autoconciencia originaria. Esto no hay que entenderlo en el sentido de que tal ‘yo’ sea el Dios personal, pues Fichte es ajeno a la noción de persona tanto en Dios como en el hombre. Tal absoluto –añadió– es la fuente de todo saber y de toda realidad. A este sigue dialécticamente otro principio: el ‘no-yo’, que es ‘producido’ por el yo (Kant hablaba de ‘poner’ el objeto; Fichte, de ‘producirlo’).

Cuando Fichte explicaba que el yo y el no-yo en primera persona decía: ‘yo mismo soy para mí un objeto cuya constitución depende, en ciertas condiciones, simplemente de la inteligencia, pero cuya existencia hay que suponer siempre. Pues bien, justamente este yo en sí es el objeto del idealismo… El objeto de este sistema se presenta, según esto, como algo real y realmente en la conciencia; no como una cosa en sí, con lo que el idealismo dejaría de ser lo que es y se convertiría en dogmatismo, sino como un yo en sí… El objeto del dogmatismo, por el contrario, pertenece a los objetos de la primera clase. La cosa en sí es una mera invención y no tiene absolutamente ninguna realidad… el dogmatismo quiere… asegurar realidad a la cosa en sí’. En suma, para Fichte el ‘dogmatismo’ pone el yo en la cosa en sí. En cambio, en su idealismo, el yo –que es independiente– es el que pone, produce, la cosa en sí. El yo puro o absoluto es el sujeto pensante autoconsciente, no el yo individual de cada sujeto. Desde él se explica la teoría de la ciencia y el querer libre o teoría moral. El mundo es puro resultado de la estructura de tal yo. Nótese que ese ‘yo’, no es un quien, es decir, no es personal –como también ocurría con ‘el yo pienso en general’ kantiano–.

En este caso se trata del ‘yo puro’ o absoluto al que se puede llegar –dice– por abstracción del ‘yo empírico’, el de las representaciones, el cual se torna yo puro cuando piensa en sí mismo al margen de las representaciones, determinaciones empíricas. El yo se pone a sí mismo, y ese ponerse es ‘acción’, es decir, acto de pensar que es reflexivo respecto de sí. Por tanto, el yo es el ‘agente’ y el ‘producto’ de la acción. Esto significa que Fichte lo entiende –al estilo de Spinoza– como ‘causa sui’. En efecto, para él, ‘acto’ y ‘hecho’ son la misma cosa. Lo entiende como espontaneo y como acción –como Kant– y también como pensamiento que se piensa –como Aristóteles–. Repárese en que aquí Fichte defiende la teoría de la reflexión real y cognoscitiva: la primera sostiene que el yo se ‘auto-pone’, o sea, que su actividad revierte sobre sí; la segunda, que el acto de conocer es ‘reflexivo’ respecto de sí. Pero ambas tesis –una metafísica y otra de teoría del conocimiento– son contradictorias.

Fichte afirma que podemos conocer el yo absoluto mediante la ‘intuición intelectual’. Pero como ésta es el conocer que el yo absoluto tiene de sí mismo, el problema ahora radica en si se distingue su intuición de la nuestra. El yo puro produce esa conciencia intuitiva para conocerse, y asimismo, cada uno de nosotros “debe producirse esa conciencia en sí mismo por medio de la libertad”. La intuición intelectual se distingue de la sensible en que ésta se refiere a hechos de experiencia, a objetos, mientras que aquélla se refiere a sí misma.

La dialéctica del yo ocurre en tres fases: a) Tesis: el yo originario se pone a sí mismo y solo es a fuerza de ponerse. b) Antítesis: el yo originario también pone el no-yo, al que se opone. c) Síntesis: “yo opongo en el yo, al yo divisible, un no yo divisible”. El primer principio ya se ha explicado. El segundo indica que, en la medida en que el yo se pone y se conoce a sí mismo, pone y conoce a la par el no-yo. El tercero indica conciliación o síntesis del primero y del segundo por medio de la conciencia, la cual piensa, pone, el yo y el no-yo, los cuales se dividen mutuamente. Si en el proceso se destacan muchos opuestos, se debe llegar a la síntesis definitiva en la que ya no haya nada por oponer.

De lo anterior se deduce: a) El yo originario es infinito y se pone o auto-crea como infinito, de modo que coincide con todo lo real. b) El yo también se pone como yo y no-yo, que por ser opuestos son finitos, limitados. c) La diferencia entre el yo y el no-yo finitos es que el primero es racional mientras que el segundo es la naturaleza.

Detrás de este esquema se puede apreciar la mentalidad neoplatónica degradacionista de salida desde Uno (exitus) y de vuelta a él (reditus). En efecto, para Fichte ‘originariamente no hay sino una sustancia: el yo’, y ella pone los opuestos finitos que al final serán reconciliados. Primero se pasa de lo uno a lo múltiple y luego se procede a la síntesis. La producción se dirige hacia afuera; la intuición, hacia dentro. Como se ve, el Dios de Fichte no es trascendente. Su Dios es panteísta, seguramente una herencia de J. Böhme.