LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

4. Dios, la religión y la última fase autocrítica

Fichte –de modo semejante a otros pensadores como Platón, Schelling, Hegel, Husserl– pasó al final de su vida –su época de Berlín– por una fase de revisión de su propia filosofía. Esta autocrítica gira en torno al tema de Dios. Si al principio trató de él, reduciendo la religión a la moral y la fe sobrenatural a la ética, ahora su moral adquiere tintes religiosos. Si al inicio dice del infinito que es inmanente y que se manifiesta en los hombres que, por plurales, son finitos y se ofrecen mutua resistencia como no-yo, después sostiene que el infinito es el ser absoluto ‘en sí’ y ‘por sí’. Nótese que al inicio sostuvo que la ‘cosa en sí’ es una representación imaginativa de la que se puede prescindir.

Si el absoluto del primer Fichte equivale al Uno neoplatónico, el del segundo parece estar conformado por varios principios, pues unas veces habla de ser y de libertad; otras, de ser y pensamiento; otras, de ser y vida. Sin embargo, también al final afirma que el absoluto es ‘uno’ y no es sujeto de división. Con todo, tanto en el primer periodo como en el último el Dios de Fichte no es personal. Además, de tal absoluto, del que afirma que es ‘voluntad’, declara que el hombre no lo puede conocer, sino que es objeto de fe. Como se recordará, las premisas de esta última tesis ya estaban puestas por Ockham y retomadas por Lutero. Lo que diferencia a Fichte de aquéllos es que los anteriores todavía aceptaban que Dios es trascendente; en cambio, el absoluto de Fichte es inmanente.

También hay que señalar que para Fichte la felicidad humana consiste en ‘fusionarse’ con el absoluto –como en la filosofía antigua lo afirmó el neoplatonismo y como en la medieval lo defendieron los pensadores árabes y judíos–. Obviamente, esta mentalidad no es cristiana, y no lo es por la sencilla razón indicada al principio, porque olvida la realidad que subyace a la noción de ‘persona’, pues de tenerla en cuenta, tendría que admitir que ninguna persona puede convertirse en otra. Dicho de otro modo: hay que mantener que la realidad personal es plural y no cabe reducción a unicidad. En efecto, si la persona es ‘ser-con’, el ‘sum ergo sum’ es falso.