LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

5. Pecado, dolor y muerte

a) Pecado. Con el pecado personal no solo decrecen las facultades espirituales humanas, no sólo se empobrecen los hábitos intelectuales y se van perdiendo las virtudes de la voluntad, sino que es primero y principalmente el acto de ser personal humano el que entra en pérdida. El pecado significa no sólo deshumanización, sino despersonalización, deterioro del ser personal que se es y se está llamado a ser. Dado que la luz, el conocer, es intrínseco al acto de ser personal, tras la pérdida del sentido personal por el pecado, se pierde asimismo el nivel de conocimiento personal que se era; de modo que ahora no sólo se sabe menos que antes, sino que también se desconoce lo perdido. Por eso de no mediar la iniciativa divina, no hay manera de recuperar el nivel personal perdido. Tras dicha iniciativa se requiere la correspondencia humana: la conversión. Se trata de la confluencia de dos libertades personales: la increada y la creada. De no mediar la iniciativa divina y la conversión humana, el ser personal del hombre va perdiéndose y acabará por desaparecer enteramente y ser engullido por la esencia humana. De modo que, para el no convertido, desaparece post mortem el sentido personal: éste es el peor de los males, porque suprime la superior de las realidades.

b) Dolor. Es consecuencia del pecado. El dolor es una especie de mal, y dado que el conocer es un bien, y el mal es siempre ausencia de bien, el dolor es, en rigor, incomprensible, pues es falta de conocimiento en el nivel humano en el que afecta.

c) Muerte. El hombre no puede entender ni el dolor concreto ni el peor de ellos que es la muerte, porque en la medida en que le afectan, le privan de sentido, del conocer. Por eso convenía que el mismo Dios (Cristo) asumiese el dolor y la muerte para dotarle de sentido, porque sólo a él, que es la Verdad plena, no le anega la falta de sentido que supone el dolor y la muerte.