LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

5. Antropología

5.1. La composición alma-cuerpo del hombre. Tomás de Aquino acepta la definición que Aristóteles da del hombre como animal racional o intelectual. Esto implica aceptar que el hombre no es ni un ser puramente intelectual para el cual el cuerpo sólo hiciera el papel de instrumento o sede del espíritu; ni es un mero animal cuya vida se redujera únicamente a lo corpóreo. En el hombre la vida vegetativa y sensitiva se da unida a la vida intelectual, y ambas proceden de un mismo principio que es la razón de su ser y de su actividad. También siguien­do al Estagirita, denomina alma al ‘principio formal de la vida de los seres corpóreos’, ‘el acto o principio de movimiento de un cuerpo que tiene la vida en potencia’. Hay una distinción entre el principio vital de los demás animales y el del hombre. La vida de los seres no intelectuales depende en toda su actividad de la materia, de modo que no subsiste al margen del cuerpo tras la corrupción de éste. Pero el alma humana, además de dar la vida vegetativa y sensitiva al cuerpo, también le hace vivir de un modo intelectivo. Por eso, es inmortal, puesto que la corrupción de los componentes materiales sólo afecta al cuerpo.

5.2. La inmortalidad del alma. Tomás de Aquino prueba la inmortalidad con diversos argumentos basándose en las características de la actividad intelectual humana. 1º) El ser capaz de conocerlo todo no puede ser material, pues en el caso de que fuera material sólo podría conocer un determinado tipo de objetos, como ocurre con los sentidos, pero no lo universal. 2º) Una potencia que depende de un órgano no puede saber de sí misma (ej. la visión no se ve a sí misma), como hace el entendi­miento (sabe que sabe). 3º) Las cosas que se reciben en el alma se encuentran en ella sin contrariedad, ya que hasta las razones de los contrarios no son contrarias en el entendimiento, pues entiende una cosa y su contrario (como ente y no ente). En cambio, los seres generables y corruptibles se corrompen en virtud de la contrariedad entre los elementos que los componen (ej. la vista no puede conocer el color y el no-color, porque conocer esto segundo sería para ella no conocer). 4º) Cada cosa desea naturalmente el ser según su modo propio de ser y en todos aquellos que conocen de un modo u otro, el deseo sigue al conocimiento. Como el sentido sólo conoce el ser aquí y ahora, los seres sensitivos sólo lo desean de este modo. Pero el hombre entiende el ser en absoluto y según todo tiempo y por eso desea ser siempre. Pero un deseo natural no puede ser vano.

Lo que precede no quiere decir que el cuerpo sea un añadido al alma. Tomás se enfrenta a aquellas doctrinas según las cuales el cuerpo es sólo un instrumento respecto del alma. El hombre es un ser corpóreo y espiritual con una ‘unidad sustancial’ entre ambos. La muerte conlleva la pérdida de un componente de la naturaleza humana, y desde una visión cristiana supone la entrada en una situación transitoria previa a la nueva unión con el cuerpo, en donde se sigue perviviendo gracias a la dimensión espiritual del hombre, como les ocurre a los bienaventurados.

5.3. La unidad del alma humana. El alma humana es un ‘único principio’ tanto de las facultades vegetativas y sensitivas como de las intelectuales. Tomás entiende la unidad del alma humana al modo de Aristóteles. En consecuencia, afirma que también las facultades vegetativas y sensitivas proceden de la esencia de nuestra alma. Las potencias proceden de la esencia del alma según un orden: unas potencias proceden de otras. Las potencias que son anteriores según el orden de la perfección y la natura­leza son también principio activo y final de las inferiores. Sin embargo, las potencias inferiores son anteriores según el orden de la generación y se comportan como principio receptivo respecto de las potencias superiores. De este tipo es la relación que existe entre el entendi­miento y la sensibilidad. Por proceder de un alma espiritual, la sensibilidad humana no sólo se encuentra al servicio de la conservación de la vida animal, sino que tiene también por fin el conocimiento intelectual. Nuestro entendimiento necesita de los sentidos, porque al principio se encuentra en potencia respecto de todo lo que puede conocer y pasa al acto abstrayendo del conocimiento sensible.

5.4. Apertura al ser, bondad y belleza. En virtud de la inteligencia el hombre tiene una apertura al ‘ser’ sin restricción, a sí mismo, y a los demás. El ser es trascendental. Al conocerlo lo ve como ‘verdad’. Por tanto, la verdad es trascendental. Además, su voluntad está abierta al ‘bien’ sin restricción. En consecuencia, el bien es un trascendental. Como la ‘belleza’ se vincula a la verdad y al bien, también es trascendental.

5.5. La racionalidad como diferencia. Para Tomás el motivo de la dignidad humana se debe a que la inteligencia lo distingue radicalmente respecto del resto de los seres, pues por medio de ella el hombre entra en relación con Dios. Esto se debe a que su objeto no es un determinado tipo de ser, sino que los seres intelectuales son capaces de conocer toda la realidad sin restricción, es decir, el mismo ente, o sea, todo lo que es, incluido Dios. Tomás atribuye esta capacidad al hombre por ser inmaterial. Los seres cuyas formas son actos de la materia se encuentran determinados en su actividad por su propio cuerpo (vegetales, animales). En cambio, el hombre puede conocer todos los seres por ser inmaterial, y por eso es capaz de conocerse y amarse a sí mismo y a Dios. Tal capacidad humana le asemeja a Dios. En la mente humana también se da cierta imagen de la Trinidad divina, porque la mente se conoce y se ama a sí misma, al igual que ocurre en Dios: “De igual manera, como la Trinidad increada se distingue por la procesión del Verbo de quien lo dice, y la del Amor de entrambos… en la criatura racional, en la que se da la procesión de un verbo intelectivo y un proceso de amor de la voluntad, puede decirse que se da una imagen de la Trinidad increada”.

5.6. La relación esencial almacuerpo. A diferencia de otros seres espirituales o inmateriales, el hombre tiene la peculiaridad de que su espí­ritu no es una forma completamente ajena a la materia, sino que se encuentra a mitad de camino entre los seres materia­les y los puramente espirituales, porque su espíritu combina la capacidad de conocer con la condición de ser forma de un cuerpo. Esto hace que la imagen de Dios no se encuentre en el hombre del mismo modo según todas sus partes, sino sólo en la dimensión espiritual de su alma. Sin embargo, el hombre constituye una unidad, pero “la forma no se encuentra en función de la materia, sino la materia en función de la forma”. Suma Teológica, I, q. 76, a. 5 co.

5.7. Las pasiones. Para el de Aquino el sujeto de las pasiones puede ser o bien los apetitos sensibles o bien la vo­luntad. En efecto, admite pasiones del cuerpo y del alma. Sostiene que el amor es la pasión superior. De ella se originan todas las demás: el odio, la esperanza y la desespe­ración, el gozo y la tristeza.