LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

7. La Revelación

7.1. Origen. 

Es de procedencia divina. Es el saber que ofreció la revelación sobrenatural y que se guarda en el Antiguo Testamento, un legado divino que comenzó con Abraham y precedió en su mayor medida al nacimiento de la filosofía.

7.2. Descripción. 

En dicho contenido escriturístico se revelan, entre otras verdades, que Dios es creador de las criaturas, tanto espirituales como corporales (tema del fundamento), que todo fue creado bueno y que el mal se introdujo en el mundo por la instigación del diablo al hombre, el cual cedió a su tentación cometiendo el pecado de origen, que le acarreó la pérdida de la primera elevación divina y otros dones, así como la irrupción en su vida, y en la de sus descendientes por herencia biológica, de la enfermedad, el dolor y la muerte.

En la base de todos los mitos están, aunque de manera rebajada y expresadas de modo narrativo y simbólico, esas verdades fundamentales. Pero la revelación veterotestamentaria añade a todas ellas algo distintivo que es opuesto a todo saber mítico y que se puede sintetizar con una palabra: la esperanza. El hombre puede vencer el mal con la ayuda divina; lo vencerá definitivamente si es fiel a la alianza divina, a su promesa, y será recompensado más allá de la muerte (tema del destino).

7.3. Medio. 

En el Antiguo Testamento es la palabra de Dios creada, proferida directamente por Dios para que el hombre la entienda, o inspirada al hagiógrafo. En el Nuevo, es la misma Palabra increada

7.4. Distinción. 

La esperanza es la nota distintiva de la revelación primera respecto de la historia, porque promete la venida del Mesías en el tiempo futuro, el cual reparará el pecado. Esto por lo que se refiere a la situación histórica. En la posthistoria, dicha revelación añade otras verdades: el juicio particular divino a cada quién y el consiguiente premio de los justos y castigo de los injustos. Por tanto, al contrario que el mito, toda la tensión de la revelación mira hacia el futuro histórico y posthistórico. De dicha tensión deriva una visión optimista de la vida porque la esperanza denota crecimiento; con ella se pierde la visión circular del tiempo y éste se tensa hacia el futuro; se rompe con la mentalidad de fatum o ananké. Si se compara este optimismo con la fatalidad de las viejas culturas, el contraste es favorable para el judaísmo, el pueblo elegido, y, desde luego, para el cristianismo.