LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

6. El problema del posthegelianismo en el siglo XIX

6.1. El positivismo, utilitarismo y evolucionismo. Son movimientos de cuño empirista. a) El positivismo. La deuda y oposición a Hegel es clara en Comte, iniciador y protagonista del un movimiento científico y social cuyo lema es ir a las cosas mismas, a los hechos, buscando explicar no qué sean las cosas, sino cómo son. Este autor dividía la historia de la humanidad en tres estadios (a semejanza de la tríada dialéctica hegeliana): el 1º sería el ‘teológico’, en el que para explicar los fenómenos físicos se acudía a los dioses de un mundo aparte; el 2º, el ‘metafísico’ (el de toda la filosofía incluida la de Hegel), en el que para explicar los fenómenos se duplicaba el mundo con conceptos universales; el 3º, al que hay que llegar (he aquí su crítica al tercer estadio hegeliano) sería el ‘positivo’. La explicación de lo real en tal estadio ya no sería, pues, teológica ni metafísica, sino positiva, es decir, con atención sólo a los fenómenos o datos sensibles con el objeto de ver las leyes de su comportamiento para prever acontecimientos futuros.

b) El utilitarismo. Fue defendido por autores británicos como Malthus, David Ricardo, Bentham o John Stuart Mill, tuvo una concepción asimismo fenomenista de la realidad y pregonó la sola atenencia a los bienes sensibles útiles. Para estos autores, si conociéramos a fondo los fenómenos podríamos prever de modo necesario su modo de reaccionar. La oposición del utilitarismo, ceñido a lo particular, al saber absoluto hegeliano también parece clara.

c) El evolucionismo. Es otro tipo de positivismo cientificista del siglo XIX, cuyo mentor fue Darwin. Recuérdese su tesis sobre la evolución de las especies y sobre el origen del hombre, respecto del cual defiende que éste, en su integridad, proviene del simio por evolución; que, en consecuencia, no hay diferencia esencial, sino sólo de grado, entre el hombre y el animal. Este postulado lo siguió Spencer con un evolucionismo más universal, aplicando la ley de la evolución a toda realidad. Tal evolucionismo también es opuesto al absoluto hegeliano, porque éste culmina en presencia, mientras que el evolucionismo está abierto al futuro.

6.2. Voluntarismos. Todo voluntarismo es, por definición, opuesto al panlogismo hegeliano. a) El voluntarismo cósmico. Para Schopenhauer, gran venerador de Kant y del hinduismo e iniciador del contemporáneo voluntarismo, el hombre manifiesta de modo excelso la naturaleza del mundo, la cual es voluntad. Como se ve, frente al racionalismo extremo de Hegel, la clave de lo real es, para este autor, la voluntad. Tal voluntad es anhelo, querer espontáneo y ciego, deseo insaturable. Ello implica una carencia, un sufrimiento: dolor. Para extirpar esa dolencia sería necesario aniquilar la vida, la voluntad cósmica. Con esta mentalidad el pesimismo está asegurado. Como manifestación de esa voluntad, el hombre, si alguna vez colma alguno de sus deseos, cae en el hastío, en el aburrimiento. A ello se añade que la voluntad humana, pese a ser egoísta, sucumbe ante la voluntad cósmica y, por tanto, no hay inmortalidad personal. El mayor representante posthegeliano del voluntarismo fue Nietzsche. ¿Cómo rechazó la dialéctica hegeliana? No entrando en ella, por afirmar que todo lo real es exclusivamente voluntad. Si para Hegel todo lo real es racional y todo lo racional es real, para Nietzsche nada es racional porque ‘todo es voluntad de poder y nada más’, y ésta se subordina de modo necesario al eterno retorno.

b) El psicoanálisis. Freud, su fundador, redujo lo nuclear humano a lo inconsciente, siendo lo consciente lo superficial. Lo primero es interpretado en clave pasional, instinto sexual, irracional por tanto frente a la lógica hegeliana. Dijo que el psiquismo humano está organizado según tres instancias (que recuerdan la tríada dialéctica), el ‘ello’, que es inconsciente; el ‘yo’, que es consciente, y el ‘super yo’, la conciencia social. El ‘ello’ es el principio de placer, que es lo pasional, lo instintivo (sus instintos pujantes son el de placer, ‘libido’, y el de agresividad, ‘thanatos’). El ‘yo’, o ‘principio de realidad’, es el principio consciente, a saber, la razón, que censura o refrena lo pasional. El ‘super yo’, que es la conciencia moral construida por el ‘yo’, es decir, un ‘ideal del yo’ formado como hipostatización de todos los convencionalismos sociales represores. Ante la oposición excluyente de la tesis (ello) y la antítesis (yo) es imposible la síntesis. La crítica al tercer momento hegeliano es clara. La solución que Freud propone al conflicto es la de acallar al ‘yo’, la conciencia, para dejar rienda suelta al ‘ello’, al instinto.

6.3. Tradicionalismo, espiritualismo y ontologismo. a) El tradicionalismo reaccionó frente a la lógica hegeliana cayendo en el exceso opuesto, a saber, despreciando la razón y aferrándose exclusivamente a lo transmitido por ‘tradición’. De Maistre, De Lammenais, Bautain, Bonetty y Donoso Cortés fueron tradicionalistas. Pero tal vez sea De Bonald el autor más representativo de esta corriente. Para este autor el lenguaje, que es el factor humanizador del hombre, al menos el primitivo, no es fraguado por el hombre, sino que le ha sido entregado directamente por Dios y se trasmite por tradición. Como se ve, también se trata de un rechazo del logicismo hegeliano.

b) Espiritualismo. A los defensores del espíritu humano como irreductible al Espíritu Absoluto se los encuadró dentro de este movimiento filosófico. Maine de Biran y Ravaisson, representantes de esta corriente, partieron de la autoconciencia del espíritu para trascender luego, bien a Dios bien al resto de realidades. Defendieron la integridad de la vida espiritual humana, concebida ésta como acto unitario entre razón, voluntad y sentimiento, irreductible por tanto, al Espíritu Absoluto hegeliano. Por su parte, Blondel, defendió –en abierta oposición a Hegel– la superioridad de la voluntad sobre el entendimiento en el espíritu humano. Por tanto, su voluntarismo también es un modo de no dejarse subsumir por el racionalismo hegeliano.

c) Ontologísmo. Aunque este nombre no sea atinado, con él se alude a otra corriente espiritualista caracterizada en esta época por defender un acceso inmediato a Dios. Suele encuadrarse dentro de ella a autores como Fabre D´ Envieu, Gioberti, Ubags y Gratry. Frente a Hegel defendieron que Dios es trascendente, no inmanente al mundo (panteísmo). Rosmini, al que se le encuadró en este movimiento, reprochó a diversas formaciones filosóficas tales como el sensismo, el empirismo, el naturalismo, el individualismo, el utilitarismo, el subjetivismo, etc., sus cortas visiones para explicar el conocer humano, pero su crítica también se dirigió al idealismo hegeliano.