LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

3. El Ier L. Wittgenstein

Este pensador austriaco defendió en su primer periodo que la sede prioritaria de la verdad es el lenguaje. A eso añadió que el lenguaje solo habla –porque está hecho para hablar así– del mundo, y habla de él sobre todo en particular, porque el lenguaje es particular y se refiere a realidades particulares; por tanto, no cabe una cosmovisión aunada del mundo. Además, añadió que de lo que no es sensible o mundano –a esto lo llama ‘lo místico’– no se puede hablar, y afirmó que de lo que no se puede hablar es mejor callar. Como se ve, la crítica al espíritu absoluto hegeliano y a su unitaria cosmovisión contemplativa es clara, por lo que no es menos antihegeliano que los precedentes.  Nótese que el análisis es contrario a la síntesis. Los analíticos dan importancia al juicio, porque éste se puede analizar, mientras que Hegel se lo dio al concepto, que tal como él lo entendió, es inanalizable. Téngase en cuenta que analizar es dividir, mientras que la de Hegel es la filosofía de la conciliación, de la paz, porque la reducción de toda visión a concepto es concordancia, armonía. Repárese también en que los temas estudiados por los analíticos suelen ser menores, mientras que Hegel centra la atención en reunir las grandes cuestiones filosóficas. Otro botón de muestra: la filosofía analítica es amante de la lógica formal, mientras que Hegel le tuvo aversión por carecer de contenidos; más aún, consideró que es falsa, porque sólo se puede ocupar de objetos pensados particulares; y si la verdad es el todo, lo particular es lo falso.

3.1. Vida y obra. Ludwig Wittgenstein nació en Viena en 1889 dentro de una familia acomodada de la burguesía austríaca. Estudió ingeniería en las universidades de Berlín y Manchester. Posteriormente se dedicó a la filosofía en Cambridge, donde defendió su tesis doctoral a los 32 años, bajo la dirección de Russell. Su tesis es el Tractatus logicus-philosophicus, que le dio celebridad en los ámbitos neopositivistas y analíticos, a pesar de que nunca se identificó plenamente con ninguna de estas corrientes. Se pueden señalar tres etapas en la evolución de su pensamiento. Como la época intermedia del autor no tiene relevancia filosófica, sus estudiosos se ciñen a la 1ª y 3ª, a las que designan como el Ier y IIº Wittgenstein.

a) Primera época (1914-1929), entre los 25 y los 40 años. Además de estudiar ingeniería en Berlín y Manchester, también fue soldado austríaco en la Primera Guerra Mundial. De este periodo son sus Notebooks o Cuadernos de notas que a modo de diario intelectual escribió durante dicha guerra, así como sus Zettel o conjunto de recortes que después se publicaron en forma de libros. Finalmente en 1921, a los 32 años, presentó su tesis doctoral, el Tractatus, que se publicó en 1929. Bertrand Russell, como director de la tesis, le dedicó un Prólogo laudatorio, por ser una obra en total continuidad con su propio pensamiento, cosa que no agradó a Wittgenstein, que se sintió malinterpretado, pues a pesar de sus numerosas coincidencias temáticas, ambos mantenían profundas discrepancias de fondo que con el paso del tiempo se acentuaron. En esta época ambos defendieron la posibilidad de desarrollar un lenguaje lógico- Sin embargo, Wittgenstein, ya en esta época, hizo un uso solo instrumental de este análisis del lenguaje, para elevarse a un punto de vista superior, al que denomina ‘lo ético’ o ‘lo místico’, aunque esto último no se pueda explicar con el método analítico.

b) Periodo intermedio (1929 y 1932), entre sus 40 y 43 años. Se marchó de Cambridge para dedicarse a ser maestro de escuela en un pueblo austríaco y, sucesivamente, jardinero de un convento, empleado de un hospital y subalterno de un laboratorio. Posteriormente volvió de nuevo a Cambridge, y cambió en la forma de transmitir su pensamiento. De esta época son los Cuadernos Azul y Marrón que recogen los apuntes tomados por sus alumnos a su vuelta, y que fueron publicados sin su consentimiento entre 1933 y 1935.

c) El segundo periodo de Cambridge (1933-1951), desde los 44 a los 62 años. Abandonó su anterior preferencia por el lenguaje formal de la lógica y las matemáticas, así como un criterio ‘verificacionista’ del significado. Defendió una nueva teoría, la de los ‘juegos del lenguaje’ con multiplicidad de reglas guiadas por un ‘criterio pragmático’ (según su uso) del significado. A este periodo pertenecen sus Fundamentos de las matemáticas (1939), así como la obra en la que trabajaba cuando murió en 1951 en Cambridge: Investigaciones filosóficas, que se publicó póstumamente en 1953.

3.2. La filosofía del Tractatus. En este libro se da cierta articulación entre lógica y ética poniendo la primera al servicio de la segunda. Es una obra de contrastes, dado que su apariencia, que es poner límites al pensamiento desde el lenguaje, contrasta con su objetivo principal, que es dar relevancia a lo que no se puede conocer de modo claro y, por tanto, a lo que no se puede expresar mediante el lenguaje, a lo cual llama lo ‘ético’ o lo ‘místico’. “Yo quise escribir que mi obra consta de dos partes: de una parte que es ésta, y de otra parte todo lo que no he escrito. Y precisamente esta segunda parte es la importante. Porque lo ético está delimitado desde dentro por mi libro, y estoy convencido de que hablando estrictamente sólo puede ser delimitado de esta forma”. Carta a Von Ficker. Con el análisis del lenguaje trató de indicar que el terreno de la ‘ética’ está más allá de él, porque estimó que la ética pertenece a lo inexpresable. Puso, por tanto, a la ética más allá de la razón, poniéndola en relación directa con ‘lo inexpresable’. En este sentido Wittgenstein no es un positivista. El propósito ético del Tractatus queda de manifiesto ya en el Prólogo. Tras recordar que todo el sentido de la obra se resume en la afirmación de que “todo lo que puede decirse puede decirse con claridad” y de “lo que no se puede hablar mejor es callarse”, escribe que, en consecuencia, “el propósito del libro es trazar un límite al pensamiento, o mejor, no al pensamiento, sino a la expresión de los pensamientos”, para, trascendiéndolo, dar paso a lo místico. Trató de delimitar el ámbito de lo que se puede decir, el ámbito del sentido, para saber donde comienza lo que no se puede decir, y por tanto lo que ‘carece de sentido’, porque es justamente esto lo que –dada su relevancia– le interesa a Wittgenstein. Como identifica el pensar con lo ‘decible’ con sentido, la filosofía se convierte en ‘análisis lógico del lenguaje’; no en teoría general de la realidad, sino actividad –la de aclararse– nacida de la necesidad de entablar una lucha contra la gramática superficial del lenguaje; no es contemplación que tiene carácter final, sino actividad puramente medial de resolver problemas creados por el lenguaje. Fuera de este ámbito queda ‘lo místico’, lo que no puede ‘decirse’, sino sólo ‘mostrarse’. “El objeto de la filosofía es la aclaración lógica del pensamiento. Filosofía no es una teoría, sino una actividad. Una obra filosófica consiste fundamentalmente en elucidaciones. El resultado de la filosofía no son ‘proposiciones filosóficas’, sino el esclarecerse de las proposiciones. La filosofía debe esclarecer y delimitar con precisión los pensamientos que de otro modo serían, por así decirlo, opacos y confusos”.

El problema del sentido se refiere a las proposiciones porque las proposiciones tienen sentido o capacidad de ser verdaderas o falsas. Distinguió entre las proposiciones simples y complejas, cuyo valor de verdad depende de proposiciones elementales y de los conectivos lógicos que las unen. Una proposición es significativa cuando dice algo, o cuando habla de la realidad, o cuando, al menos, pinta un posible estado de cosas. Pero ese hablar de la realidad que hace a la proposición significativa es distinto de su verdad, porque también las proposiciones falsas tienen sentido. El ‘sentido’ de una proposición es independiente de su ‘verdad o falsedad’ de hecho y, en consecuencia, mientras que el sentido está en el ámbito de la posibilidad, la verdad está en el de la facticidad o verificabilidad empírica. Pero en el mundo todo es contingente. Por el contrario, todas las proposiciones necesarias no hablan de lo real y, en consecuencia, toda necesidad es ‘a priori’ y lógica. Entender una proposición o captar su sentido no implica saber si de hecho es verdadera. La verdad es algo posterior al sentido y viene dada al verificar esa proposición en el mundo fáctico. “La única necesidad que existe es la necesidad lógica”. Una proposición tiene sentido cuando cumple tres condiciones de verdad: i) Es independiente y por sí sola dice que las cosas son de tal o cual manera. El sentido de las proposiciones no depende de la realidad, sino de la proposición misma, porque comprendemos su sentido antes de saber su valor de verdad. ii) Es representativa, pues una idea es una copia mental de la realidad ya que dibuja un estado de cosas posible. iii) Es autofigurativa, pues es capaz de saber qué pasaría en el mundo si la proposición fuera verdadera. El sentido de la proposición depende sólo de ella misma, porque por sí sola dibuja aquello a lo que se remite. Para que algo sea una pintura de otra cosa se requieren dos condiciones: 1ª) Que los elementos de la pintura estén por los elementos de la realidad. 2ª) Que la relación entre los elementos de la pintura sea la relación entre los elementos de la realidad. El resultado de este análisis es claro: en las proposiciones del Tractatus se expone una determinada ontología del mundo físico, bastante similar al ‘atomismo lógico’ de Russell, aunque cada uno le dio un sentido totalmente distinto. Ambos coinciden en afirmar que existen proposiciones elementales y compuestas, y que el lenguaje es pintura de la realidad: en la realidad hay hechos atómicos que son pintados por proposiciones elementales. El mundo es la totalidad de los hechos, y éstos son una simple combinación de objetos simples. Las proposiciones elementales y los nombres se corresponden en la realidad con los hechos atómicos y los objetos simples, y el lenguaje es reflejo de la realidad. Lo que hace que una pintura sea una pintura del mundo es ‘la forma lógica de la figura’. En la teoría pictórica del significado, el lenguaje aparece como el Gran Espejo del mundo, porque lo refleja o lo dibuja perfectamente de tal modo que lenguaje y mundo se corresponden enteramente.

El análisis lógico del sentido de las proposiciones conduce a Wittgenstein a la acusación de falta de sentido de las proposiciones filosóficas. Las proposiciones que versan sobre lo supraempírico no figuran nada, no dibujan un hecho posible, y por tanto son ‘sinsentidos’. En consecuencia, las proposiciones de la metafísica son ‘pseudoproposiciones’, porque el lenguaje no puede superar el plano de lo fáctico. Sólo puede hablar de los hechos, y este nivel es cubierto por las ciencias empíricas. “La mayor parte de las proposiciones y cuestiones que se han escrito sobre materia filosófica no son falsas, sino sinsentidos (Unsinnig)”. “La totalidad de las proposiciones verdaderas es la ciencia natural total (o la totalidad de las ciencias naturales)”. Con esto Wittgenstein no desprecia a la metafísica, sino que la considera una tendencia natural del hombre y siente un profundo respeto por ella. La filosofía wittgensteniana, como aclaración lógica del pensamiento, es fundamentalmente ‘terapéutica’, pues intenta evitar el sinsentido de las proposiciones y problemas de la filosofía tradicional. No se trata de resolver los problemas filosóficos, sino de disolverlos al mostrar que están mal planteados. Así se alcanza la ‘justa visión del mundo’ y el objetivo de la filosofía, al curar radicalmente en su raíz la enfermedad filosófica. A partir de aquí la filosofía se limitará a esclarecer la forma lógica de las proposiciones científicas, de modo que ésta se muestre por sí misma. Ahora bien, es obvio que la declaración de falta de sentido de todas las proposiciones filosóficas alcanza de lleno a las propias proposiciones del Tractatus, porque tampoco ellas dibujan ningún hecho real. Esta declaración de falta de sentido del propio Tractatus es en sí misma una indicación de su posible ‘sentido ético para la acción’, cuya comprensión estriba únicamente en su ejecución. Comprenderlo es abandonar la filosofía, porque sólo en el abandono de la especulación filosófica se alcanza ‘la justa visión del mundo’. Esto conduce al objetivo ‘ético’ que Wittgenstein se había propuesto: situar el campo de la ética, los valores, el sentido de la vida, etc., más allá de cualquier lenguaje significativo. A través del análisis de lo que puede ‘decirse’ se ha ‘mostrado’ lo que no puede decirse, lo ‘místico’, o la ‘justa visión del mundo’. Lo que se muestra es que las grandes cuestiones de la existencia humana, como son el problema del sentido de la vida, de los valores, etc., no tienen absolutamente nada que ver con la filosofía ni con la ciencia. “Nosotros sentimos que cuando todas las posibles cuestiones científicas se han respondido, los problemas de la vida permanecen absolutamente intocados. Por supuesto, ya no quedan preguntas, y esa precisamente es la respuesta”. ¿Cuál es esa ‘justa visión del mundo’? o ¿en qué estriba ‘lo místico’? Para Wittgenstein estriba en verlo como un todo limitado, sub specie aeternitatis o desde fuera, porque obviamente el mundo es una totalidad limitada: el mundo no es más que el conjunto de todos los hechos. En consecuencia, “cómo son las cosas en el mundo es completamente indiferente para lo que está más alto. Dios no se revela a sí mismo en el mundo”. En la medida en que el mundo es el conjunto de los hechos y el hecho de ser todos los hechos, su sentido debe quedar fuera de él, y notar que en él no hay ningún valor, porque un valor no es un hecho. Como la voluntad no es un hecho, la voluntad no es mundana y sólo señala el límite dónde acaba el mundo. Por eso el mundo por sí mismo queda desprovisto de cualquier valor, salvo que la voluntad le quiera dar por su cuenta un determinado sentido.