LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

6. El mundo: mónadas, optimismo y armonía preestablecida

6.1. Mónadas. En la Monadología Leibniz ofrece un resumen com­pleto de su visión del mundo. El universo está cons­tituido por sustancias primeras, caracterizadas por su indivisibilidad y unidad, llamadas ‘mónadas’. Debe existir lo sim­ple para dar cuenta de lo compuesto. La unidad simple es la sustancia o mónada. Con ello Leibniz pretende refutar la filosofía ma­terialista que imperaba en la época, inspirada en la física atomista de Bacon y Gassendi y en el mecanicismo de Descartes, la cual sostenía que las últimas unidades de la naturaleza ha­bían de ser materiales: los átomos. Esto suponía para Leibniz una contradicción, pues le parecía evidente la infinita divisibilidad de todo lo extenso y material. Frente a ello opuso el átomo formal o mónada, como auténtica ‘sustancia de la natu­raleza’. Para ello Leibniz apelará al concepto clásico de ‘forma’, oponiéndolo al átomo mate­rial, para explicar su idea de sustancia.

El punto central de su filosofía de la naturaleza es la noción de ‘sustancia’. La entendió como es un ‘ser completo’ que incluye en sí todos sus acci­dentes o determinaciones. En esto se opuso al planteamiento aristotélico, según el cual la sustancia está en potencia de cambios tanto sustanciales como accidentales. “Las mónadas no tienen ventanas por las cuales algo pueda entrar o salir. Los accidentes no podrían desprenderse ni pasearse fuera de las sus­tancias”.

Además de sus propios accidentes, el sujeto indi­vidual debe contener dentro de sí aquellos predicados o atributos derivados de su relación con todos los demás seres; y, en virtud de la conexión de todas las cosas, expresa en su interior el universo entero. La sustancia se concibe así como un sujeto autónomo. La dependencia de la mónada con respecto de otras sustancias es solamente ideal, pues cada mónada se percibe solamente a sí misma y en ella hay una representación de todo lo que ocurre en el resto del universo. Todo ocurre como si hubiera relaciones mutuas, pero lo que hay en realidad es una ‘armonía pre­establecida’ por el autor del universo. Cada mónada es como un microcosmos, una representación completa de todo el universo.

Cada mónada tiene cualidades in­ternas, propias e in­dividuales, que la hacen distinta del resto de las mó­nadas. Por tanto, no pueden darse en la naturaleza dos seres enteramente idénticos. A esto lo llama el ‘principio de los indiscerni­bles’. Además, como Dios ha creado el mundo, actuaría sin razón si crease dos seres iguales. A esto lo llama ‘principio de razón suficiente’. Para Leibniz todo el universo está lleno, a lo que llama ‘ley de la continuidad’.

Las mónadas son inextensas, inmateriales y simples; su esencia es la fuerza, la actividad, y por eso están sujetas a un cambio continuo, cambio que procede de un principio interno sustancial a cada una. Iden­tifica la forma activa con la sustancia misma. La mónada se identifica con la acción, pues la sustancia contiene en sí la tota­li­dad de las determinaciones objetivas del actuar. Ser y actuar son sinónimos en una sustancia. Toda acción no es más que un despliegue interno de lo ya contenido pre­viamente. De modo que si alguien fuera capaz de saber con detalle las actividades de una mónada en el momento presente, po­dría de­ducir con seguridad qué acciones van a sucederse en el futuro.

La distinción entre los seres procede de un criterio de grada­ción. Las mónadas inferiores son las ‘desnudas’, las cuales tienen una ‘percepción’ inferior. La clase de mónadas más elevada es la que corres­ponde al alma racional o espíritu, que es capaz de re­flexión sobre sí misma y puede acceder al cono­cimiento de las verdades necesarias y eternas.

Hay tres tipos de percepcio­nes: 1º) Percepciones que constituyen en general la vida de toda mónada. 2º) Percepciones en las que se une la sensación acompa­ñada de memoria. 3) Percepciones acompañadas de razón. En consecuencia, hay tres tipos de mónadas: 1ª) Entelequias: sólo tienen percepciones simples. 2ª) Almas: poseen percepciones acompañadas de memoria. 3ª) Almas racionales o espíritus: conocimiento de las verdades universales y eternas y capacidad de refle­xión.

Las mónadas ni comienzan ni dejan de existir de modo natural. Solo inician su existencia por creación y desaparecen por aniquilación. Antes de su creación existen como posibles en el intelecto absoluto, pues en él están representados to­dos los seres y mundos posibles. Esos seres, sólo posi­bles en Dios, constituyen al mismo tiempo las esencias de las cosas que se harán después efectivas. Primero es la esencia, luego la existencia. El esen­cialismo leibniziano consiste precisamente en esta pri­macía de la esencia sobre la existencia y, en definiti­va, la prioridad de la posibilidad sobre la reali­dad, propia del racionalismo. En todo lo que precede se ve clara la tendencia leibniziana a idealizar el mundo, motivo por el cual se le ha considerado precur­sor del idealismo posterior.

6.2. Optimismo. No todo ser posible existe. ¿Por qué razón existe algo más bien que nada? Leibniz responde que por elección di­vina, la cual se decanta por la mejor combinación de los posibles entre sí. Por tanto, existe aquel grupo de individuos que entre sí son máximamente compatibles o ‘composibles’. Y ese conjunto es forzosamente el mejor. De aquí surge el ‘optimismo leibnizia­no’, según el cual ‘Dios ha creado el mejor de los mundos posibles’ preexistente en su Intelecto Abso­luto.

6.3. Armonía preestablecida. Derivado de tal optimismo, surge la hipótesis de la ar­monía preestablecida, que significa que la riqueza del universo exige que cada ser individual o mónada esté traspasado de cierta infinitud y exprese en su interior la infinitud misma del universo entero. Cada sustancia sigue así sus propias leyes en la representación o ex­presión del universo, independientemente de las demás, pero con una perfecta armonía o paralelismo entre todas ellas, armonía o paralelismo preestablecidos desde el comienzo del universo.