LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

3. BALANCE

1. El problema de la eternidad del mundo. Acierta San Buenaventura, no San Alberto (quien influiría en Sto. Tomás de Aquino), en sostener que se puede demostrar por el conocer natural –sin el recurso a la fe sobrenatural en la revelación divina– que la creación del universo no es eterna sino que comienza en el tiempo, sencillamente porque es obvio que el universo es temporal, y ‘tiempo’ y ‘eternidad’ son excluyentes. Eterno, solo Dios. Sólo él está al margen del tiempo. Es más, como ser personal que es Dios no se ha temporalizado (no ha dejado de ser eterno) cuando ha irrumpido en el tiempo con la asunción de la naturaleza humana por parte de Cristo. Por lo dicho, es claro que el intento de entender la eternidad como tiempo –como después han llevado a cabo Hegel, que la identifica con la historia, o Nietzsche, que la identifica con el eterno retorno– equivale a la falsificación de la eternidad. 

2. La distinción real en lo creado. Acierta más San Alberto Magno que San Buenaventura al advertir que en todo lo creado se da la composición básica entre el ‘quod est’ y el ‘quo est’, porque esa composición es previa y superior a la de forma y materia.

3. El alma humana. Acierta San Alberto Magno, no San Buenaventura, al negar el hilemorfirmo del alma humana. Aciertan ambos en defender que el alma es creada directamente por Dios e infundida en el cuerpo humano desde el primer instante. Y aciertan asimismo ambos al distinguir realmente entre el alma y sus potencias.

4. El intelecto agente. Acierta San Alberto Magno al indicar que el intelecto agente es del orden del ‘esse’ (acto de ser) humano. No en cambio, San Buenaventura, que lo considera del orden del hábito, del ‘habere’, por tanto. Esta y las restantes ocho sentencias albertinas aducidas sobre el intelecto agente son correctas.

5. El intelecto posible. Acierta San Alberto Magno en que en el intelecto posible radican los ‘conceptos universales’, y más aún en que no todo nuestro conocimiento requiere de especies sensibles. Estas tesis las puede hacer suyas sin problema San Buenaventura, pero a ellas añade que su causa es siempre la iluminación divina, lo cual no es correcto, porque el intelecto agente nuestro es nuestra fuente de toda luz noética natural humana.

6. El cuerpo. Acierta San Alberto Magno en que en el cuerpo el alma ejerce dos funciones: vegetativas y sensitivas, siendo tres las primeras: nutritiva, aumentativa y generativa, y de dos tipos las segundas: sentidos externos e internos. No acierta San Buenaventura en la medida en que afirma que el cuerpo humano es un compuesto de ‘formas’ –en plural– y materia, a menos que tales ‘formas’ se entiendan como potencias o facultades sensibles.

7. Las pruebas para demostrar la existencia de Dios. Las albertinas de la causalidad y del movimiento son correctas. También se puede acceder a Dios, como plantea San Buenaventura, desde las realidades sensibles viéndolas como ‘vestigios’ del ser divino. Es correcta –y más relevante que las precedentes– la tesis bonaventuriana de que la intimidad humana está ‘a nativitate’ abierta noéticamente a Dios, aunque tal conocimiento no sea clarificante o patentizador del ser divino. No es correcto, en cambio, su argumento ontológico, pues ninguno de los de este estilo que se han formulado a lo largo de la historia lo son, pues todos ellos siguen la vía racional generalizante, la cual no versa directamente sobre lo real, sino sobre ideas pensadas.

8. La identidad divina. Es correcta la sentencia de ambos pensadores de que en Dios el ‘quod est’ y el ‘esse’ se identifican, a lo que San Buenaventura añade que él son idénticos el ‘ens’ y el ‘esse’, el ‘esse’ y el ‘operari’.

9. En suma. San Alberto Magno y San Buenaventura fueron dos mentes brillantes que pusieron la filosofía al servicio de la teología, la de Aristóteles uno, la de San Agustín otro. Errores –como a todos los humanos– no les faltaron, por ejemplo, el de considerar por parte de San Alberto Magno durante parte de su vida que el intelecto agente es una ‘potencia’, error, que él mismo corrigió más adelante, y el de aceptar el ‘hilemorfirmo universal’ por parte de San Buenaventura. Pero, a pesar de tales errores, pusieron el conocimiento natural al servicio de la fe sobrenatural y lograron, sobre todo, ser santos.