LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

5. Verdad, lenguaje, el abuso de las palabras, política y ética

5.1. Verdad y lenguaje. Locke establece una distinción entre lenguaje, pensamiento y realidad. La verdad se expresa en proposi­ciones que constan de palabras, y su comprensión depende de la propia comprensión de las palabras. Por ello, la episte­mología debe ocuparse del problema del lenguaje. Esta actitud es la misma que 3 siglos después albergará la filosofía analítica. Locke analiza los diferentes sentidos de verdad. a) Verdad metafísica. Es equiparable a la realidad existente. Todas las cosas por el hecho de existir pueden ser consideradas verdaderas. Las ideas, las palabras o las cosas son verdaderas en el sentido de que existen y ‘realmente son tal como existen’. b) Verdad empírica. Es la adecuación entre las ideas y la realidad. La verdad o falsedad propiamente existe en el juicio, es decir, en la afirmación o negación de algo. En la verdad empírica, un sólo juicio es suficiente para deter­minar su verdad o falsedad, de acuerdo a su correspon­dencia con los hechos de experiencia. c) Verdad formal. Es la coherencia o no contradicción entre las propias ideas. En la verdad formal es necesario un conjunto de juicios que constituyen un razonamiento, del que puede establecerse su validez según la coherencia entre sus premisas y conclusiones.

Para Locke los signos que empleamos para expresar juicios son ideas o palabras con las que establecemos proposiciones mentales o verbales. Por eso, lenguaje y pensamiento aparecen unidos y relacionados con el problema de la verdad. Para él “la verdad consiste en unir o separar esos representantes, según que las cosas que representan estén, en sí mismos, de acuerdo o no; y la falsedad consiste en lo contrario”. Las ideas pueden llamarse verdaderas o falsas si nos atenemos al principio de adecuación o concordancia con la existencia real. De esta manera, “estas representaciones, si solamente contienen lo que realmente existe en las cosas externas, no pueden ser consideradas falsas, puesto que son representaciones exactas de algo”. Existe también la adecuación lingüística, es decir, las ideas se consideran verdaderas cuando hay una uniformidad en el criterio de significación de un término empleado por dife­rentes hablantes. Un tercer sentido de adecuación sería la que establece la conformidad entre las ideas y las esencias reales.

Locke encuentra dificultades para establecer el criterio de verdad. Las ideas son copias de los objetos reales, pero sólo algunas ideas representan fielmente la realidad. En el caso de las ideas ‘simples’ parece fácil conocer la adecuación con la existencia real y con la conformidad lingüística. No ocurre lo mismo con las ideas ‘complejas’, sobre todo las ideas de ‘sustancias’, de los ‘modos mixtos’ (ideas abstractas) o de las ‘esencias’ reales. En estos casos ni la experiencia, ni la observación conducen a asegurar la adecuación. Así pues, las esencias propias de cada especie se forjan solamente –y aquí aparece su voluntarismo– por el consentimiento entre los hombres, no por una adecuación con la naturaleza, pues la mayor parte de nuestras palabras son términos generales, mientras que las cosas reales existentes son particulares. Los términos generales son abstractos que denotan especies y géneros y son exclusivamente fabricados artificial y arbitrariamente por los hombres. Las palabras no represen­tan, pues, la esencia de las cosas (puesto que ésta permanece oculta), sino más bien los usos que damos a las mismas.

Lo que precede es convencionalismo lingüístico. El plan­teamiento lockiano del lenguaje es, por consiguiente, utilitarista. Esto deriva del nominalismo de Ockham. Por esta razón Locke sostiene que resulta más adecuado llamar a nuestras ideas ‘correctas’ o ‘incorrectas’ en lugar de verdaderas o falsas. Las ideas en cuanto que están en la mente son correctas, siempre y cuando no encierren contradicción. Locke se refiere a la verdad formal o validez. Sólo si nos atenemos al criterio de verdad empírica, es decir, a la adecuación de las ideas con la realidad, podemos afirmar que nuestras ideas son verdaderas o falsas, con lo cual Locke le exige a lo pensado un criterio que no necesariamente debe cumplir. El problema se agudiza en que, para Locke, el criterio de adecuación se reduce a las ideas ‘simples’ y a los nombres que designan dichas ideas. No podemos conocer más que cualidades o fenómenos de los objetos, quedando la realidad oculta tras un nombre que se supone representa dichos objetos. Así aparecen enlazados el fenomenismo y el convencionalismo lingüístico.

5.2. El abuso de las palabras. Locke señala las imper­fecciones o deficiencias voluntarias que los hombres cometen en el uso de los términos lingüísticos. a) El uso de palabras sin ideas claras, y el uso de signos sin referencia a ninguna a la cosa significada. Locke, a este respecto, critica algunos términos generales o abstractos empleados por ‘los metafísicos y escolásticos’ tales como el de ‘substancia’. b) La inestable aplicación en el uso de las palabras. Los mismos términos lingüísticos se utilizan, a menudo, para expresar ideas diferentes. c) La oscuridad de las palabras debida a una viciosa aplicación. Frecuentemente se dan a palabras viejas una significación nueva o desusada, introduciendo términos ambiguos. d) Tomar las palabras por las cosas. Los términos filosóficos propios de cada sistema o escuela incurren en este defecto. Por ejemplo, la filosofía peripatética cree que los 10 predicamentos representan la naturaleza de la realidad. Locke afirma que “por lo menos, creo poder decir que tendríamos un número mucho menor de disputas en el mundo, si se tomaran las palabras por lo que son, es decir, por sólo signos de nuestras ideas, y no por las cosas mismas”. e) Conceder a las palabras una significación que no pueden tener. A menudo suponemos que los nombres designan la constitución real de las cosas. Un ejemplo, anteriormente señalado, sería el de con­fundir la esencia real con la nominal. f) Suponer que las palabras tienen una significación inequívoca y evidente. Pero las palabras son convenciones arbitrarias. g) El uso figurativo del lenguaje puede conllevar también ciertos abusos. Por eso, Locke advierte que la oratoria y las arengas que buscan el halago o el placer deben evitarse, prefiriendo el discurso menos bello, pero claro y ordenado cuya finalidad sea únicamente transmitir una información más adecuada.

5.3. La política y ética. Frente a Hobbes, Locke admite el derecho natural regido por la razón, pero sostiene a la par, como aquél, que la sociedad es fruto de pacto convencional. No incidiremos en esta incoherencia, sino más bien en que, en este campo, Locke ha influido sobre todo en su tesis sobre la propiedad. En efecto, indicó que el instinto humano más importante es ‘el deseo de propiedad’. Locke es un autor que, como Hobbes, destacó o aisló un ‘instinto dominante’ en el hombre, que en el caso de Hobbes fue el ‘instinto de conservación’. Para él la felicidad humana depende de la posesión práctica de cosas, en especial, de dinero, porque ofrece seguridad en la vida y éxito en la sociedad. Es la justificación teórica de la burguesía. Nótese que el dinero como conectivo social reemplaza en la modernidad a la ética clásica. Se puede decir que de aquí arranca –no hay que esperar a A. Smith– el liberalismo. Por eso la base de la ética, para Locke, no es la virtud, sino el bien útil, placentero, el cual se corresponde con el deseo de propiedad.