LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

1. La noción cristiana de ‘persona’

‘Persona’ significa relación, la cual no debe ser entendida ni como ‘sustancial’ (compuesto hilemórfico de causa material y formal) ni como ‘accidental’, porque persona no es sustancia ni accidente, sino acto de ser personal, ‘espíritu abierto o en referencia a una persona distinta’, ‘coexistencia libre, cognoscente y amante con’ una persona distinta. El ‘acto de ser’ no es ni ‘sustancia’ ni ‘accidente’. La relación personal humana es trascendental, espiritual, íntima, y está constitutivamente referida al ser divino, y desde él, a las demás personas creadas. Ahí reside la dignidad humana. Para el pensamiento griego clásico lo superior humano es el crecimiento de los hábitos de la razón y de las virtudes de la voluntad. Pero el cristianismo mantiene que cada quien es superior a esas potencias que posee, y que el ser personal es susceptible de crecimiento irrestricto de cara al Dios pluripersonal. En la tradición cristiana ‘persona’ humana no significa ni el todo humano, ni algo menor del hombre, sino lo radical, el cada quién, el acto, que permite activar todo lo potencial del hombre. Su entera explicación sólo puede correr a cargo de lo superior a ella, Dios, no de lo inferior.

Según el cristianismo ‘persona’ indica lo que excede al cúmulo de cualidades que son comunes a la ‘naturaleza’ humana, tanto naturales como adquiridas. Tal exceso se puede consignar como ‘sobrar’ (desde el inicio). Esto denota riqueza, superabundancia; y junto a ella –don natural divino–, Dios aún añade más: la elevación, cuya dirección mira al Dios pluripersonal.

Tanto natural como sobrenaturalmente, la persona humana no se explica sin el Dios personal. Por tanto, carecen de sentido ‘personal’ las antropologías no abiertas a la trascendencia personal divina. Tendrán más o menos sentido ‘humano’, pero no ‘personal’. Esas antropologías se quedan en el estudio de la naturaleza humana (el cuerpo humano) y de la esencia incorpórea del hombre (inteligencia, voluntad, yo psíquico con su personalidad), pero no advierten qué significa ‘persona’, pues no acceden al acto de ser personal, o tienen un concepto equivocado de esa noción, pues, para describirla, recurren a incluirla dentro de una generalización que engloba los componentes de la naturaleza y esencia humanas. Por su parte, ‘personalismo’ reciente, aún estando centrado en la persona, tiene en buena medida una concepción deficiente de ésta, ya que no la distingue suficientemente de la noción de ‘hombre’, pero la palabra ‘persona’ no equivale a una denominación común, sino que nombra a cada quién, viéndolo como una referencia novedosa y diversa respecto del Dios personal.

La ‘persona’ denota relación radical a otra persona; la noción de ‘hombre’, significa relación manifestativa hacia otras realidades, las cuales puede ser de varios tipos: a) el universo físico; b) las cualidades comunes de los demás hombres; c) pluralidad de realidades intramundanas. En cambio, ‘persona’ sólo se refiere a personas distintas: increadas y creadas.

a) El conocimiento de la pluralidad de personas en Dios. La atribución del término ‘persona’ a Dios, tema completamente velado a la metafísica, no lo está a la antropología, pues ésta alcanza a conocer nuestro ser personal y sabe que la noción de ‘persona única’ es contradictoria. Esto indica que el acceso al Dios pluripersonal es netamente filosófico, aunque no metafísico, sino antropológico. La metafísica estudia a Dios como Origen, principio, fundamento, pero no capta su ser personal, su intimidad. En cambio, desde la antropología que estudia la intimidad personal humana se accede a Dios como ser personal, pues desde la intimidad humana se descubre que Dios es personal. Se nota que las personas divinas no pueden carecer de los rasgos que caracterizan a la intimidad personal humana, pues de lo contrario aquéllas no serían personas ni se relacionarían con la persona humana. La antropología no puede saber que las personas divinas sean Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero sí que son plurales. En el hallazgo de que realmente no quepa hablar de ‘persona’ sino de ‘personas’ se basa la antropología. Lo que de Dios descubre la metafísica no es incompatible con el mensaje revelado, pero el nivel de conocimiento metafísico no descubre naturalmente la realidad personal. Con todo, es claro que ésta se puede descubrir naturalmente, e incluso ahondar en ella, puesto que cada uno de nosotros somos persona, y carece de sentido que una persona lo sea y no llegue a saberse. Gracias a este saber antropológico notamos que la persona que somos está abierta a conocer al Dios pluripersonal, porque ninguna persona humana es un invento propio, sino del Creador.

Es precisamente a este saber natural al que añade conocimiento la cúspide de la revelación cristiana, la cual afirma no sólo la pluralidad de personas en Dios, sino también quién es cada una de ellas, como se han revelado en la historia y que han hecho por los hombres. A la revelación se accede por la fe sobrenatural, don divino. Si sería insensato prescindir de dicho saber sobrenatural que se nos ha regalado, lo sería asimismo desechar el saber culminar humano, pues en el primer caso se alentaría el fideísmo, y en el segundo, el naturalismo secularizante. La fe sobrenatural no enlaza directamente con el ‘saber racional’ sobre Dios, ni tampoco con el ‘metafísico’, sino con el ‘antropológico’, pues el tema de la fe es exclusivamente las personas divinas, no la ‘idea’ de Dios, ni la ‘existencia’ de Dios (del acto puro o ser simple). La ‘idea racional de Dios’ ni es Dios ni es intencional respecto de él. Y aunque la ‘existencia de Dios’ se puede demostrar metafísicamente, el tema de la fe sobrenatural –quiénes son las personas divinas– es indemostrable. Pero tal saber enlaza con el propio de la antropología, puesto que sólo éste permite conocer que existen pluralidad de personas divinas.

El superior descubrimiento de la filosofía clásica (olvidado en la moderna) es el de la distinción real ‘actus essendi–essentia’ en lo creado. En esa tradición se ha estudiado tal distinción en metafísica, pero no en antropología. Los actos de ser reales son distintos entre sí; lo son también las esencias reales. Es la dimensión antropológica, no la metafísica, la que sirve directamente de ‘preambula fidei’, porque la primera estudia el acto de ser personal y libre; la segunda, el impersonal y necesario. Lo que de Dios enseña la fe se añade directamente a lo que demuestra la antropología, no a lo que demuestra la metafísica ni la argumentación racional. Ni el conocer de la razón ni el del hábito innato de los primeros principios dan una noticia íntima de la existencia divina. Para ello, hay que ejercer el conocer personal. Y es a éste al que eleva la fe sobrenatural. La razón puede predicar que Dios ‘tiene’ verdad, bien, belleza. La metafísica puede afirmar que Dios ‘es’ ser, verdad, bien, belleza. El conocer personal puede saber que Dios ‘es coexistencia libre, cognoscente, amante’; que ‘es pluripersonal’ y atribuir a las personas divinas ‘relaciones interpersonales’ (libres, cognoscentes y amantes), pero no puede atribuirles las relaciones que la fe sobrenatural ‘cree’ (paternidad, filiación, espiración). La fe es el único saber que en la presente situación experimenta a las Personas divinas tal como realmente son.

Desde el conocer personal natural se puede afirmar que cada persona divina es distinta, que cada una es relación personal, que es imposible una única persona divina, que en Dios existen relaciones personales de unas personas con otras, pues ninguna persona es ‘en sí’ y ‘respecto de sí’. La fe sobrenatural añade que son tres las personas divinas y cuáles son sus relaciones, manifestando en concreto qué persona es cada relación personal. Añade que la pluralidad de personas en Dios son actividad ‘ad intra’ en la identidad divina.

b) La filiación personal. La metafísica descubre que el acto de ser del universo es necesariamente dependiente del acto de ser divino. La antropología descubre que el acto de ser personal humano es libremente dependiente del ser pluripersonal divino. La fe sobrenatural añade que esa dependencia personal libre es filial. La fe manifiesta que en las personas divinas el Hijo es la perfecta imagen del Padre. Como los demás hijos no lo son, caben infinitos. Por tanto, si somos hijos, a quien más nos parecemos en la Trinidad es al Hijo (no al Padre o al Espíritu). Como mientras vivimos en la presente situación no podemos cumplir por entero el proyecto filial asignado paternalmente, de esto se siguen dos asuntos: que en esta vida podemos crecer filialmente, y que nuestra filiación cumplida debe ser posthistórica. La fe es ‘un nuevo modo de conocer personal’, que nos permite notar la inseparabilidad de la actividad de las personas divinas entre sí y respecto de nosotros. Si tal conocer es personal y es elevado por la fe, con ella somos más personas que antes. Y otro tanto cabe decir de la elevación de la libertad por la esperanza teologal y del amor personal por la caridad sobrenatural. Somos más personas –más hijos– en la medida de esa elevación.

Si se pretende conocer a Dios por medio de la razón –por cualquiera de sus vías operativas–, de él conocemos más lo que no es que lo que es, porque las ideas abstraídas de la realidad física y atribuidas a Dios (ej. ente, sustancia, naturaleza, esencia, unidad, etc.) ni son ni denotan al Dios real, sino que lo suponen. Además, las ‘ideas generales’ sobre Dios (‘máximo’, ‘todo’, etc.), denotan directamente la capacidad irrestricta de la razón generalizante, no al Dios real. Si se advierte a Dios desde el hábito de los primeros principios –el que permite conformar la metafísica–, tal conocer de Dios es siempre escaso, porque al advertir la simplicidad divina, ésta se retrotrae a ser comprendida. Pero si se conoce a Dios desde el conocer personal, de él podemos conocer más lo que es que lo que no es, pues descubrimos –como persona que somos– que Dios es pluripersonal. Si se conoce a Dios por la luz de la fe sobrenatural se conoce el quién distinto de cada una de las personas divinas. Como se puede apreciar, el cristianismo descubrió la persona, que ésta puede ser elevada al orden de la filiación divina sobrenatural y las consecuencias aludidas.