LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

7. Dios como garante de las ideas y del mundo

7.1. De las ideas. Descartes no se fía ni de los sentidos externos ni de los internos, y sólo en parte de la razón, en cuanto que ésta topa con ideas claras y distintas. Ahora bien, este criterio tampoco es válido para él si no pudiéramos demostrar que Dios existe y que nos ha dado el ser y el conocer. Si desconociéramos el fundamento del pen­sar, no podríamos dirimir entre la verdad y el error, pues el precedente criterio de evidencia sería un criterio subjetivo.

Por eso el único modo de saber que algo conocido por los sentidos es verdadero consiste en examinar su idea y comprobar que se trata de una idea clara y distinta; y ¿cómo po­dríamos hacer esto si no hubiéramos demostrado que Dios existe sin usar en esa demostración ideas objetivas? Sólo porque Dios es nuestro creador y no nos engaña, -el fun­damento del ser y del conocer- sabemos que las ideas claras y dis­tintas lo son de algo real, porque dichas ideas no son imaginaciones o sueños, sino ideas puras sin mezclas de elementos sensibles, ideas ‘intelectuales’, razones cognoscibles por la inteligencia y no meramente sentidas o imaginadas.

De entre los datos de los sentidos la razón ha de entre­sacar lo claro y distinto, pues sólo esto es lo verdadero. La verdad y el error no dependen, pues, de que lo pen­sado haya sido pensado durante el sueño o durante la vigi­lia; también estando dormidos podemos pensar cosas verda­deras -un teorema matemático, por ejemplo-. Lo decisivo es que lo claro y distinto siempre es verdadero y lo confuso y os­curo no es de fiar. Así pues, ya sabemos a qué atenernos respecto al conocimiento sensible y al de los sueños, cosas ambas en principio dudosas y que, por ello fueron descalifi­cadas.

7.2. Del mundo. En la 5ª parte del Discurso Descartes de­duce la existencia del mundo material, poniendo a Dios como garante de su existencia. Aparte del yo y de Dios (res cogitans y res infinita), te­nemos también ideas sobre las realidades materiales exter­nas, ideas que formamos a partir de sensaciones. A pesar de que todas ellas pueden ser enga­ñosas, sin embargo, senti­mos una inclinación natural a pensar que proceden efecti­vamente del exterior. Si tal inclinación es natural y Dios es creador y no puede engañarnos, hemos de admitir que existen objetos corpóreos’. Ahora bien: la esencia de las cosas materiales no puede ser otra que la extensión geométrica. En efecto, las cualida­des sensibles son oscuras y confusas, en tanto que la exten­sión la concebimos ‘muy clara y distintamente’. Así, pode­mos imaginar la extensión sin cualidades sensibles, pero no po­demos pensar estas cualidades sin la extensión. Queda pues ca­racterizada la realidad externa como ‘res extensa’. De este modo se sientan las bases de la nueva ciencia que Descartes pretendía construir: la física. Con relación a ella, Descartes reduce la naturaleza de los cuerpos a mera extensión en el espacio. A partir de esta idea clara y distinta, y según el método matemático, es como debe desarrollarse esta ciencia. El mundo de los cuerpos, o substancia extensa, sólo puede ser conocido a través de la intuición racional cuyo ob­jeto son las entidades matemáticas. En el mundo sensible carte­siano, sólo hay extensión y movimiento al identificar mate­ria con espacio y extensión.

a) Extensión. Si los cuerpos no son más que extensión, la materia es in­finita, ya que lo único que podría limitarla es el espacio va­cío; pero espacio-vacío es una noción contradictoria (es ex­tensión inextensa). Al identificar materia con espacio, re­chaza la finitud y limitación del mundo material, que es sus­tituida por la infinitud. Esta ontología plantea un cosmos ra­cional abierto, cuantificable, indefinido y sustituye el ser real por el matemático.

b) Movimiento. Algo más complicado resulta el problema del movi­miento. De entrada, el único movimiento posible es el movi­miento local, ya que los cambios sustanciales o cualitativos son imposibles en un universo de pura extensión. Aún así, la idea de extensión no implica la de movimiento. Luego el mo­vimiento no es una propiedad de los cuerpos: todo movimiento es extrínseco al móvil (en franca oposición a la física aristotélica). La única causa posible del movimiento es Dios. Con esto la deducción de las leyes y pro­piedades de los cuerpos se simplifica. De entre esas leyes, podemos subrayar dos: 1ª) La ley de la conservación de la cantidad de movi­miento. 2ª) El principio de inercia.

c) Mecanicismo. Al interpretar la substancia corpórea como un todo con­tinuo (extensión) de un movimiento constante (principio de inercia), se está afirmando la estructura mecanicista de la realidad. El mecanicismo es aquella explicación de la reali­dad material en términos de materia y movimiento local, sin recurrir a las causas formales y finales. En el mundo mate­rial todo es pura materia, sin ninguna composición formal, y no hay cambios en la substancia. Se entiende el mundo como una máquina, en la que todas las piezas se mueven por con­tacto extrínseco. De estos presupuestos se deducen las siguientes conse­cuencias: 1ª) No hay espacio vacío, porque si lo hubiese, el espacio sería distinto a la extensión de las cosas. 2ª) No existen átomos en sentido estricto, porque toda la materia, al tener extensión, es infinitamente divisible, aun­que no tengamos instrumentos para hacerlo. 3ª) El universo no tiene límites y es indefinidamente extenso. 4ª) En un espacio así, el movimiento necesariamente se reduce a cambio de lugar.

***

Newton aceptaría de Descartes el carácter infinito del espacio y del tiempo (a los que entendió como ‘sensorium Dei’, los sentidos de Dios). La concepción mecanicista del universo -Dios como motor de una máquina que, una vez puesta en movimiento, da razón por sí misma de todo lo que en ella ocurre- tuvo amplio eco en la ciencia posterior. Para el mecanicismo los seres vivos no son un caso especial dentro de la naturaleza, pues no son sino sustancias extensas. Su automovimiento es explicado por Descartes como los mecanismos de un reloj. En defini­tiva, los animales y las plantas no son más que máquinas.