LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

7. La condición existencial humana según H. Arendt

7.1. Vida y obra. De origen judío, nació cerca de Hannover en 1906. A los tres años fue con sus padres a Königsberg. Su padre murió cuando ella tenía 7 años. A los 17 marchó a Berlín donde estudió teología cristiana. Volvió a Königsberg un año después y ese mismo año ingresó en la Universidad de Marburgo, donde fue discípula de Heidegger, Hartmann y Bultmann. A los 20 años se trasladó a la Universidad Albert Ludwig de Friburgo donde fue discípula de Hussserl, siguiendo sus estudios filosóficos en la Universidad de Heidelberg. Se doctoró a sus 22 años teniendo como director a Jaspers. Pasó a Berlín a los 23 años, edad en la que se casó. Tras pasar por Heidelberg se instaló con su esposo en Fráncfort, y volvieron más tarde a Berlín. Con la subida al poder del régimen nazi emigró primero a París en 1933, lugar en el se divorció de su marido en 1937 y en el que contrajo otras nupcias en 1940. Al año siguiente emigro a New York. Trabajó en diversas universidades de Estados Unidos (Berkeley, Princeton, Columbia y Chicago). Desde allí, finalizada la guerra viajó a Alemania y a otros países europeos y a Israel muchas veces. Murió en New York en 1975. Leyó a San Agustín, Kant, Kierkegaard, Marx, Trotsky, Jaspers y Heidegger. Sus obras más relevantes son: El concepto de amor en San Agustín, La condición humana, La vida del espíritu, y Pensar, querer, juzgar. Siempre se consideró judía sionista (secular), sin profesar en ninguna comunidad religiosa. Fue una mujer caracterizada por su inconformidad referida a lo establecido socialmente, en especial, frente a los totalitarismos. Pero no vamos a bosquejar aquí su teoría política ni sus críticas a los regímenes totalitarios, sino sólo resumir en breves trazos su antropología expuesta en clave social.

7.2. Filosofía. Se puede resumir así: intimidad incognoscible y manifestaciones claras. En La condición humana, más que la constitución intrínseca del hombre, lo que a Arendt le importa es dotar de sentido a ‘lo que hacemos’ –labor, trabajo y acción–; por eso, en él no tiene en cuenta ni siquiera la índole del pensar humano, porque no es un hacer. Las tres actividades mencionadas las agrupa bajo la denominación clásica de ‘vida activa’. Las describe así: ‘labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano… Trabajo es la actividad que corresponde a lo no natural de la exigencia del hombre… La acción, única actividad que se da entre los hombres sin la mediación de las cosas o materia’. Distingue entre labor, o esfuerzo corporal improductivo (ej. el propio de los esclavos o de los siervos domésticos, que amasan el pan o preparan la comida), y trabajo, que permite elaborar productos culturales (ej. una mesa). En consecuencia con esa dualidad distingue dos ‘tipos’ humanos: ‘animal laborans’ y ‘homo faber’. Distingue a su vez entre la ‘labor’ y el ‘trabajo’ del discurso y de la acción, porque éstas últimas son las que revelan que todos los hombres se diferencian entre sí y mediante las cuales se manifiestan qua hombres. Algunos hombres se pueden desentender de la labor y del trabajo, pero ningún hombre se desentiende del discurso y de la acción. Como se puede apreciar, Arendt describe al hombre por sus manifestaciones (praxis transitivas que se expresan, en especial, cuando las personas están con otras), pero no lo puede describir en su núcleo. Lo que precede equivale a la tesis de K. Wojtyla –central en su libro Persona y acción–, según la cual la persona se manifiesta en la acción o, con palabras de Arendt, se trata de ‘la inherente tendencia a descubrir al agente junto con el acto’. Afirmó que la existencia del hombre está condicionada por las cosas. Por eso distingue entre ‘condición humana’ y ‘naturaleza humana’. De esta segunda declara que sólo un dios puede conocerla, porque el modo normal de conocer humano las cosas es objetivo, es decir, forma ideas, y éste tipo de conocer falla cuando se pretende conocer a sí con él. El influjo de Heidegger en este punto es neto.

Indica también que la ‘condición humana’ en su vínculo con el resto de cosas no puede explicar la ‘naturaleza humana’. La vida activa –añade Arendt– es distinta de la contemplativa, caracterizada ésta por la teoría, la filosofía, el pensamiento. Describe al hombre –al igual que Aristóteles– como ‘animal político’, expresión más significativa que la de ‘animal social’ de Séneca, pues los animales se agrupan en sociedad para subsistir, como el hombre, pero carecen de organización política. ‘Sólo la acción es prerrogativa exclusiva del hombre’, y la superior de las ‘acciones’ –afirma– es la política. Considera que la acción se aúna con el discurso (por lo que describe también al hombre, como el Estagirita, como ‘ser vivo capaz de discurso’), y considera que el pensamiento es secundario respecto de la acción y el discurso, lo cual en modo alguno es aristotélico (recuérdese que el libro X de la Ética a Nicómaco –libro que es el cúspide de sus obras prácticas– concluye así: ‘la teoría es la forma superior de vida’). 

Añade diversas opiniones críticas sobre los modos de organización política, tanto antiguos como modernos. En este marco la clave de la ética es la virtud, la cual es entendida asimismo dentro de la esfera pública. Sabe que hay dimensiones de la vida humana, como por ejemplo el dolor o el amor, la inmortalidad o la eternidad, que pertenecen en exclusiva a la esfera íntima, pero, por eso mismo, no se centra en ellas, porque –ya lo ha adelantado– supone que la intimidad humana es incognoscible.