LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

8. El ‘existencialismo’ de G. Marcel

Se pone la palabra ‘existencialismo’ entre comillas en el caso de este pensador francés porque aunque Marcel es calificado ordinariamente como ‘existencialista cristiano’, él rechazó este calificativo y prefirió llamarse ‘neo-socrático’.

8.1. Vida y obra. Nació en París en 1889. Perdió a su madre a los cinco años. Fue educado por su abuela y tía; ésta última llegó a ser su madrastra. Tras cursar estudios en el Liceo Carnot de París, ingresó en la Sorbona donde estudió filosofía. Desde los 20 años fue profesor de varios liceos: el de Vendôme, el Condorcet de París, el de Sens, el de Luis-le-Grand de París, el de Monpellier. Se casó a los 30 años. Conoció a Gilson, Mauriac, Maritain, Paul Claudel, Sartre, Ricoeur, etc. Tras la IIª Gran Guerra viajó a Alemania, USA, Noruega, Canadá, Japón, Sudamérica, España, Marruecos, Líbano… Leyó a Coleridge, Schelling, Hegel, Maritain, Bergson, Bradley, Bosanquet, Hocking, Royce, etc. Murió en París en 1973, a la edad de 84 años. Compatibilizó siempre sus obras filosóficas con las de teatro. Sus obras filosóficas relevantes son, en primer lugar: Diario metafísico, Ser y tener, Del rechazo a la invocación, Homo viator y El misterio del ser; y en segundo lugar: Los hombres contra lo humano, El ocaso de la sabiduría, El hombre problemático, Presencia e inmortalidad, La dignidad humana y sus bases existenciales, Paz sobre la tierra y Para una sabiduría trágica y su más allá. Inicialmente protestante, se convirtió al catolicismo a los 40 años, fecha a partir de la que fue ferviente católico.

8.2. Filosofía. En cuanto al método, Marcel distinguió la ‘reflexión primaria’, que tiene que ver con los objetos y las abstracciones y alcanza su forma más elevada en la ciencia y la tecnología, de la ‘reflexión secundaria’, que se ocupa de aquellos aspectos de la existencia humana, como el cuerpo y la situación de cada persona, en los que se participa de forma tan completa que el individuo no puede abstraerse de los mismos. La reflexión secundaria contempla los ‘misterios’ y proporciona una especie de verdad (filosófica, moral y religiosa) que no puede ser verificada mediante procedimientos científicos, pero que es confirmada en tanto ilumina la vida de cada uno. En cambio, la reflexión primera se enfrenta a los ‘problemas’.

En cuanto al tema, la de Marcel es una ‘filosofía concreta’, centrada sobre todo en el hombre, pues abogó por una filosofía que reconociera que la encarnación del sujeto en un cuerpo y la situación histórica del individuo condicionan lo que se es en realidad. Mantuvo que los individuos tan sólo pueden ser comprendidos en las situaciones específicas en que se ven implicados y comprometidos. Esta afirmación constituye el eje de su filosofía. Marcel, al contrario que otros seguidores del existencialismo, hizo hincapié en la participación en una comunidad en vez de denunciar el ontológico aislamiento humano. No sólo expresó estas ideas en sus libros, sino también en sus obras de teatro, que presentaban situaciones complejas donde las personas se ven atrapadas y conducidas hacia la soledad y la desesperación, o bien establecen una relación satisfactoria con las demás personas y con Dios.

8.3. Claves de su antropología. Estas son cuatro: encarnación, itinerancia, intersubjetividad e intimidad.

a) Encarnación. Marcel escribe: ‘yo soy mi cuerpo’, lo cual no equivale a indicar ‘yo me reduzco a mi cuerpo’, tesis materialista, sino a negar el dualismo cartesiano entre cuerpo y alma. El hombre es un ser encarnado, corporal. La persona humana, según él, no ‘tiene’ sino que ‘es’ su cuerpo, con el cual se abre al mundo. Distingue entre ‘cuerpo–sujeto’ y ‘cuerpo–objeto’. El primero se conoce por experiencia interna; el segundo, por la conciencia espacial. Ambos son indisolubles y complementarios. El propio cuerpo no se puede conocer objetivamente como se piensan las ideas, sino que es mediación del conocimiento objetivo (‘mediación simpática’), distinta de la ‘mediación instrumental’, que es la relación del cuerpo con los instrumentos. Lo que precede equivale a decir que, para Marcel, el hombre no puede entenderse al margen de su propio cuerpo.

b) Itinerancia. El hombre es un ser temporal, pero el tiempo es un misterio, más aún el humano, porque no se conoce objetiva sino experiencialmente. En razón de ello Marcel describe al hombre como un viajero, un ser itinerante. La existencia humana es temporal, un camino de crecimiento, un hacerse libremente más humano. La existencia participa libremente del ser. Su fin no es la muerte, sino la inmortalidad, pero ésta –según él– no se puede conocer filosóficamente, sino solo creer por fe sobrenatural. Debido a la libertad, el tiempo humano puede ser aprovechado de modo creciente –‘tiempo abierto’– o decreciente –‘tiempo cerrado’–. En el primer caso surge el amor, la alegría, la esperanza, la fidelidad, que conducen a la eternidad. En el segundo, lo contrario.

c) Intersubjetividad. El hombre es un ser con otros seres, pues no cabe ‘yo’ sin ‘tú’. La apertura es condición de perfeccionamiento. La cerrazón provoca la indisponibilidad. El yo logra su plenitud con otros. Los otros pueden ser, o bien un tú, o bien la familia, o bien la comunidad humana, o bien Dios. La apertura se lleva a cabo a través del amor, no del conocimiento, pues el amor trata a otro como un ‘tú’, no como un ‘él’. La apertura básica se da en la familia, la cual conforma la personalidad y fomenta la libertad y la responsabilidad. Marcel entiende la intersubjetividad como fraternidad, porque todo hombre es hijo de Dios. Dice que el hombre no es un individuo, sino un ‘ser comunitario’, que, con todo, no se subordina a la sociedad, porque la apertura a los otros es inferior a la apertura a Dios.

d) Intimidad. El hombre es un ser dotado de intimidad, la cual es abierta vocacionalmente a la trascendencia divina. La intimidad se conoce mediante el recogimiento. El hombre no crea los valores, sino que los encuentra en su intimidad, lo cual garantiza su dignidad, su carácter sagrado, su ser imagen de Dios. Pero no encuentra los valores del todo hechos, sino que tiene que llegar libremente a ser quien está llamado a ser por vocación divina. Si pierde tal dignidad, el hombre se vuelve un ser agónico, problemático.