LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

6. Felicidad o Metafísica de las costumbres

6.1. Dios como postulado. Para Kant ser feliz es el anhelo de todo ser racional finito, pero en qué la pone cada uno es cosa del sentimiento particular de placer y dolor. Por tanto, no se puede fundar en una ley moral universal e incondicionada. El valor de cada acción moral depende del imperativo categórico, no de los bienes reales (ni siquiera del bien último) ni de lo que puede ganar la voluntad al actuar (virtud), porque esta potencia ya es santa por naturaleza. En consecuencia, el imperativo categórico nos hace dignos de la felicidad. Kant rechaza el fin último porque considera que el imperativo categórico es suficiente. A Dios (Ideal del Bien Supremo originario) lo toma a modo de postulado como autor de la naturaleza, pues lo que conocemos –dice– es la ley de nuestra naturaleza, no a Dios.

6.2. Inmortalidad como postulado. Para ser feliz la voluntad debe ajustarse siempre a la ley moral. Pero esa perfección no la puede alcanzar un ser racional en el mundo en ningún mo­mento de su existencia, de manera que hay que ‘postular’ la inmortalidad del alma, porque para Kant tampoco se puede conocer. ‘Por postulado –dice Kant– entiendo una pro­posición teórica, pero no demostrable como tal, en cuanto depende inseparablemente de una ley práctica incondicional­mente válida a priori’. Por tanto, para Kant, el uso moral de la razón justifica los conceptos de Dios, la libertad y la inmortalidad, para cuya posibilidad la razón, en su uso especulativo, no encontraba suficiente garantía.

6.3. La libertad. La libertad funda la posibilidad de los otros dos postulados, porque es la condición (ratio essendi) de la ley moral. ‘Todos los demás conceptos (los de Dios y la inmorta­lidad) que, como meras ideas, permanecen sin apoyo en la razón especulativa, se enlazan con él y adquieren con él y por él consistencia y realidad objetiva, es decir, que su posibilidad queda demostrada por el hecho de que la libertad es real’. Según Kant, de esas otras dos ideas de la razón no conocemos ni penetramos su realidad, ni siquiera su posibilidad. Ellas no son condiciones de la ley moral, sino sólo del objeto necesario de la voluntad (el bien supremo).

6.4. El respeto al deber. Lo que motiva a la voluntad es el respeto a la ley. Éste es una variante del sentimiento de placer o dolor. Si pudiéramos cumplir las leyes morales con agrado, sería imposible una inclinación contraria a ellas. ‘El valor moral tiene que ser puesto exclusivamente en que la acción ocurra por deber, es decir, sólo por la ley’.

6.5. El hombre es malo por naturaleza. Como la experiencia revela que hay una propensión en el hombre a apetecer el mal, hay que juzgarlo, en cuanto a su carácter sensible, como malo por naturaleza. Esta inclinación al mal implica la posibilidad de desviación de las máximas respecto a la ley moral, y ha de considerarse como efecto del libre albedrío, pues de otro modo no podría serle imputada al hombre, y en consecuencia no podría ser ni bueno ni malo moralmente. La universalidad de este mal nos indica que está en la naturaleza humana. Podemos hablar, por tanto, según Kant, de un mal radical innato en la naturaleza humana.

6.6. Conciencia moral oscura. La conciencia moral es la razón que se juzga a sí misma. Lo dramático es que nuestras intenciones distan mucho de ser transparentes. La verdadera moralidad de nuestros actos (mérito y culpa) permanece oculta para nosotros. Con todo, sabemos de la resistencia de las inclinaciones al precepto de la razón. El antagonismo sensibilidad-razón práctica constituye la dialéctica natural o conflicto práctico entre el principio de la felicidad y el principio de la moralidad. El mal auténtico consiste en que uno no quiera resistir a las inclinaciones, cuando le incitan a la transgresión de la moralidad. El único método para vencerlas es hacer de las leyes ‘objetivamente’ prácticas de la razón leyes ‘subjetiva­mente’ prácticas por medio exclusivamente de la pura representación del deber, la cuál tiene sobre el ánimo del hombre más poder y fuerza que todas las seducciones del placer o las amenazas del dolor. El método es doble: 1º) El ejercicio del juicio, y 2º) La toma de conciencia de la propia libertad.