LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

3. Método científico y Teoría del conocimiento

3.1. Método científico. Tomás de Aquino escribió de modo sistemático cada una las facetas posibles de cada cuestión con la que se enfrentó, sin ocultar ningún problema, dejándolo intencionadamente de lado por su especial difi­cultad.

a) Escritos. Sus obras son de dos tipos: Comentarios (a la Escritura, teólogos y filósofos), y propias (mayores –Sumas, Cuestiones Disputadas y Quodlibetales– y menores –Discursos, Opúsculos, Sermones y Comentarios litúrgicos–.

b) La Suma Teológica. Es su obra más célebre. Se trata de una exposición sistemática de la teología cristiana destinada al uso de los estu­diantes. Está dividida en cuatro partes (I, I-II, II-II y III). La Iª trata de Dios como primer principio, uno y trino, su existencia, su esencia y su actividad creadora, conservadora y gobernadora de todas las cosas. La I-IIª aborda el tema de Dios como fin supremo y último de las criaturas racionales, y analiza los actos humanos desde la ética que conducen a la felicidad, en rigor a Dios. La II-IIª estudia las virtudes teologales y morales, y asimismo los vicios opuestos. La IIIª se dedica a estudiar el camino sobrenatural que nos conduce a Dios (Jesucristo, Dios y hombre). Tomás de Aquino divide cada una de las ‘cuestiones’ que conforman cada parte en ‘artículos’. Cada uno de ellos se organiza metódicamente así: 1º) Título: enuncia brevemente la tesis que pretende demostrar. 2º) Objeciones: enumera, uno a uno, los argumentos contrarios a la tesis anunciada entre los cuales pone muchas veces ‘argumentos de autoridad’ de filósofos, teólogos, e incluso textos de la Biblia mal interpretados. 3º) Por el contrario: pone los argumentos de autoridades que apoyan la tesis inicial. 4º) Respuesta: o cuerpo del artículo en el que ofrece su propio parecer. 5º) Soluciones: resolución de las precedentes dificultades dando respuesta por orden a cada una de ellas. Este método es riguroso, analítico y sistemático.

3.2. Teoría del conocimiento. Lo divide en tres partes: el sensible, el racional y el intelectual.

3.2.1. El conocimiento sensible. Comienza en los sentidos externos: vista, oído, gusto, olfato y tacto. Cada uno tiene por su objeto propio (colores, sonidos, sabores, olores, rugoso-liso/cálido/frío) y requiere la presencia de la realidad física para que ésta inmute el órgano del sentido. De la inmutación (especie impresa) el acto del sentido conoce solo un aspecto (especie expresa) una forma sin materia. El conocimiento sensible prosigue en los sentidos internos: sensorio común o percepción, imaginación, memoria y cogitativa. La integración de toda la experiencia sensible externa corre a cargo del sensorio común, pues puede sentir los actos de todos los sentidos externos y de esta manera compararlos. A éste sigue la imaginación, que reproduce las formas captadas por los sentidos externos, pero más regladas. Sigue la memoria sensible, que añade a las formas la intención de tiempo pasado. Por último sigue la cogitativa, que añade a ellas la intención de tiempo futuro.

3.2.2 El conocimiento racional. Es el propio de la razón o inteligencia, que es facultad inmaterial. En él cabe distinguir dos asuntos: la facultad y so objeto propio. a) La facultad. El conocimiento sensible es particular. No es capaz de producir especies universales ni de estimular a la razón, porque ésta es inmaterial y comienza a conocer en universal. La razón puede conocer toda la realidad física y mental; por eso se llama ‘entendimiento posible’, o ‘paciente’. Pero nativamente es pura potencia (tabula rasa). Por tanto, requiere de un acto previo, superior y nativamente cognoscente que la active. A este acto, su descubridor, Aristóteles, le llamó ‘entendimiento agente’. Tomás de Aquino admite este descubrimiento, pero a distinción del Estagirita, que lo consideró ‘acto’, el Aquinate lo concibió como ‘potencia activa’, para distinguirlo de la razón o ‘potencia pasiva’. b) El objeto propio. El de la razón es la ‘quidditas rei sensibilis’, la esencia de la cosa sen­sible, es decir, aquello que la razón capta mediante la abstracción. Tras la abstracción la razón puede ejercer dos vías operativas divergentes: la ‘abstracción formal’, con la que forma ideas cada vez más generales (parte, todo, máximo…), y la ‘abstracción total’, con la que conoce progresivamente la realidad física mediante los actos del concepto, juicio y razonamiento. Cada una de esas vías adquiere sus respectivos hábitos (hábitos formalizantes o hábito conceptual y judicativo o de ciencia). Distinta de ellas es la razón práctica, que tiene actos (deliberación, juicio práctico e imperio) y hábitos adquiridos (eubulía, synesis y prudencia) distintos a los de las vías racionales precedentes.

3.3.3. Conocimiento intelectual. Superior a la razón son los ‘hábitos innatos’, a saber: la sindéresis, que regula la razón práctica y la voluntad, y el hábito de los primeros principios, que regula la razón teórica. Y superior a ellos es el hábito de sabiduría y, desde luego, el intelecto agente. Todos estos niveles superiores de conocimiento Tomás de Aquino los incluye en lo que él llama conocimiento ‘intelectual’, para distinguirlo del ‘racional’. Para entender el papel del entendimiento agente, Tomás se enfrentó con la interpretación que de éste dieron algunos aristotélicos árabes, como Averroes y sus seguidores. Para ellos, el entendimiento agente era único y común a todos los hombres y lo identificaban con Dios. El de Aquino se esforzó por defender que el entendimiento agente pertenece a cada hombre y, sin él su naturaleza intelectual sería imposible. No aceptó las tesis averroístas que negaban la inmortalidad personal y la diluían en un entendimiento común. Para Tomás de Aquino agente y paciente son dos entendimientos realmente distintos, y no dos simples aspectos de la misma potencia cognoscitiva.

Por su parte, la descripción tomista de los aludidos hábitos superiores se puede sintetizar como sigue: a) El hábito de la sindéresis. Lo llama ‘razón natural’, y dice que es el instrumento del intelecto agente para atravesar de sentido, de verdad, a la naturaleza humana, de modo que por este hábito sabemos qué es ser hombre, es decir, podemos conocer la ‘ley natural’, por tanto es la condición de posibilidad para saber que es correcto o no adecuado a la naturaleza humana y, en consecuencia, el único medio noético que tenemos para fundamentar la ética. Es un instrumento del intelecto agente para dicho conocer, en especial para reforzar el conocer de la razón práctica y el querer de la voluntad. b) Hábito de los primeros principios. Nuestro intelecto tiene un saber ‘connatural’ de los primeros principios para juzgar de la verdad de las cosas. Estos conocimientos no admiten error y pertenecen a este hábito natural. Los primeros principios son directamente evidentes y no pueden, por tanto, ser negados. Gracias a esta captación, el entendimiento puede progresar de lo conocido a lo desconocido. Mediante la razón podemos deducir nuevos conocimientos a partir de los primeros principios, y los juicios los pode­mos reconducir de nuevo a los principios para fundamen­tarlos. En estos desarrollos posteriores de la razón es donde cabe el error. c) Hábito de sabiduría. Es la cumbre del conocimiento habitual teórico, al que corresponde –según Tomás de Aquino– la metafísica, que parte de lo más cognoscible para nosotros, de la experiencia, pero que nos permite conocer las cosas superiores. De este hábito dependen tanto la ciencia como el intelecto de los primeros principios, puesto que a la sabiduría le corresponde juzgar tanto de los principios, y de este modo defenderlos frente a los que los niegan, como de sus conclusiones, propias de la ciencia.