LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

3. De la aporeticidad al nihilismo pasando por el voluntarismo

3.1. Aporeticidad. Si, para Heidegger, el conocimiento racional del hombre es aporético para conocer el ser del hombre, no es extraño que su antropología resbale hacia el nihilismo. Si desde Descartes se puede decir que la filosofía se vuelve humanismo, con Heidegger –que sigue en esto a Nietzsche– el humanismo deviene nihilismo. Además, si la filosofía inició su andadura gracias a una visión intemporal del fundamento, del hombre y de Dios, ahora con la visión temporalista que Heidegger tiene del mundo y del hombre tiende a la abolición de la filosofía: ‘mediante la filosofía, el proceso de la metafísica es conducido al hecho del simple cese o suspensión de toda filosofía’.

En Introducción a la metafísica Heidegger escribe que ‘la pregunta por el hombre no es antropológica, sino histórica y metafísica’. En esta obra hay un desplazamiento de la atención, pero en el fondo se sostiene la misma tesis temporalista que en Ser y tiempo: ‘el hombre es tiempo’. El hombre es, para Heidegger, el ‘Da’ (ahí) del ‘sein’ (ser), es decir, es relativo noéticamente al ser. Ahora bien, como se sostiene que la verdad del ser se ilumina en el conocer temporal humano, se defiende que el hombre es tiempo. Así, el hombre es lo que puede conocer del ser, pues ‘no es posible hacer temática la comprensión del ser’. Si el hombre es inferior al ser, porque sólo es la comprensión de su sentido, esto indica que el hombre no puede conocer el ser del hombre, y asimismo que tampoco puede conocer el del ser, porque éste sólo se le da al hombre en su conocimiento, no en la realidad. 

Si en su primera época Heidegger explicaba al hombre como referido al ser, en la segunda es el ser el que se manifiesta al hombre de vez en cuando en el evento (‘ereignis’): ‘la verdad del ser acaece en el evento’. El ser queda sin respuesta completa y, consecuentemente, también el hombre, porque se sostiene que ‘el hombre es uno de los cuatro componentes del evento’. El hombre ya no es el lugar donde se ilumina el ser, sino el evento.

3.2. Voluntarismo. El influjo escotista en Heidegger se capta en esta clave: el hombre no es una ‘esencia’ hecha, sino un cúmulo de ‘posibilidades’. Recuérdese que el meollo de la metafísica escotista es la ‘esencia’, no el ‘acto de ser’. Ahora bien, si se entiende que la esencia es potencia en el sentido de posibilidad, poner por delante la potencia al acto, indicando a la par que ésta se despliega espontáneamente en una u otra dirección que se toma voluntariamente entre un cúmulo de posibilidades, no sólo es distintivo de la filosofía moderna frente a la clásica, sino que también implica un voluntarismo de fondo. Heidegger defiende un doble voluntarismo: uno ontológico, pues afirma que el ser se muestra cuando quiere, y otro humano, porque lo que describe al hombre no es su ser, sino sus posibilidades ante las cuales decide la voluntad.

3.3. Nihilismo. Frente a la filosofía moderna, Heidegger defiende que el hombre es relativo al ser, al que se subordina. Como no ve que el ser sea personal, hace depender al hombre de lo impersonal; pero esta actitud es despersonalizante para el hombre. Además, si el ser no sólo no es personal, sino que carece de contenido, al referir ineludiblemente el hombre al ser, se le describe en orden a un enigma, lo cual lo configura como un ser enigmático: lleno de posibilidad, pero sin ninguna realidad definida. Añádase que Heidegger afirma que tal cúmulo de posibilidades termina con la muerte. Ahora bien, si el hombre es ‘una tendencia al ser’ que no se actualiza, es decir, que no se despotencializa, no puede perder nunca su constitutiva imperfección. Y por mucha perfección que alcance, si ésta –y todas las posibilidades– terminan con la muerte, entonces es claro que las posibilidades humanas son ‘para la nada’.