LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

5. Guillermo de Ockham (1285-1347)

Nació en el condado de Surrey (Inglaterra). Fue franciscano, estudió en Oxford. En Aviñón fueron condenadas siete tesis suyas por la autoridad eclesiástica. En vez de responder allí a las acusaciones, huyó y se refugió en Baviera, en la corte del emperador Luis IV de Baviera, donde profirió su famosa sentencia: “defiéndeme con la espada que yo te defenderé con la pluma”. Desde entonces hasta el final de su vida no se retractó de sus posiciones y denigró al Papado. Entre sus obras filosóficas cabe destacar la Ordinatio, la Reportatio y los Quodlibetales. Resumamos su filosofía atendiendo a los tres puntos propuestos.

a) Mundo. La concepción ockhamista del mundo deriva de su visión de la voluntad divina. La palabra que describe la ontología ockhamista es contingentismo, porque vista la realidad sensible como término de la arbitrariedad divina carece de toda consistencia; deja de ser fundamento. En esta visión, lo persistente es sustituido por lo accidental. Que el universo sea contingente significa que no puede ser un primer principio, un acto de ser, sino una combinatoria de accidentes que varían arbitrariamente con el tiempo y sin regla fija. Pero de ser el mundo así, ¿existe posibilidad humana de conocerlo? Ockham dice que sólo hay posibilidad de conocer –intuitivamente– lo que es ‘hic et nunc’, pero desconocemos cómo fue, será y por qué lo singular es así y no de otro modo en un momento dado. De esta manera Ockham le niega el estatuto de ciencia a la ontología, pues a falta de principialidad, todo es secundario. Para él, el que la omnipotencia divina sea irrestricta implica que el ser de la criatura debe ser pulverizado, porque dicha omnipotencia no puede ni doblegarse a nada fijo, ni siquiera mantener una relación real con una realidad constante. Si esa reducción ontológica queda referida al ser del hombre, desde Ockham, pasa a entenderse la existencia humana como un ‘hecho’, no como un ‘acto de ser’. La contingencia de lo finito es, para Ockham, el correlato de la omnipotencia infinita. Si la voluntad divina es omnipotente, y lo creado contingente, el acto de crear divino no puede ser necesario, sino libre, pero con una libertad entendida como desasistida de verdad divina.

b) Hombre. Es compuesto de alma y cuerpo, siendo el alma simple, pues no se distingue realmente de sus potencias ni éstas entre sí. Con todo, Ockham sostiene que la voluntad humana es superior e independiente de la inteligencia. Para explicarlo, en este apartado se distinguirán tres aspectos: el conocer humano, la voluntad y la ética.

i) El conocer. Es interpretado por Ockham según dos postulados: *) El representacionismo. Ockham olvida la intencionalidad del objeto conocido o idea. En consecuencia, considera a las ideas en sí mismas. Si no se tiene en cuenta que la intencionalidad del objeto conocido es enteramente remitente, se pasa a considerar dicho objeto como algo mental ficticio que hace las veces de la realidad. Y si se admite que el objeto conocido no es intencional respecto de la realidad física, se pueden ensayar varias alternativas: 1ª) decir que se conoce cada idea y nada más, o sea, que cada una de ellas está aislada de las demás; 2ª) mantener que cada idea remite a sí misma; 3ª) sostener que unas ideas remiten a otras, que caracterizará al racionalismo y que alcanzará su máxima expresión en el idealismo. **) La teoría de la suposición. Esta noción significa ‘estar por’. Ockham distingue tres suposiciones: ‘la suposición de la idea’, ‘la suposición de los términos’ y ‘la suposición de la cosa’. La suposición tiene carácter de signo. Si se dice que las ideas están por otra cosa, no son intencionales. Una idea supone por el singular y sólo por él (no por sí misma). ¿De qué universal y de qué singular trata Ockham? Lo universal es para él lo general, y lo particular es un caso de esa generalidad. Lo que le resta a la intencionalidad del objeto abstracto sobre lo real, se lo otorga a las ‘ideas generales’ sobre los ‘abstractos particulares’ como casos suyos.

ii) La voluntad. Es interpretada por Ockham según dos postulados: *) El voluntarismo. Defiende la completa indeterminación de la voluntad, la radical y total indiferencia de esta potencia ante un fin o un objeto o cualquier inclinación. Esto significa que en la voluntad no hay inclinación suficiente hacia el bien en común, a la felicidad, ni hacia un fin determinado. Con esto defiende su espontaneidad. El voluntarismo es la defensa de la superioridad de la voluntad sobre la inteligencia, pues se la considera aislada, independiente del conocer y distintiva de lo humano (y también de lo divino). ¿Por qué para Ockham la voluntad es autónoma respecto a la inteligencia?, por una razón empírica: porque de lo contrario no podría pecar. El admitir la supremacía de la voluntad sobre la inteligencia le lleva a aceptar que las ideas son ‘ficta’, susceptibles de ser usadas ‘ad libitum’. En efecto, un conocer que tuviera cierta superioridad, o como mínimo, cierta autoría respecto de la voluntad ofrecería un obstáculo a la espontaneidad voluntaria, puesto que sería susceptible de conocer la verdad objetiva al margen de los intereses voluntarios, y así no se podría doblegar lo conocido a las preferencias voluntarias o intereses subjetivos. Además, si nada intelectual es superior a la voluntad, nada puede regular a la voluntad y dotarla de sentido. Si ninguna instancia cognoscitiva puede descubrir la verdad de la voluntad y señalar el norte a esta potencia, ésta puede actuar en régimen de espontaneidad al margen de cualquier supuesto sentido o verdad natural. **) El intuicionismo. Es la atribución a la voluntad de un cometido cognoscitivo peculiar: la intuición o correspondencia directa con lo real singular. Derivadamente, se atribuye la dependencia exclusiva de toda acción humana respecto de la voluntad humana (y divina). Si lo real se entiende como singular, lo que se corresponde en nosotros con lo real se comprenderá, asimismo, como singular: y eso no es la razón, la cual hace ideas universales, sino la voluntad. Por tanto, se defiende que el individuo singular no puede conocerse más que intuitivamente y que la intuición es propia de la voluntad. En el fondo, la hipótesis ockhamista incurre en lo que en el siglo XIX se llamó psicologismo, bajo el cual se esconde un materialismo, porque si el acto psíquico es como lo real, es singular. Pero si es así, lo es como lo físico. Con Ockham estamos ante un empirismo, que lleva a interpretar las operaciones inmanentes como movimientos transitivos: fisicalismo.

iii) El positivismo ético. Si antes de Ockham se consideraba que las bases de la ética son las normas prudenciales de la razón práctica, los bienes reales y las virtudes de la voluntad, Ockham no admite esas bases para la ética porque, según su nominalismo, el intelecto no conoce las cosas como son, y según su voluntarismo, la voluntad no obedece a nada, ni a ningún bien real ni a ningún bien conocido por la inteligencia. De ahí deriva su peculiar interpretación de la voluntad humana, pues ésta no recibe ningún criterio formal para orientar sus actos en el valor ontológico de los distintos bienes. Por eso, para Ockham la ética sólo se fundamenta mediante ‘la norma divina positiva’. Como se ve, en esta hipótesis los bienes ya no guían la actuación humana, y las normas y las virtudes no se tienen suficientemente en cuenta. Así las cosas, ¿cómo evitar el relativismo ético? Ockham sólo ofrece una pauta: seguir los mandatos positivamente revelados por Dios. Con todo, como éstos son ‘arbitrarios’, pues también dependen de la voluntad divina autónoma, podrían ser cualesquiera otros (‘mala quia prohibita’): las acciones son malas sólo porque están prohibidas, Dios podría haber mandado lo contrario al Decálogo, pues las normas de suyo no son ni buenas ni malas. La ética ockhamista es voluntarista y, por tanto, subjetivista, porque la voluntad no actúa nunca sin el respaldo del sujeto que obra.

c) Dios. Para Ockham Dios es voluntad y ésta es omnipotente por encima de todo contenido. Eso indica que el Dios de Ockham es sin objeto conocido y, por lo mismo, es impensable. Por eso admite que el único modo de acceso a Dios es por fe; ahora bien, se trata de una fe sin contenido, fiducial por tanto –voluntarista– como la que propusieron más tarde Lutero, Kant, o Kierkegaard. De manera semejante a como la voluntad humana subyuga a sí –según Ockham– los contenidos de la inteligencia, la voluntad divina, por ser absoluta, requiere que Dios carezca de contenido, es decir, que sea incognoscible. ¿Qué implicaciones esconde la interpretación ockhamista de Dios? Por una parte, acarrea que no cabe conocimiento natural ninguno de él, es decir, teología natural. Por otra, que si el mundo depende de un decreto arbitrario divino, carece de racionalidad intrínseca y todo en él es asimismo arbitrario: contingentismo; y otro tanto cabe decir respecto de la criatura humana. Asimismo, que la fe sobrenatural queda desprovista de motivos de credibilidad, escindida de la razón y vaciada de contenido; de manera que se compromete la viabilidad de la teología sobrenatural. Ockham no sólo atribuye la propiedad intuitiva y transformadora de la realidad a la voluntad humana, sino también a la divina. De esta concepción de deriva una visión contingentista de la realidad cósmica.