LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

4. Vida, voluntad de poder, superhombre y eterno retorno

Nietzsche conforma su obra a base de dualidades: salud-enfermedad, sufrimiento-placer, debilidad de la voluntad-voluntad de poder, Apolo-Dionisos, valor ontológico del eterno retorno-valor consolador de éste. Ahora bien, la clave de la filosofía nietzscheana radica en la renuncia a la filiación, a ser hijo. En la filosofía de Nietzsche cabe distinguir estas dos partes:

4.1. La pars destruens, que compren­de las tres críticas nietzscheanas: a la religión, a la moral y al idealismo.

4.2. La pars construens, que se conforma con las siguientes nociones: valor, superhombre, vo­luntad de poder, Dionisos-Apolo, y eterno retorno. Sus puntos fuertes son dos: uno vinculado a la ontología: el eterno retorno; y otro a la antropología, la voluntad de poder. Destaquemos a continuación cuatro nociones.

a) La vida. Es, para Nietzsche, atractiva, aunque mudable, es decir, dioni­síaca. Sostiene un suerte de hilozoísmo y subordina la vida a la voluntad de poder, pues la vida no es más que una concreción de dicha voluntad. La vida envidia el saber de Zaratustra, prototipo de superhombre, pues éste sabe que tras lo cambiante de la vida subyace la seriedad del eterno retorno.

b) Voluntad de poder. La noción central de la vida es el valor, pero la voluntad de poder es superior a la vida y a los valores; de modo que está en su mano transmu­tarlos. Por eso, el yo humano, incluso en el caso del superhombre, que puede transmutar los valores, es un satélite de la voluntad de poder (cósmica). Ésta se caracteriza por el dominio, el poder, no por la libertad, porque la voluntad de poder, que es finita, se pliega a las exigencias del eterno retorno, que es infinito.

c) Superhombre. Nietzsche describe las formas superiores de la vida humana con las fi­guras del genio, el espíritu libre, el príncipe Vogelfrei, a las que sucede el superhombre. Para que éste último surja se requiere, la renuncia al yo. Lo que pretende el superhombre es la gran salud, es decir, la fuerza para encarar ‘el gran descubrimiento’, pues sólo con ella es posible afrontar el tema del eterno retorno.

d) El eterno retorno. El tiempo es, para Nietzsche, eterno, en el sentido de sin comienzo y sin término. El eterno retorno es circular, incompatible por tanto con el tiempo lineal. De las cuatro piezas maestras de la filosofía nietzs­cheana la de más peso ontológico es el eterno retorno. En con­secuencia, del examen de la coherencia interna de esa noción, que Nietzsche pretende hacer coincidir con la de ser, dependerá la validez de la entera filosofía nietzscheana.

En efecto, el punto central de la filosofía nietzscheana es su visión del tiempo. En ella se da preeminencia al ins­tante y a la eternidad. Para Nietzsche el instante es el tiempo de las formas: en el instante son reales las diversas formas, pero éstas cambian ininterrum­pidamente. Concibe la eternidad como eterno retorno. Éste es un tiempo constituido por instantes en el que el pasado conecta circularmente con el futuro. El dominio del instante acarrea la imposibilidad de conservar, es decir, elimina el recuerdo. Por eso en cada Gran Año (igual al precedente) se olvida lo anterior. El instante es compatible con la eternidad, pero no con la estabi­lidad. El tiempo en su conjunto es la variación de los instantes. El cosmos es, según Nietzsche, finito, pero la multiplicidad de años no. Como es claro, esta visión consagra el ‘nihil novum sub sole’ a la par que guarda una contradicción porque si el tras cada Gran Año se olvida el anterior, ¿cómo justificar esta sentencia?