LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

4. El IIº L. Wittgenstein

El IIº Wittgenstein pasa revista a las principales tesis del Tractatus. Comienza a considerar el lenguaje como un ‘juego’, e introduce la noción de ‘aire de familia’ para los distintos juegos lingüísticos. El pensamiento de esta etapa continúa siendo una crítica a la filosofía tradicional, pero no ya desde la lógica, sino desde la ‘pragmática’. El propósito del Ier Wittgenstein era trazar ‘a priori’ los límites del pensamiento y del lenguaje. El del IIº es dar primacía a la pragmática, porque considera que el sentido no puede ser perfectamente determinado ni, por lo tanto, pueden trazarse los límites precisos del lenguaje. En consecuencia, la consideración ‘a priori’ del lenguaje queda reemplazada por una consideración ‘a posteriori’ de los fenómenos lingüísticos. Este giro pragmático es el que permite abordar el problema de la relación entre lenguaje y realidad, que en el Tractatus podía ser ‘mostrada’ (el lenguaje refleja el mundo como un espejo), pero no ‘dicha’ (todo metalenguaje es imposible). Ahora Wittgenstein considera que la relación entre proposición y realidad no radica en poder ser verdadera o falsa, pues la significatividad, la referencia del lenguaje a lo real, estriba en el ‘uso’, en el propio empleo del lenguaje. Cuando se habla de algo, existe una conexión entre el lenguaje y aquello de lo que se habla, pero el sentido no viene dado por el objeto, ni es algo que acompaña a la palabra, ni una imagen mental. Explicar el significado de una palabra señalando el objeto no nos dice cómo ha de utilizarse esa palabra: la definición ostensiva no determina el significado, del mismo modo que en el ajedrez no se define el rey señalando la pieza, sino explicando las reglas que rigen sus movimientos.

El nuevo criterio de sentido es ‘pragmático’, porque el lenguaje adquiere su significado en cuanto que la actividad lingüística se entrelaza con la praxis vital humana. La significatividad del lenguaje no se funda en que el lenguaje refleje el mundo como un espejo, sino en el entrelazamiento del lenguaje con la vida. La significatividad del lenguaje supone, por tanto, un contexto extralingüístico, un entrelazarse de la actividad lingüística y no lingüística, a lo que Wittgenstein llama ‘juego de lenguaje’. Al intentar establecer el significado se ha de considerar qué es lo que se está haciendo, no sólo al hablar, sino con toda la conducta. La conexión entre lenguaje y mundo depende, pues, de la totalidad del juego de lenguaje. Así, el significado no es tanto el uso de una palabra, como el modo en que ese uso se entreteje con la vida. El lenguaje no es fundamentalmente sintaxis (reglas lógicas), sino pragmática: el lenguaje es significativo en cuanto que se entremezcla con actividades no lingüísticas. Wittgenstein no considera la actividad lingüística como un mero juego fónico regulado por leyes, sino como la producción de proposiciones correlacionadas con los datos extralingüísticos y con la conducta. La noción de ‘juego de lenguaje’ sitúa a la actividad lingüística como una actividad más entre las que el hombre realiza, como parte de una forma de vida. Por eso, la función de describir el mundo no es el único ni el fundamental uso del lenguaje, pues también son usos del lenguaje, por ejemplo, el dar y el recibir órdenes, contar un acontecimiento, elaborar hipótesis, hacer bromas. “Ordenar, preguntar, contar, conversar, forman parte de nuestra historia natural tanto como pasear, comer, beber y jugar”. Investigaciones filosóficas, 25.

El Tractatus había considerado el lenguaje unilateralmente. Pero el lenguaje no tiene una estructura común, no funciona siempre igual. No hay, pues, un único modo de relacionar palabras y cosas, sino tantos como juegos de lenguaje posibles. Además, esta variedad de juegos de lenguaje no puede reducirse a unidad: no hay algo común a todos ellos; existe, a lo sumo, un cierto ‘aire de familia’ cuyos límites son imprecisos. Por otra parte, los juegos de lenguaje ‘no son fijos’, sino ‘cambiantes’, y tampoco son compartimentos estancos: se entrecruzan como las calles de una ciudad. El ámbito determinado por las reglas es el ámbito del sentido, porque éste sólo es posible cuando se utiliza el lenguaje conforme a unas reglas y, así, para Wittgenstein, ‘comprender un lenguaje significa dominar una técnica’. El recurso a la pragmática es imprescindible: el significado no puede ser definido sólo sintácticamente; el conocimiento del lenguaje es fundamentalmente ‘práctico’. El ámbito del sentido es el ámbito de los juegos de lenguaje determinados por las reglas, pero un juego de lenguaje supone una situación total de habla. El lenguaje es una más de las actividades humanas, y sólo es comprensible como entretejido con las demás: reclama, por tanto, un contexto y un fundamento extralingüísticos. Ese fundamento no es la lógica, sino la praxis humana, porque el lenguaje es parte de una forma de vida. Así, quien no conoce una forma de vida no puede comprender sus expresiones lingüísticas. Todo intento de explicación remite a las formas de vida, y éstas son algo dado, incuestionable, que hay que aceptar. Toda justificación tiene un límite, y en la base de los juegos de lenguaje no hay un conjunto de juicios evidentes, sino que es nuestro actuar el que yace en el fondo del lenguaje. ‘La verdad se fundamenta en la acción’.

La creación última del sentido es indescriptible, no sólo porque toda descripción se da ya dentro de un juego de lenguaje, sino porque si el sentido se fundamenta en las formas de vida y éstas son incuestionables, es el origen mismo del sentido lo que resulta incuestionable. Plantear la pregunta acerca del origen del sentido resulta, como sucedía en el Tractatus, un sinsentido. Todo lenguaje se instala en una ‘forma de vida’, de modo que toda comprensión y descripción del mundo se dan en un juego de lenguaje y una forma de vida. Existe, así, una ‘precomprensión’ del mundo articulada lingüísticamente, la cual no es teórica sino práctica. En cuanto que es ‘la acción la que funda el sentido’, el ‘pragmatismo’ del IIº Wittgenstein es radical. Pero en éste se mantiene la misma heterogeneidad entre saber y vida que se defendía en el Tractatus. No es posible regir la vida desde el saber, porque el saber pertenece a lo fundado y, de nuevo, no hay saber del fundamento: la primera incardinación del hombre en el mundo es práctica, no teórica. Existe una pluralidad de ‘imágenes del mundo’, de formas de vida, que deben ser aceptadas y que no pueden reducirse a unidad, ni ser discutidas racionalmente. No hay una base objetiva para compararlas, porque no tiene sentido hablar de la corrección o incorrección de una imagen del mundo. Decir que una imagen es más verdadera que otra sería usar un ‘juego de lenguaje’ como base para combatir otro diferente. Toda justificación se vincula a un ‘juego de lenguaje’, de modo que carece de sentido dentro de otra forma de vida. Y, puesto que el fundamento de las formas de vida es la acción, la pluralidad de formas de vida, de imágenes del mundo, es irreductible.