LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

6. La existencia de Dios

Si Descartes está encerrado en el ‘cogito’ y duda de todo lo demás, tiene que demostrar a Dios desde el ‘cogito’; más tarde, tendrá que demostrar la verdad de nuestras ideas desde Dios; y la final, la realidad del ‘mundo’ desde la verdad de nuestras ideas.

En la IV Parte ofrece tres pruebas de la existencia de Dios a par­tir del ‘cogito’. Las dos primeras aplican el principio de causalidad a las propias ideas del pensamiento. Son dos pruebas ‘a posteriori’, pues van de los efec­tos a la causa y de los atributos a su esencia, y toman como punto de partida el propio sujeto. La tercera, es una prueba ‘a priori’: una formulación propia del argumento ontológico, que va de la causa a un efecto o de la esencia a un atributo.

6.a) Prueba gnoseológica: de lo imperfecto a lo perfecto. Descartes advierte que ha llegado a la primera verdad a base de dudar. Sin embargo, dudar es una grave imperfección, pues es la ma­nifestación palmaria, primero, de que su ser es finito y, se­gundo, de que su pensamiento también lo es. Pero ¿por qué o cómo ha podido dudar? Porque tenía la idea de perfección, de conocimiento absoluto, es decir, la idea de Dios. ¿Por qué la idea de lo perfecto coincide con la idea de Dios? Porque no es una idea objetiva que pueda estar construida por nosotros mismos, ya que la idea de Dios surge al du­dar, o sea, al formular el cogito: Dios aparece como una idea concomitante a la constatación válida de la existencia del yo. Es simplemente la subjetividad in­finita, el ser que conoce sin dudar; Dios es, pues, el Ser que posee una evidencia infinita, que nunca se equivoca; Dios es el Yo perfecto, el yo que se identifica con su pensar, un ser en el que ‘lo pensado’ es idéntico al ‘pensar’, un ser que no piensa ideas objetivas, sino que piensa directamente su pro­pio ser, sin ne­cesidad de servirse de ideas como medio obje­tivo en el que captar la realidad.

¿Cómo un ser fi­nito puede tener en sí la idea positiva del infinito? Es claro que no la ha puesto en sí el propio sujeto. ¿Quién ha puesto en él semejante idea? Descar­tes viene a decir: yo no he podido pensarla porque cuando pienso o bien pienso ideas -dudosas- o bien, si dudo, me capto a mí mismo como finito –puesto que dudo–; de ninguno de los dos modos capto a Dios, luego mi posibilidad de pensar en Dios es nula. La conclusión que se impone es que la idea de Dios la ha puesto en mí Dios mismo: luego Dios existe. Esquemáticamente esta prueba se puede desglosar en los siguientes pasos: a) Se toma como punto de partida el cogito o el ‘pienso, luego existo’. b) En el cogito se advierte la propia imperfección, ya que la duda es más imperfecta que la certeza. c) Pero en ningún caso se podría advertir mi propia imperfección si no tuviera como punto de referencia una idea de lo perfecto. d) Yo, que soy imperfecto, no puedo haber puesto en mí esa idea, dado que debería ser perfecto. e) Sólo un Ser Perfecto ha podido poner en mí esta idea. Luego Dios existe.

6.b) Prueba de la causalidad: Dios creador de mi ser. Pero Dios no es sólo la causa de mi idea de Dios; también es la causa de mi ser, porque si yo fuera perfecto, no du­daría. Sería causa de mí mismo y, por tanto, me habría dado todas las perfecciones que soy capaz de concebir. Así las co­sas, Descartes concluye que él no es su propia causa -porque posee ideas de perfecciones que le faltan- y que, en conse­cuencia, las cualidades o atributos que constituyen su ser los ha recibido de ese Ser infinito y perfecto. Propiamente no es una demostración de la exis­tencia de Dios distinta de la precedente, pues en la prueba de la causalidad el argu­mento no concluye afirmando que Dios existe, sino que Dios es mi causa, considerado simplemente desde el punto de vista de la esencia, supuesto ya que existe.

6.c) El argumento ontológico cartesiano. Des­cartes da a este argumento un sesgo particular transformando en un argumento ‘a simultáneo’, o de evidencia inmediata similar al ‘cogito’, lo que tradicionalmente se había considerado como un argumento ‘a priori’ o demostrativo de un efecto o atributo a partir del análisis de su causa o esencia. El argumento dice así: ‘de la idea que uno tiene de un Ser Perfecto encuentra que su existencia está incluida en ella’. El argumento se puede esquematizar del siguiente modo: a) Todo lo que se atribuye clara y distintamente a un ser como perteneciente a su naturaleza, efectivamente le pertenece. b) La existencia es vista clara y distintamente como perte­neciente a la naturaleza de Dios. c) Luego Dios existe. En suma, Dios es una esencia que comprende su existen­cia; una naturaleza a la que necesariamente le compete existir. No se trata solo de un argumento para llegar a la existencia de Dios a partir de un análisis de su idea, ni de llegar a un atributo a partir de un análisis de su esencia, como ocurre en los argumentos ‘a priori’. Se trata más bien de una descripción de lo que ocu­rre en el seno de Dios mismo de un modo ‘a si­multáneo’ entre su esencia y su existencia. El argumento ontológico no consiste, por tanto, en el análisis ‘a priori’ de la idea de Dios a partir de ella misma. La idea de Dios no es una idea formada mediante la suma de todas las perfecciones -en ese caso sería una idea ficticia-, sino una idea innata, simple -inanalizable- y evidente.

En consecuencia, si Dios es la ‘res infinita’, capaz de po­ner en nosotros esas mismas ideas, entonces la existencia es inseparable de la idea de Dios. Así como en el cogito lo evi­dente es mi existencia, incluso aunque todas mis ideas sean falsas; también en el argumento ontológico lo evidente es Dios. Descartes viene a decir: en el infinito, el pensamiento no es un atributo de un sujeto sino la realidad misma del sujeto. No cabe un sujeto infinito inexistente; más aún, ni siquiera sería pensa­ble. Por eso cuando pensamos en Dios no podemos pensar que no existe, porque un sujeto infinito sólo puede pensarse como real. De aquí el carácter ‘a simultáneo’ de este argu­mento.