LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

2. El hallazgo de un nuevo método filosófico

2.1. El límite del conocimiento operativo y su superación habitual. Buena parte del pensamiento filosófico da por hecho que nuestro modo de conocer superior es el racional, es decir, el propio de esa facultad a la que tradicionalmente se ha llamado inteligencia, razón o entendimiento. En esa tradición se admite, asimismo, que tal conocimiento es objetivo, o sea, el propio del conocer cuyos actos de pensar presentan o forman un objeto pensado, al que la filosofía clásica grecolatina denominó abstracto, en la Edad Media se pasó a llamar ‘objectum’ y en la Moderna ‘idea’. Polo indica que el nivel de conocimiento abstractivo no es el superior, sino el acto preliminar de la inteligencia, sobre el cual operan los demás actos racionales. Además descubre diversos niveles de conocimiento superiores a los de la razón. La cuestión que él plantea respecto de la abstracción es si es el requisito indispensable para cualquier conocer humano, o caben otros modos de conocer distintos que prescindan de su modo propio de conocer.

A lo largo de la historia de la filosofía han existido voces de protesta respecto de que la indispensabilidad de ese conocer que forma objetos sea exhaustiva. Entre las soluciones propuestas, unas han sido un tanto radicales y apresuradas. Así fue, por ejemplo, la de Ockham, quien declaró que la intuición es superior a la abstracción, y que ese acto depende exclusivamente de la voluntad. Sin embargo, la voluntad quiere o rechaza, pero no conoce. Con todo, la historia del pensamiento occidental también ha ofrecido otras soluciones más moderadas e interesantes. Por ejemplo, Tomás de Aquino enseñó que el conocer abstractivo se refiere exclusivamente a esas realidades que son de orden físico, no a aquellas otras que transcienden la realidad sensible, como es el propio conocer humano, la voluntad, el alma, el llamado ‘intelecto agente’, las denominadas ‘sustancias separadas’ y Dios, sencillamente porque estas realidades no son materiales y, en consecuencia, carece de sentido intentar conocerlas por abstracción.

Sobre este punto gira el método de conocimiento descubierto por Polo para acceder a los temas reales centrales (el acto de ser y la esencia del universo, el acto de ser y la esencia humanos). Polo denomina a ese método ‘abandono del límite mental’. Entiende por ‘límite mental’ el conocimiento operativo de la razón, es decir, ese modo de conocer que procede según operaciones inmanentes, que, al conocer, forman un objeto pensado. Tal objeto se conmensura con la operación inmanente, siendo dicho objeto intencional respecto de lo real de donde se ha abstraído. La operación inmanente es un conocer limitado, precisamente porque sólo conoce el objeto abstracto que ella presenta, y tal como lo presenta sin profundizar en la realidad de donde ese objeto se ha abstraído. Es, pues, un conocer detenido, pues al formar o presentar el objeto supone la realidad y, por eso, detiene el avance en su conocimiento.

A las operaciones inmanentes Polo las denomina ‘presencia’, porque iluminan o forman el objeto en presente, es decir, al pensarlo; también las llama ‘haber’ (del latín «habere» tener), porque tales operaciones son posesivas de objeto pensado; mientras que los objetos formados por ellas son ‘lo presentado’, ‘lo tenido’. El conocimiento operativo (objetivante) es el usual o común entre los hombres, el que empleamos ordinariamente en la vida práctica, pues sin este tipo de conocer el trabajo y la cultura serían imposibles. Polo indica que para conocer los temas que trascienden la vida práctica y su temporalidad, es menester detectar que tal modo de conocer es un límite. Para proseguir conociendo más de lo que permite ese nivel, se debe detectar que ese tipo de conocimiento es limitado; y se debe detectar dicho límite en condiciones tales que quepa abandonarlo y, consecuentemente, superarlo por alguna de las maneras posibles.

En filosofía, si no se supera ese límite, se pueden ejercer muchos tipos de pensamiento: por ejemplo, el pragmatismo, la filosofía analítica, la lógica, la fenomenología, la hermenéutica, etc., porque todas esas formas de pensar usan de ese tipo de conocer, es decir, conocen formando objetos pensados. Pero es claro que no se puede conocer ‘objetivamente’ lo que es superior al objeto pensado (i.e. el propio acto de pensar, la intimidad humana, Dios, etc.), porque ninguna de estas realidades se puede abstraer. De ahí que esas corrientes de pensamiento encuentren serias dificultades al afrontar estos temas, y que algunos de los representantes de esos movimientos nieguen incluso la existencia real de ellos.

Según Polo, la operación inmanente se conoce mediante el conocimiento habitual, o sea, mediante los hábitos. Precisamente por eso considera que los hábitos son un conocimiento superior a los actos u operaciones inmanentes. Por tanto, si se conoce la operación con un conocer superior a ella, ya no se puede mantener que la operación sea el único y el más alto modo de conocer. A la par, si se detecta que el conocer operativo es limitado, tal límite cognoscitivo se puede abandonar por medio de los hábitos cognoscitivos: en concreto, por los hábitos adquiridos de la razón, y por medio de los tres hábitos innatos descubiertos en la filosofía clásica grecolatina, que de inferior a superior son la sindéresis, el hábito de los primeros principios y el hábito de sabiduría. Caben, pues, –según Polo– cuatro modos de abandonar el conocimiento limitado que ofrecen nuestras operaciones inmanentes abstractivas: el propio de los hábitos adquiridos y el distintivo de cada uno de los tres hábitos innatos.

2.2. Las cuatro dimensiones del método. Estas son: 1ª) Trascender completamente el acto de conocer abstractivo. Si ese acto, por ser activo, supone por la realidad extramental que es activa, al abandonarlo completamente, nos abriremos a la realidad extramental mas activa, a saber, a los actos de ser reales. 2ª) Separar el acto de pensar del objeto pensado. Al quitarle al acto el objeto que él presenta, ya no conocemos la realidad física de modo intencional, es decir, tal como nos la muestra el objeto abstracto, sino de otro modo, tal cual ella es, a saber, en su realidad acto-potencial. Se llega a conocer así las cuatro causas de a realidad física confrontando la actualidad del acto de conocer con la actividad-potencialidad de ellas. 3ª) Despegándose de la operación inmanente abstractiva para notar que nuestra intimidad es superior, más activa que esa inmanencia. 4ª) Demorándose cognoscitivamente en el conocimiento de la operación inmanente para notar cómo la conocemos, es decir, mediante qué hábitos adquiridos se lleva a cabo ese conocimiento, y asimismo, mediante qué hábitos adquiridos nos damos cuenta que esa operación inmanente puede ser contrastada sucesivamente con la realidad potencial física. Al notar que disponemos de tales hábitos adquiridos, vamos conociendo cómo es la índole de la razón, pues tales hábitos son el perfeccionamiento intrínseco de dicha potencia, y eso es conocer, aunque en parte, la esencia del hombre, porque la activación progresiva de la razón forma parte de ella.

Polo denomina numeralmente primera, segunda, tercera y cuarta a esas respectivas dimensiones. Sin embargo, no se trata de un orden de importancia, pues éste es como sigue. 1º) La dimensión metódica más relevante es la tercera, la que alcanza a la intimidad humana (al acto de ser personal humano abierto al ser personal divino): es la que permite conformar la antropología trascendental. 2º) La segunda en importancia es la primera dimensión del método, la que advierte los primeros principios reales extramentales (los actos de ser de la realidad –creada e increada–); dimensión que permite el estudio de la metafísica). 3º) La tercera en importancia es la cuarta, la que ilumina la esencia del hombre, es decir, la que arroja luz no sólo sobre la inteligencia como potencia activada con actos y hábitos, sino también sobre la voluntad perfeccionada con actos y virtudes; esta dimensión es la que permite investigar la antropología esencial. 4º) En último lugar está la dimensión metódica menos importante, que es la segunda, la que desentraña progresivamente la índole de los principios de la realidad física que no son primeros, a saber, las cuatro causas. Ésta es la capacidad que posibilita el estudio de la física clásicamente considerada.

Si el acto de ser de la persona humana es superior a los actos de ser reales extramentales, porque es libre, mientras que aquéllos son necesarios, la tercera dimensión es superior a la primera. Por eso la antropología trascendental es superior a la metafísica. Y como estos distintos actos de ser (libres y necesarios) son superiores a sus esencias reales, la esencia humana es superior a la esencia del universo; por eso, la cuarta dimensión es superior a la segunda. En suma, como los distintos niveles del método cognoscitivo humano guardan una estrecha proporción con sus temas reales conocidos, en la medida en que los temas alcanzados son superiores, también lo son los niveles cognoscitivos empleados, porque es axiomático que los niveles del conocimiento humano son jerárquicamente distintos.

2.3. El alcance real de las cuatro dimensiones metódicas. Si se detecta la operación inmanente, ya se está conociendo por encima de ella, porque ni ésta, ni ninguna otra instancia cognoscitiva es ‘autointencional’ o reflexiva. Si la operación inmanente conociera a la vez el objeto pensado y a sí misma, no podría discernir entre ambos asuntos, y es obvio que los distinguimos, pues no es lo mismo un acto de pensar que una idea pensada, ya que el primero es real mientras que la segunda es ideal. Con otras palabras: la presencia mental presenta al objeto pensado, pero no se presenta, sino que se oculta (de modo parecido a como la luz ilumina los colores pero no se autoilumina). La operación inmanente se detecta mientras se ejerce, pero se detecta por un conocer simultáneo y superior a ella: un hábito adquirido.

Si se nota que el conocer de la operación inmanente es limitado, se puede abandonar o no dicho modo de conocer, y ello es de ejercicio libre. Por eso Polo ofrece su método cognoscitivo a modo de propuesta y, como es claro, toda propuesta es de libre aceptación. Con todo, es evidente que lo libre es superior a lo necesario. Alguien puede llevar a cabo libremente tal abandono sólo si no concede a la operación inmanente el excesivo e injustificado privilegio de ser, o bien el único, o bien o el más alto nivel cognoscitivo humano.

Existen dos caminos para abandonar la pseudo-prerrogativa de que el conocimiento objetivo sea el único posible: por vía del objeto conocido y por vía de la operación inmanente, es decir, de modo trans-objetivo y de modo trans-operativo o trans-inmanente. En el primer caso, trans-objetivamente (abandonando el objeto), se abren ante el conocimiento humano dos campos de la realidad extramental que están más allá del objeto pensado y que son incognoscibles por él: a) los actos de ser reales extramentales: el acto de ser del universo físico y el «Origen», que es el Acto de ser divino; y b) la esencia del universo, o sea, las cuatro causas físicas mutuamente imbricadas.

Ni los actos de ser reales extramentales (que son plurales) ni la esencia del cosmos conformada por la tetracausalidad física (causas también plurales) se pueden conocer a modo de objeto mental, porque no son uno, sino varios. Los primeros, porque los actos de ser n ni son uno solo ni se puede abstraer, dado que no son sensibles. Las segundas, porque las causas no lo son aisladas y tampoco se pueden abstraer, sino que son concausas entre sí (ad invicem), mientras que el objeto pensado es siempre uno. Por eso no se puede conocer de modo aislado las causas tal como ellas son realmente, mientras que el requisito para conocer el objeto pensado es la separación de uno respecto de los demás, o sea, la unicidad (si conozco silla, no conozco mesa).

Esas dos dimensiones del abandono del límite mental, permiten conocer campos bien definidos de la realidad, y han sido ensayadas por la filosofía clásica grecolatina y por sus comentadores. Una temática es la que conoce el hábito innato de los primeros principios, el cual advierte los actos de ser reales extramentales. Éstos son los temas propios de la metafísica. Otra es la que permiten conocer los hábitos adquiridos de la razón (el hábito conceptual y el judicativo o de ciencia), que desentrañan la esencia concausal del universo físico. Al estudio de este campo se dedica la filosofía de la naturaleza o física clásicamente considerada. En el segundo camino, trans-operativa o trans-inmanentemente (conociendo por encima de la operación inmanente) se descubren dos temas humanos que quedan más acá del acto operativo, o si se quiere, que son más íntimos y activos que dicho acto, a saber, a) el acto de ser humano (al que Polo llama persona humana), y b) la esencia del hombre.

El acto de ser personal no se puede abstraer, puesto que la persona es espíritu, y éste, por definición, no es sensible. La esencia humana no se puede abstraer, porque no es física, pues está conformada por la inteligencia –facultad inmaterial que se perfecciona con hábitos adquiridos–, la voluntad –potencia asimismo inmaterial que se desarrolla con virtudes–, y el acto previo y superior a esas potencias que permite activarlas, a saber, el hábito innato al que la tradición filosófica medieval denomina sindéresis, y al que Polo llama yo, que es el ápice de la esencia del hombre. Además, la esencia del hombre se conoce bien analíticamente (objetivando asunto por asunto), sino de modo sistémico o reunitivo, porque está conformada por dualidades entrelazadas (objetos y actos, actos y hábitos, actos y virtudes, inteligencia y voluntad, etc.).

A su vez, hay que distinguir ambas dimensiones del hombre –el acto de ser personal y la esencia– de la naturaleza orgánica humana, que es la herencia corpórea que hemos recibido de nuestros padres (el cuerpo, sus funciones, movimientos, las facultades cognoscitivas sensibles, los apetitos, los sentimientos sensibles, etc.). A la naturaleza humana Polo la llama vida recibida. En cambio, a la esencia del hombre, la denomina vida añadida, pues los hábitos y virtudes son el premio que cada persona otorga a esas facultades inmateriales. Además, cada persona también dota a su yo de una determinada personalidad. En cambio, a la vida íntima propia de cada quién se puede llamar vida personal. Persona no equivale a personalidad, sino que es realmente distinta de ella y superior. Seguidamente se procederá a resumir la filosofía de Polo en sus diversas áreas, comenzando por las inferiores y terminando con las superiores.