LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

5. Verdad y error en las ideas

a) Verdad. La primera verdad que ha resistido a la duda es el ‘cogito, ergo sum’. Pero ¿qué es lo que nos asegura que ésta sea una verdad indubitable? El único criterio es la claridad y distinción. Claridad es lo que está presente y manifiesto a un espíritu atento. Distinción es lo que, siendo claro, es diferente a todo lo demás. Como se ve, para Descartes la verdad no dice referencia a lo real, sino adecuación del pensamiento consigo mismo. Una idea clara y distinta es, por tanto, una idea simple, es decir, que no puede descomponerse. El método analítico culmina con este tipo de ideas que se resisten a un análisis ulterior. Por ejemplo, el ‘pensamiento’ y la ‘extensión’ son ideas simples, claras y distintas, porque por mucho que las analicemos no hallaremos sino solamente pensamiento y extensión.

b) Error. Si la verdad es así, ¿cómo es el error? Para explicarlo Descartes recurre primero a la hipótesis del genio maligno. Tal hipótesis se puede exponer diciendo que podría existir un Dios engañador que me hiciera confundir lo verdadero con lo falso y, consecuentemente, aquello que me parece claro y distinto, en realidad no lo sea. Con esta duda hiperbólica, parece tambalearse el criterio de verdad aducido, y con él todo el método mediante el cual se ha logrado.

Para Descartes la única manera de despejar esta duda es demostrar la existencia de un Dios que no sea engañador y que me asegure que lo que concibo como evidente, en verdad lo es. Para llevarlo a cabo ha de comenzar por lo único que tiene, es decir, por el pensamiento, indagando si hay en él alguna idea de la que se pueda inferir la existencia de Dios. Por tanto, Descartes procede al examen de todos los pensamientos e indica que, entre ellos, unos son ideas, otros voluntades o afecciones y otros juicios. a) Ideas: son como las imágenes de las cosas que, consideradas en sí mismas, no pueden ser falsas. b) Voluntades o afecciones: añaden a las ideas una acción de la voluntad. Tampoco en ellas hay falsedad alguna. c) Juicios: añaden una acción del entendimiento que consiste en afirmar algo de una idea o una afección. En ellos cabe verdad y error.

Si el error está en el juicio, no nos equivocamos si no afirmamos o negamos. Si lo hacemos, tampoco erramos a menos que demos nuestro consentimiento a aquello que no se nos presenta claro y distinto. Lo que pasa es que con frecuencia juzgamos sin tener un conocimiento exacto. De aquí manan todos los errores. Ahora bien, no podemos juzgar sin el concurso de la voluntad, pues es absolutamente necesaria para dar nuestro asentimiento. Por tanto, la causa del error es la voluntad. No nos equivocamos si nos atenemos a las ideas innatas y a las voluntades o afecciones. Por tanto, en primer lugar, hay que distinguir las ideas innatas de las demás. Para ello Descartes distingue tres tipos de ideas: a) Innatas o nativas: son las ideas nacidas conmigo, gérmenes de verdad que por naturaleza hay en el espíritu. Son claras y distintas, evidentes e indubitables, y captadas por intuición. No derivan de la experiencia, sino que están implantadas en la mente por Dios. b) Adventicias: ideas confusas causadas por la percepción sensible. Tienen un origen extramental empírico. Quedan excluidas del saber científico porque son causantes de innumerables errores. c) Ficticias: son constructos de nuestra imaginación, ficciones del espíritu. Al igual que las adventicias, no se pueden tener en cuenta a la hora de construir la ciencia.

c) Ideas innatas indubitables. Si no nos equivocamos respecto de las ideas innatas, hay que averiguar cuáles son. Descartes indica que son las ideas claras y distintas de mí mismo como ser pensante (res cogitans), de los cuerpos (res extensa) y de Dios (res infinita). El atributo principal de los cuerpos es la extensión. El atributo principal del alma es el pensamiento, que nada tiene que ver con la extensión (de donde surge el problema de la vinculación alma-cuerpo). El atributo principal de Dios es la infinitud. De las dos primeras se podría pensar que el hombre es el ‘autor’; pero es claro que no lo es de la tercera. Por eso Descartes parte de ella para demostrar la existencia de Dios. Si lo demuestra, averiguará que no es engañador; y si no lo es, desde él se podrá asegurar la verdad de nuestras ideas; y, desde éstas, la realidad del mundo.