LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

8. Consecuencias: las negaciones

Son las siguientes: negación de la física, de la metafísica, del racionalismo y mecanicismo, de la verdad del conocer, de la antropología, ética y de la teología natural. Atendámoslas brevemente:

8.1. Negación de la física, o filosofía de la naturaleza clásicamente considerada, con 4 críticas: a) Crítica al principio de causalidad. La experiencia solamente nos atestigua la con­tigüidad espacio-temporal y la sucesión temporal entre dos hechos, pero jamás la conexión necesaria que se considera absolutamente imprescindible para poder afirmar la causa­lidad. Que un hecho venga unido y suceda a otro no prueba que proceda siempre y necesariamente de él. Hume diría que vemos una contigüidad y una sucesión, pero no una conexión necesaria. Si tenemos una tendencia a pensar que tal relación es necesaria es por la fuerza de la cos­tumbre. Por tanto, el principio de causalidad tiene un valor meramente psicológico, no ontológico. No es más que una asocia­ción de impresiones sucesivas. En consecuencia, no podemos ir más allá de la experiencia. b) Crítica al principio de uniformidad de la naturaleza. Tras la crítica al principio de causalidad, también hay que rechazar los presupuestos sobre los que se fundamenta: el principio de uniformidad de la naturaleza, pues justificar la causalidad implica mantener que los hechos se rigen por determinadas leyes, y que el futuro se conformará al pasado, ya que las mismas leyes que rigen el futuro son las que rigen el pasado. ‘Aunque el curso de la naturaleza, hasta ahora, haya sido muy re­gular, por sí solo, sin aportar algún nuevo argumento o in­ferencia, no se puede demostrar que en el futuro lo seguirá siendo’. c) Crítica a la inducción ‘a priori’. La crítica al principio de uniformidad lleva a una crítica a la inducción, pues si la experiencia empírica presenta un conjunto de existencias distintas y discontinuas, no podemos remontarnos desde las simples impre­siones sensibles a los conceptos. d) Crítica a la idea de sustancia. Es un error decir, piensa Hume, que la realidad extramental es la causa de nuestras impresiones, salvo que lo tomemos como una simple creencia. No conocemos los objetos en sí, la llamada sustancia, pues: 1º) No conocemos más que a través de nuestras impresiones y no tenemos ninguna impresión de sustancia. 2º) Nuestra imaginación tiene un poder ilimitado para componer todo tipo de ideas; es de la imaginación de donde surge la idea de sustancia. 3º) Los objetos externos no son sustancias, sino una colección de percepciones que atribuimos falsamente a algo distinto de nosotros mismos. 4º) No tenemos idea alguna de sustancia externa distinta de las ideas de cualidades particulares. 5º) La sustancia es un puro término sin correlato real alguno, una idea-término que carece de significado, una pseudo-idea.

8.2. Negación del racionalismo y del mecanicismo. Hume no sólo criticó la metafísica aristotélica, sino tam­bién la racionalista. Ésta mantenía una con­fianza absoluta en la razón, respecto al posible conoci­miento ‘a priori’ de los efectos mediante un principio de ra­zón suficiente. Él, en cambio, realiza una crí­tica sistemática de las facultades cognoscitivas señalando sus límites. Hume también se distanció de Newton, quien defendía la perfecta comprensión de un mundo cre­ado por un ser inteligente. Pero Hume no admitió los elementos aprioristas que aún quedaban en su mecánica celeste.

8.3. Negación de la verdad: el escepticismo. Si sólo conocemos nuestras percepciones e ideas, no conocemos la realidad. A pesar de esto, el hombre necesita recurrir a in­ducciones causales, a condición de reducirlas a simples cre­encias. Así se sustituye la verdad por la creencia. Y como la creencia o suposición la realiza la imaginación, ésta es el punto de unión entre esos dos mundos: la ra­zón en su uso formal, deductivo, y el mundo de los fenóme­nos, de los hechos, de la experiencia sensible. Esta interpretación de la realidad, la creencia, se sitúa en el terreno imaginativo, entre el conocimiento sensorial y el propiamente racional. Es la imaginación quien ha permitido que la mente se forme unos hábitos inductivos que no están propiamente justificados por las percepciones tomadas aisladamente. La creencia no se basa en una deduc­ción racional. Para ello tendría que ser posible inferir de la percepción de la causa cuál es su efecto o viceversa. La imaginación habitúa a la mente humana a suponer ideas que no han sido comprobadas experimentalmente confiando en la uniformidad del pasado con respecto al pre­sente. Por tanto, Hume niega que la estructura de la realidad sea racional y, por tanto, la verdad del conocer, pues si no existe un fundamento racional de la ciencia natural, sus conclu­siones no pasan de ser una creencia irracional, es decir, un conocimiento carente de verdad, necesidad y uni­versalidad. En consecuencia, el conocer humano es meramente probable. Hume admitía que hay creencias ‘justifica­das’ que surgen de la experiencia de conjunciones constantes en el pasado, tomen la forma de una ley física o no; y otras ‘injustificables’ derivadas de la semejanza de nuestras per­cepciones o de causas patológicas. Son legítimos aquellos principios generales de algún modo son comprobables en la experiencia, tales como: elasticidad, gravedad, cohesión de partes y comuni­cación del movimiento mediante el impulso. Son ilegítimas las hipótesis metafísi­cas que intentan averiguar las causas últimas de los cuer­pos. Dentro de lo probable hay dos campos: el del mundo externo y el de las acciones humanas. Para ello, admite la creencia en el mundo externo y la creencia en el yo. En cuanto a la creencia en la existencia de Dios, su probabilidad es todavía más limitada. Su justificación de estas creencias no es teórica sino pragmática.

8.4. Negación de la metafísica. Para Hume la metafísica aristotélica carece de rango de ciencia, pues todos sus objetos caen fuera del orden de las relaciones numéricas o cuantitativas (relaciones de ideas) y del ámbito de la experiencia (cuestiones de hecho). Para él es imposible equivocarnos respecto al placer o dolor (pasiones) que cada uno siente. Por ello la moralidad de la propia acción sólo es cuestión de cálculo de lo agradable. Dios, los espíritus y el alma, quedan fuera del campo de la ciencia. Las sustancias no son más que un conjunto de ideas que han perdido contacto con la experiencia sensible, y su origen hemos de encon­trarlo en la actividad asociativa de la imaginación.

8.5. Negación de la antropología. Según Hume, de nuestro ‘yo’ no tenemos intuición como de una sustancia simple, sino que solamente percibimos “un conjunto de diferentes percepciones, que se suceden unas a otras con una celeridad inconcebible, y que están en perpetuo flujo y movimiento”. A través de la variabilidad y discontinuidad de las percepciones, imaginamos una causa permanente que las sustente y unifique a través del tiempo. Es lo que llama­mos alma, mismidad o ‘yo’, en virtud del poder de asocia­ción de la memoria. Para Hume, la naturaleza hu­mana es una realidad simplemente física. Si el ‘yo’ no puede cono­cerse como una sustancia idéntica y simple, carece de sen­tido plantear la cuestión de si es espíritu o materia, o si es mortal o inmortal, pues desconocemos lo que el término sustancia quiere decir. El alma, la mente o la identidad de un yo pensante sólo es una especie de teatro, donde se puede representar la suma de todas las percepciones. Pero no tenemos ninguna garantía de que nuestras percepciones inhieran o se encuentren albergadas en una especie de receptáculo unificante, al que llamamos alma.

8.6. Reducción de la ética y política. Para Hume, la moralidad se basa en la naturaleza humana sólo en la medida que puede ser objeto de un ‘sentimiento’, pues éste es la única percepción que tenemos de nuestro actuar. Ahora bien, los sentimientos físicos son las pasiones, las cuales, según Hume, son ‘impresiones de reflexión’ que se derivan de las ideas y en última instancia de las impresiones de dolor y de placer. Por tanto, si la moral se basa en las pasiones, no es la razón nuestro patrón ético, sino que somos gober­nados por nuestras pasiones. En consecuencia, la razón tiene que ser esclava de ellas, pues la razón tiene un papel instrumental o secundario en las decisiones morales. La razón no puede mover a la acción. De modo que los criterios de valoración del carácter moral son lo útil y lo agradable, a lo que Hume añade el respeto mutuo basado en otro sentimiento: la simpatía. De aquí deriva también su visión de la política, cuyo meollo es el utilitarismo, pues afirma que la sociedad es el resultado natural de la simpatía que atrae a los hombres para unirse con vistas a su utilidad. Hume prescinde de las bases de la ética descubiertas por los clásicos: los bienes reales, porque para él son incognoscibles en sí; las normas prudenciales de la razón práctica, porque admite que la razón no alcanza a conocer los bienes reales tal cual son; las virtudes de la voluntad, porque, derivado de lo anterior, la voluntad no se puede adaptar a los bienes.

8.7. Negación de la teología natural. A la idea de Dios no le pertenece una impresión correspondiente. Por tanto, no tenemos propiamente idea alguna sobre Dios. En consecuencia, es una creencia que produce la imaginación, pero que no tiene ningún fundamento real.