LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

1. Spinoza: vida y obras

Baruch Spinoza nació en Ámsterdam en 1631. Su familia era judía sefardita. Su madre murió cuando él contaba con 6 años. Estudió en la escuela hebrea hasta los 18 años, pero siempre fue de pensamiento independiente. Recibió el influjo del racionalismo de Francisco van den Enden y de otros amigos, así como el del protestantismo, que le llevó a alejarse de la religión judía. Tras morir su padre, cuando Baruch contaba con 23 años, abandonó definitivamente dicha religión, siendo excomulgado un año después.

Trabajó puliendo lentes para aparatos ópticos. Residió 3 años en Rijnsburg donde comenzó escribiendo obras menores: Tratado breve de Dios, del hombre y de su felicidad, Sobre la enmienda del intelecto y otra sobre la filosofía de Descartes. Pero también allí comenzó a escribir su obra principal, Ética demostrada al modo geométrico, entre sus 30 y 32 años. Desde sus 32 años residió los 6 siguientes en Voorburg. Ahí publicó su Tratado teológico-político en el que defiende que el poder civil tiene autoridad sobre toda confesión religiosa. A sus 40 años marchó a La Haya donde permaneció hasta su muerte en 1677 con tan solo 46 años de edad. Los libros póstumos que fueron publicados por su amigo médico Luis Meyer son Sobre la enmienda del intelecto, la Ética demostrada al modo geométrico, más el Tratado político, la Gramática hebrea y sus Cartas.

Claramente recibió el influjo de Descartes en cuanto al modo de pensar filosófico, aunque algunas de sus tesis de fondo, como el panteísmo, sean neoplatónicas. En su sistema, él parte siempre de Dios, pero no del Dios trascendente, sino del que identifica con la naturaleza toda y con el que se tiene que unir, fundir, el ser humano. De los pensadores judíos leyó, entre otros, a Ibn Gabirol, Maimónides (del que toma la tesis indicada) y a León Hebreo. Desconoció prácticamente la filosofía griega clásica y la medieval cristiana. Del Renacimiento conoció obras de Nicolás de Cusa, quien defendió que Dios es todo en todo, de Marsilio Ficino, quien fue –como Plotino– emanacionista, y de Giordano Bruno, que fue panteísta.