LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

8. D. Diderot (1713-1784)

8.1. Vida y obra. Nació en Langres (Francia) en 1713. Estudió, como Voltaire, en el colegio jesuita Louis-le-Grand donde trabó amistad con él. También como él estuvo encerrado en la cárcel, en este caso en la de Vincennes, a causa de una publicación. Entre sus 32 años estuvo dedicado a la coordinación y confección de la Enciclopedia, pero escribió también otras obras como Pensamientos filosóficos sobre la interpretación de la naturaleza, La suficiencia de la religión natural, etc. Su estilo es, como el de Voltaire, irónico, mordaz, pero como él, carece de originalidad y profundidad. A sus 60 años marchó a San Petersburgo, invitado por la reina Catalina II, donde residió dos años. Murió en 1784 a sus 71 años. En cuanto a sus fuentes, entre ellas cabe reseñar a Hobbes, Locke, Newton y Shaftesbury. Rechazó –como Voltaire– las especulaciones de Descartes y Malebranche. Por lo que se refiere a sus creencias hay que indicar que, tras abandonar en su juventud el catolicismo, pasó tras el deísmo y la religión natural al ateísmo, pero finalmente terminó en un panteísmo naturalista, que es el que vamos a resumir.

8.2. El gran Todo de la naturaleza. Para Diderot la naturaleza es el Todo, principio y fin de toda realidad. La materia es eterna y su propiedad es la actividad, la fuerza. Está compuesta de átomos dotados de sensibilidad, es decir, la materia es viva. El hombre no se distingue radicalmente de los animales, es decir, su naturaleza viva es de la misma índole que la de aquéllos. La distinción es meramente de grado en cuanto a la sensibilidad. Consecuentemente, el alma humana no es inmaterial e inmortal. Y lo mismo cabe decir respecto de la distinción entre los animales y los vegetales y entre éstos y los minerales. En definitiva, lo constitutivo del universo es la vida, y ésta no es más que una suma de acciones y reacciones. De aquí se deduce que no existen individuos sino sólo la naturaleza.

Obviamente, la concepción que precede sobre la naturaleza tiene indudables implicaciones respecto del hombre, y desde luego, respecto de la religión y de Dios. En cuanto a lo primero, para Diderot la vida del hombre es la de un ser vivo que busca la felicidad, pero ésta –de acuerdo con su concepción cosmológica– no puede ser sino la vida placentera de estilo epicureista, y –como en Epicuro–, para él, la vida felicitaría no consiste solo del placer sensual, sino en la armonía del ‘alma’, la cual también está conformada por la virtud, entendida ésta como equilibrio entre las pasiones. En cuanto a lo segundo, para Diderot la religión ha sido la gran y constante culpable del yugo que ha hecho esclavos a los hombres a través de las creencias, del culto y de la moral que impone, que son contrarios a la naturaleza humana.