LA FILOSOFÍA EN SU HISTORIA (J.F. SELLÉS)

6. Metafísica

La ciencia suprema es la sabiduría o el saber acerca de las causas y principios máximamente universales y primeros. Sólo la sabiduría es auténtica metafísica o ciencia de causas universales. Los rasgos que caracterizan al sabio son: a) El sabio lo sabe todo en la medida de lo posible, es decir posee ciencia universal sin tener la ciencia de cada cosa en particular. b) El sabio puede conocer las cosas difíciles y de no fácil ac­ceso para la inteligencia. c) El sabio conoce con más exactitud, con más certeza, aquello que conoce. d) El sabio es más capaz de enseñar las causas. e) Es más sabiduría la ciencia que se elige por sí misma, y no por sus resultados. f) Es más sabiduría la que está destinada a mandar. Por todo ello, la ciencia de las causas últimas se le debe dar el nombre de sabiduría, por tener las siguientes notas esen­ciales: es teórica o especulativa; versa sobre los primeros principios y causas y sobre la última causa que es el fin y el bien de toda la naturaleza y de la cual surgen las demás cau­sas.

6.1. Naturaleza. Para Aristóteles la dignidad de la filosofía en cuanto sabi­duría o metafísica se basa en cuatro razones: a) Es una ciencia especulativa que se busca sólo por saber cuando se huye de la ignorancia y del mito se busca el saber por sí mismo, como les ocurrió a los primeros filósofos. La admiración es el comienzo de la filosofía porque se interroga acerca de las causas de lo que sucede.  b) Es máximamente libre. Esclarece esto con el ejemplo del hombre libre, que no es para otro (como los siervos son para el señor), sino para sí mismo. De entre todas las ciencias so­lamente ésta es para sí, y por ello solamente ésta es libre en­tre las demás. La ciencia que es máximamente libre no puede ser esclava. Sin embargo, la naturaleza humana, por su limitación, lo es, ya que está sujeta a muchas necesidades. c) Es más divina que humana. Pero no sólo compete a Dios, porque también en el hombre cabe un hábito intelectual capaz de poseer dicho saber. Este hábito propio de la razón teórica recibe el mismo nombre que el de la ciencia que posee: hábito de sabiduría. Por eso estamos proporciona­dos a ella. De ahí que diga que “es indigno de un varón no buscar la ciencia a él proporcionada”. d) Es máximamente divina y proporciona el mayor placer. Una ciencia se dice que es divina de un doble modo. O porque obtiene un conocimiento, que es propio de Dios, puesto que es un conocimiento de las causas de la realidad, libre, etc. O porque este saber tiene por objeto a Dios, en cuanto Dios es la primera causa de todo lo demás. En conclusión, las demás ciencias son más necesarias para la utilidad de la vida, pero ninguna se busca por sí misma ni puede ser más digna que la metafísica. Una vez que ya ha conocido las causas que antes buscaba, la admiración cesa respecto de ellas, aunque puede perdurar sobre otras más altas que todavía resten por conocer.

6.2. Objeto: el ente y los primeros principios. A la filosofía primera o metafísica le compete no sólo el estudio del ente, sino también el de los primeros principios. Estudia el ente en cuanto ente, esto es, el ente en común o en universal. Se entiende aquí por ente la sustancia de las cosas. A su vez, estudia los primeros principios de la demostración. El filósofo considera, por una parte, el ente en cuanto ente, y no un género de entes, y por otra, los primeros principios que son referibles a todo ente. Aunque todas las ciencias usen de ellos, no los estudian en cuanto referibles a la totalidad de los entes, sino que les basta el uso de los mismos para el desarrollo de cada ciencia en su propio género. Nadie, excepto el filósofo, investiga acerca de la ver­dad o falsedad de los mismos.

6.3. El principio de no contradicción. Este principio es uno sobre los que versa el estudio del filósofo. Se trata del más firme y cierto, pues toda certeza en las demostraciones parte de él. La prueba de su certeza viene dada porque nadie se engaña o yerra acerca de él y nadie lo ignora. Por eso, no es supuesto, condicional o hipotético, sino evidente en sí mismo y necesario para todo razona­miento. No se adquiere por demostración puesto que su po­sesión es previa a todo conocimiento. Se enuncia así: “es imposible que un mismo atributo se dé y no se dé simultáne­amente en el mismo sujeto y en un mismo sentido”. Se rea­firma con el ejemplo de que nadie puede opinar que una cosa es y no es a la vez y bajo el mismo respecto. Es imposible que uno admita a la vez opiniones contradictorias. Todas las demás proposiciones se reducen a este principio como a algo último que verifica la verdad o falsedad de sus afirmaciones.